ANÁLISIS | Amenazas de turquía a kurdistán
El verdadero objetivo turco
El Gobierno turco parece dispuesto a realizar algún tipo de operación militar en Kurdistán Sur. Todo indica que, tras la reunión del 5 de noviembre entre Erdogan y Bush, el Ejército tendrá luz verde, o al menos eso se desprende de las palabras del general Yasar Buykanit, que ha dicho que esperarán la vuelta del primer ministro.
Txente REKONDO Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)
«Las soluciones políticas deben primar sobre las militares», concluye el analista Txente Rekondo al abordar la situación del pueblo kurdo, sus demandas, el origen de sus luchas y, sobre todo, qué se esconde tras la amenaza de Turquía de realizar una incursión militar a gran escala.
Las amenazas de intervención en Kurdistán Sur han vuelto a traer al centro de las informaciones la realidad kurda, una situación que algunas lecturas simplistas pretenden ubicar con la creación del PKK, ocultando o ignorando las décadas de luchas y alzamientos de los kurdos en defensa de su identidad y de su derecho como pueblo a elegir su propio futuro.
Desde Turquía se remarca «la necesidad de responder a los ataques recientes del PKK» y acabar con las supuestas bases de esa organización en Kurdistán Sur. Haciendo uso de la retórica de Washington, los militares turcos se enganchan al paraguas de la «guerra contra el terror» para justificar sus pretensiones militaristas.
Sin embargo, tras esa «versión oficial» se esconden los verdaderos objetivos turcos. Y éstos serían acabar con el PKK (algo que ya ha fracasado en el pasado) y, sobre todo, desestabilizar el Gobierno Regional Kurdo (GRK) y evitar que Kirkuk, con toda su riqueza petrolífera, acabe dentro del mismo.
Algunas voces, incluso desde dentro, avisan de los desastrosos resultados que traería una intervención a gran escala, tanto para la región como para los propios intereses de Turquía a medio o largo plazo. En la década de los 90, Turquía realizó hasta cuatro operaciones a gran escala contra los campos del PKK en Kurdistán Sur, y pese a contar entonces con el apoyo de los peshmergas kurdos del sur, no lograron sus objetivos.
La coyuntura ha variado y en plena era de la información e Internet, la repercusión internacional de los ataques turcos (con la mayoría de víctimas civiles) tendría mayor eco y probablemente otorgaría mayor simpatía y apoyos a la causa kurda.
Unas sanciones económicas o el cierre de la frontera entre Irak y Turquía tendrían un doble efecto, pues si bien castigaría a los kurdos del sur (aumentando su enojo y rechazo hacia Ankara), también sería un castigo añadido a la población kurda del norte, cuyo apoyo hacia el PKK se dispararía aún más.
En las actuales condiciones, un ataque militar supondría un elevado número de bajas y mayor sufrimiento para la población civil que para una estructura como la del PKK, preparada operativamente hace tiempo para una eventualidad como la que se avecina. Los obstáculos que el Ejército turco encontraría en una ofensiva a gran escala son importantes también.
La zona de los montes Qendil está alejada de la frontera turca y la presencia de soldados en Kurdistán Sur supondría una afrenta para los poderosos peshmergas kurdos. El desplazamiento de fuerzas y material, además de lento, sería altamente costoso, y la pérdida de vidas humanas entre las filas turcas sería considerablemente alta.
Otro factor importante son los cambios producidos en la coyuntura internacional. Desde 2003, tras la invasión estadounidense de Irak, el tablero regional ha variado considerablemente, y la balanza de fuerzas ha podido sufrir importantes alteraciones. Así, las relaciones entre Turquía y Siria (otrora enemigos declarados) han mejorado mucho; Ankara ha dejado de lado sus presiones y chantajes sobre el control de las aguas del Eúfrates. Y con Irán mantiene una alianza contra las guerrillas kurdas.
Por contra, las relaciones con Israel han empeorado, desde que Turquía busca una mayor ubicación en el contexto árabe y, sobre todo, desde que se conoce el apoyo material de Tel Aviv a los insurgentes kurdos. Este apoyo, en línea con la teoría de que «el enemigo de mi enemigo es mi amigo» busca que los kurdos del Este puedan desestabilizar al Gobierno de Teherán.
Ese doble rasero de Washington (declarando ilegal al PKK, pero no haciendo lo propio con el PJAK), unido a la «fría» postura de la UE hacia Turquía, estaría provocando un cambio en las alianzas. La reciente ofensiva del PKK busca forzar una negociación, de ahí el incremento de sus acciones militares. Además, se ha producido un salto cualitativo, ya que ha retomado las operaciones a gran escala contra los puestos militares turcos, una táctica que se había abandonado a comienzos de los 90. La captura de algunos soldados se ha mostrado como una acción cuidadosamente elaborada y llevada a cabo con éxito, lo que podría dar al PKK y a la causa del pueblo kurdo importantes réditos propagandísticos.
Otra clave está en la postura turca, que sigue ignorando todos los llamamientos de los kurdos para buscar una salida pacífica y negociada. La apuesta militar de Ankara, inmersa en una exaltación del nacionalismo más rancio y reaccionario, sólo puede obtener una respuesta kurda, «la resistencia».
El problema central es que una nación con cerca de 40 millones de personas ve negados sus derechos básicos. La lucha del pueblo no surge con el PKK hace unas décadas, tal y como lo presentan algunos medios. Los kurdos han luchado desde hace siglos contra los diferentes regímenes que se han sucedido en Irán, Irak, Siria o Turquía, y pese a todo el sufrimiento que han soportado, siguen firmes en su resolución de ejercer el derecho de autodeterminación.
Las soluciones políticas deben primar sobre las militares. Turquía, y el resto de estados de la zona, tienen que reconocer los derechos del pueblo kurdo, incluido el de autodeterminación. La puesta en marcha de una conferencia en la que estén presentes todos los actores, seguida de medidas como la liberación de presos y un cese bilateral de las hostilidades debería dar inicio al camino para una solución definitiva a un conflicto tan largo. Esta es la única vía que Turquía no ha explorado, y ahora parece que pretende repetir los fracasos del pasado antes que abordar la raíz del problema.