El catalán Jaime Rosales ya triunfó en el Festival de Cannes con su ópera prima «Las horas del día», con la que se llevó el Premio de la Crítica Internacional en la sección de la Quincena de Realizadores. Ahora ha vuelto a impresionar a la crítica que se pasea por la Croisette dentro de la sección «Una Cierta Mirada». La mayoría coincide en que su segundo largometraje es más complejo y supone también una evolución en cuanto a experimentación formal. En el anterior prescindía de la intriga policial para atrapar la descarnada cotidianidad de un asesino, evitando caer en los convencionalismos genéricos. En «La soledad» aplica la misma operación de vaciado para dejar fuera cualquier tentación melodramática, con lo que la realidad se impone y los personajes deben afrontarla por sus propios medios, sin chantajes emocionales que valgan. Rosales reflexiona sobre la necesidad de endurecerse como única manera de seguir adelante, y así se explica que los continuos reveses forjen a las personas.

Un tercio del metraje presenta un innovador empleo de la pantalla partida, según una técnica narrativa a la que se ha dado la denominación de «polivisión». La simultaneidad de acciones en paralelo gracias a la división de la imagen en dos permite una perspectiva más amplia, ya sea prolongando un espacio que el espectador contempla desde distintos ángulos complementarios, o ya sea para confrontar las situaciones que, por separado, se corresponden con las dos protagonistas de las historia.

Ambas son madres a las que sólo aleja la diferencia de edad. Comparten sentimientos relacionados con la lucha diaria por superar el dolor y por asumir la cercanía de la muerte. El papel de la madre joven recae en la actriz televisiva Sonia Almarcha, mientras que el de la madura es interpretado por la experimentada secundaria Petra Martínez. Las dos mujeres resultan reconocibles en medio de unos ambientes veristas, con sus preocupaciones y problemas relaciona- dos con las apreturas económicas y las disputas familiares. Una ha emigrado de un medio rural a la gran ciudad para sacar adelante a su hijo sin la ayuda del padre y, la otra, ya establecida en la periferia urbana, se ocupa de un supermercado de barrio y de unas hijas que son una constante fuente de conflictos que trata de sobrellevar como mejor puede.