Sobre el llamado alto al fuego y la metodología de la paz
En este proceso se han cometido muchos errores en los procedimientos, en el cálculo de los tiempos y en intuir la capacidad de freno de actores externos. Son lecciones que podemos aprender para el segundo intento
Una primera observación que me veo obligado a plantear no es una paradoja, sino un error conceptual que ha causado la muerte de unas personas y la soga en el cuello al intento de poner en marcha un llamado «proceso de paz». ETA declaró en su momento un «alto al fuego permanente», y aunque en el mundo de las negociaciones hay una extrema confusión en las palabras utilizadas (lo que para unos es un alto al fuego para otros es un cese de hostilidades, por ejemplo), absolutamente nadie puede confundir el alcance mínimo (el máximo es otra cosa) de un alto al fuego, un concepto que implica necesariamente, aquí y en cualquier lugar del mundo, el no uso de cualquier tipo de arma o explosivo, por lo que es incompatible con el asesinato o la colocación de bombas. Si además se añade el término «permanente», significa que esa ausencia de «fuegos» permanece en el tiempo, sea cual sea la coyuntura, y si se llega a una conclusión contraria, resulta obligatorio rectificar con anticipación y decir a las claras que el alto al fuego ya no es vigente a partir de una fecha determinada.
En la entrevista de hace unas semanas, y más allá de otras consideraciones que no comentaré ahora, ETA afirmaba que «el atentado de Barajas fue una acción armada de respuesta a los ataques permanentes del Gobierno español», y que «con esta acción ETA no ha roto nada, nuestra intención ha sido la de influir para que el proceso avance con bases más sólidas». Más adelante añadió que «no hemos perdido un ápice de credibilidad» y que «nosotros entendemos cualquier alto el fuego desde un punto de vista bilateral. No hay alto el fuego unilateral». Pues no, se equivocan profundamente en todas estas afirmaciones, y les invito a que miren el «Anuario 2007 de procesos de Paz» (www.escolapau.org, en donde figura igualmente un documento sobre el significado de «alto al fuego») para que vean en su contenido y anexos la cantidad de veces que hay declaraciones de alto al fuego unilaterales en el mundo, y que su violación es uno de los factores que más dañan a un proceso, especialmente en sus fases incipientes, porque la palabra dada pierde valor y da paso al descrédito y la desconfianza extrema.
Por muchas razones de fondo que puedan existir en un conflicto, y en el vasco las hay, ETA no puede tampoco pensar que tiene una simetría tal en el orden político, social y moral, como para ponerse al mismo nivel de un Gobierno elegido democráticamente, nos guste o no, y a partir de ahí suponer que cualquier alto al fuego ha de ser bilateral necesariamente. Las cosas no funcionan así. Un Gobierno de- mocrático que intenta buscar una salida a un conflicto como el vasco puede convenir con ETA una especie de «hoja de ruta», un pliego de compromisos mutuos o un camino de tránsito hacia su autodisolución, en el que puede intentar «distensionar», «apaciguar», «crear climas favorables» y tomar medidas que ayuden a generar confianza en el mismo proceso, casi todo en el ámbito de lo procedimental, y por supuesto, sin poner en la mesa contraprestaciones políticas que incluso no están a su alcance, ya que es probable pertenezcan al ámbito de un debate entre las fuerzas políticas y de la decisión popular manifestada finalmente en referéndum. Si ETA considera que los pasos dados por el Gobierno no han sido suficientes, está bien que lo diga si es su parecer, pero nada justifica violar un alto al fuego y hacer ver que todo sigue igual en este tema, y es sumamente preocupante interpretarlo además como un acto para influir en la creación de bases más sólidas, pues lo que se consigue es todo lo contrario.
En este proceso se han cometido muchos errores en los procedimientos, en el cálculo de los tiempos y en intuir la capacidad de freno de actores externos. Suele ocurrir con frecuencia en todos los intentos de paz. Pero son lecciones que podemos aprender para el segundo intento, que lo veo posible, además de deseable. Para ello veo seis condiciones necesarias: una es que no se cometan atentados mortales por parte de ETA; la segunda es clarificar lo que se quiere decir cuando de se habla de cosas como un «alto al fuego» o «permanente»; la tercera es que el Gobierno se atreva a realizar los deberes pendientes que permitan hacer política a Batasuna; la cuarta es concertar un nuevo procedimiento para que en los acercamientos que pudieran existir haya siempre la figura de un testigo que pueda dar fe de lo que se concierta; la quinta se refiere a un nuevo manejo de los tiempos y una mayor flexibilidad para torear los imprevistos, y la sexta es no jugárselo todo a una carta (las elec- ciones de mayo, por ejemplo), porque de esa manera no damos espacio al futuro y a nuevos intentos que pueden dar resultado positivo. Volvamos, pues, a intentarlo, porque la sociedad vasca lo necesita, lo pide y a ella nos debemos.