El corsario vasco-irlandés belefonte se dispone a zarpar de donostia
El corsario Juan Pedro Cruz de Belefonte, fondeado en el puerto de Donostia desde junio pasado, tiene previsto levar anclas en los próximos días, tal y como hizo aquel 2 de abril de 1762 en que inició una singladura en busca de presas inglesas que le llevaría a las costas de Irlanda y Cornualles.
M. URKIA
Aclarémoslo ya para evitar falsas expectativas. Cuando decimos que el capitán Belefonte está fondeado en Donostia, lo hacemos en sentido figurado. No está en persona, sino a través del diario de navegación en el que dejó testimonio de la actividad corsaria que protagonizó al mando de «La Gata».
El Museo Naval, en la exposición que dedica al pasado marítimo de Donostia, no podía pasar por alto que la ciudad fue uno de los principales puertos corsarios de Europa, y, entre las piezas que ha elegido para ilustrar ese hecho, destaca el diario de Belefonte, que, además de ser muy esclarecedor sobre cómo actuaban los privateers, cuenta con ilustraciones de algunas escaramuzas en las que intervino «La Gata». Eso lo convierte en un documento excepcional, quizá único en su género, a pesar de que su aspecto discreto pueda hacer que pase desapercibido para los visitantes de la exposición no avisados. «Yo, desde luego, no conozco otro diario así», advierte José María Unsain, comisario de la muestra.
El especialista Enrique Otero Lana explica que, en el momento en el que Belefonte desarrolla su actividad, hacía tiempo que había quedado atrás la edad dorada del corso guipuzcoano y vizcaino (no así la del laburdino). Sin embargo, en el contexto de la franco-británica Guerra de los Siete Años (1756-1763), son muchos los mercantes de pabellón español apresados por navíos ingleses. Eso impulsa a los armadores afectados, entre ellos los vascos, a solicitar patentes de corso, para resarcirse. Fue algo así como el canto del cisne del corso vasco-peninsular, del que es representativa, incluso en los mediocres resultados obtenidos, la campaña de Belefonte. «La intervención de España en la guerra -dice Otero-, desde febrero a diciembre de 1762, fue demasiado corta para que los armamentos realizados al amparo de las patentes fueran rentables».
Juan Pedro Cruz de Belefonte, hijo de un irlandés afincado en Donostia, contaba 24 años en 1762. Era propietario de «La Gata», goleta armada con dos cañones y doce pedreros (falconetes o pequeñas piezas de artillería de borda). Zarpó de Pasaia el 2 de abril con 60 hombres, la mayoría guipuzcoanos.
Primero se dirigieron hacia el Atlántico. Interceptaron numerosas embarcaciones, pero todas aliadas o neutrales. Para una inglesa con la que se toparon, resultó ser corsaria. Se amenazaron e insultaron de borda a borda, pero poco más. «Fue -indica Otero- el típico contacto entre corsarios enemigos, pensando más en prevenir la pelea que en librarla; los corsarios eran siempre presas de poco beneficio y demasiado coste».
El caso es que pasaban los días y no conseguían botín, así que «me determiné, con toda mi tripulación -dice Belefonte-, de ir dentro del Canal de San Jorge», el estrecho que separa Gran Bretaña de Irlanda. Eso era navegar directamente a las fauces del tiburón. «Debieron de sopesar bien el riesgo; al final, la codicia y, por qué no, el valor prevalecieron», hace notar Otero.
Cerca del cabo Clear, Belefonte avista una balandra. Ordena a sus hombres que se escondan con todo el armamento en la bodega y enarbola bandera portuguesa. Con esa estratagema se apodera de la embarcación, aunque, vista su poca entidad («un pobre pescador con diez marineros»), la deja marchar, no sin antes haber obtenido buena información: en Cork se está reuniendo un convoy. Poco después se topa con otra balandra, a la que persigue hasta que se pone bajo la protección de los cañones de la fortaleza de Corqui, que abren fuego contra «La Gata» y la obligan a alejarse. Después, la goleta corsaria se acerca tanto a Cork que una lancha de pilotaje sale a recibirla para ayudarle a entrar en puerto. Belefonte la apresa y confirma que cuatro buques de guerra están en la ciudad para escoltar un convoy con destino a Lisboa.
Por tanto, se acercan y lo intentan, pero siguen sin conseguir botín alguno, hasta el punto de que, «siendo desesperados de no hazer presas», el capitán ordena un desembarco en la isla de Belicoton para hacer una razzia. Sólo consiguen 13 carneros, pero la suerte les empieza a sonreír. Poco después, capturan una balandra. Transporta carne y 6 barricas de vino de Málaga. Algo es algo.
Tras pasar unos días en las islas Scilly, para despistar a las unidades inglesas que sin duda están ya sobre su pista, ponen rumbo a Cornualles. Allí, persiguen sin éxito a varias embarcaciones y, en una ocasión en la que «La Gata» se ha acercado tanto que ha quedado a tiro de las baterías de tierra, Belefonte salva la situación haciéndose pasar por corsario inglés. Por fin, tienen suerte y capturan una balandra y un bergantín fondeados en la costa. Los británicos intentan hacerles frente desde la orilla. Según el capitán, llegaron a reunir hasta 6.000 hombres, lo que Otero considera una «evidente exageración». Lo cierto es que, a cañonazos, los corsarios salieron airosos del envite y pusieron rumbo a puerto seguro.
Pero la aventura no había terminado. El 5 de mayo, ya en la costa cantábrica, avistaron una nave a la que intentaron dar caza. Sin embargo, la presunta presa se les atragantó, porque resultó estar muy bien armada, de modo que al final fueron ellos los que tuvieron que huir echando mano incluso de los remos. El 6 de mayo, arribaron a Santander.
Mucho riesgo, poco botín
El balance, en relación a la inversión y, sobre todo, al riesgo, fue mediocre. Belefonte ofreció de nuevo sus servicios a la Corona «para correr las costas inglesas», pero las autoridades le conminaron a escoltar un convoy de Cantabria a Ferrol. Poco después, el corsario llegó a Donostia, «avandonado de su jente». Conjetura Otero que quizá la tripulación había desertado porque, frente a las expectativas de botín del corso, el beneficio de escoltar a un convoy era irrisorio. En 1763, Belefonte insistía en pedir un empleo, ya que se hallaba en «la pobreza por la paz».
No se sabe más de aquel capitán cuyo diario ha permanecido guardado en el Archivo de Simancas, hasta que ha salido de allí para recalar, temporalmente, en Donostia, con ocasión de la exposición del Museo Naval. La muestra, que incluye 170 piezas, muchas hasta ahora nunca exhibidas, podrá ser visitada hasta mayo, pero el diario, «por cuestiones de conservación», explica la directora del museo, Soko Romano, será retirado el 12 de noviembre. Así pues, los interesados disponen ya de pocos días antes de que Belefonte leve anclas y ponga rumbo a Simancas, conocido puerto de secano.