Helen Groome Geógrafa
El cambio climático en clave arbustiva
No son vaivenes atribuibles ya a años raros dentro de una serie de años normales. Lo normal ya se está convirtiendo en algo poco común
Querido Mr. Bush, alias shrub, Todopoderoso Presidente de los Estados Unidos de América: Me gustaría que vinieras a visitar mi jardín y mi huerta para que tus dudas acerca de la existencia del cambio climático se esfumasen definitivamente. Espero que sepas dónde está la Península Ibérica (Sureste del continente europeo, cruzando el Atlántico hacía la derecha y un poco hacia abajo, si estás mirando hacía el Polo Norte). En febrero de este año, aquí donde vivo, te podría haber enseñado una treintena de plantas cultivadas ya en flor en mi jardín... cuando normalmente en ese mes espero ver unas quince flores diferentes como mucho. Flores derivadas de familiares silvestres, pero en versión cultivada. Los narcisos, la campanilla de invierno, la celidonia, pues vale, ¿pero el alhelí, la arañuela y los claveles?
Claro que en enero y febrero hizo un tiempo de primavera en cuanto a temperatura se refiere, aunque no en cuanto a precipitación. Así, con tanta flor, no era de extrañar ver uno de los lepidópteros (mariposas) más curiosos y, para mi gusto, de los más bonitos en mi jardín en febrero, aprovechando las plantas en flor para conseguir alimento. Un lepidóptero llamado esfinge colibrí, y la verdad es que la mayoría de las personas cree que es un pájaro colibrí la primera vez que lo ve. Todo muy bonito... excepto que no debería verlo en mi jardín hasta finales de abril o principios de mayo como muy temprano. De hecho, asocio la esfinge colibrí con el verano.
En febrero estuve limpiando los bordes de la huerta para que la hierba no la invadiera del todo y, donde el año pasado había una hilera de tomates, encontré una docena de plantitas de un tomate cerezo germinando de la semilla de algún tomate caído allí el verano anterior. ¡Germinando en febrero! No hace falta decir que con las temperaturas frías y el granizo que vino en marzo dichas plantas se fastidiaron. Mr. Bush, donde vivo yo los tomates no tienen que germinar en la calle y sin protección hasta mediados de abril.
Luego, claro, después de la primavera de enero-febrero, vino el invierno de marzo y principios de abril. Tuvimos suerte que el desarrollo de los frutales alrededor de casa se ralentizó, no florecieron y así de momento ninguna tormenta de granizo nos ha dejado con malas perspectivas de peras, manzanas, ciruelas o cerezas. Pero, fíjate, Mr. Bush, el otro día me llamó mi madre de Inglaterra (norte de Europa, parte sur de una isla entre el Atlántico y el Mar del Norte) y me contó, entre otras cosas, que los endrinos allí estaban preciosos, cubiertos con un montón de flores blancas que convertían a los bordes de los caminos rurales en un regalo para la vista. Y lo raro es que aquí, a unos mil kilómetros hacía el sur, aún no están en flor.
Algo pasa. No son vaivenes atribuibles ya a años raros dentro de una serie de años normales. Lo normal ya se está convirtiendo en algo poco común y, como mínimo, hay que reconocerlo.