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Maite SOROA

Son de mal perder

Era de esperar. Después de tres años y pico defendiendo a diario la tesis de que fue ETA y no «los moritos de Lavapiés» la responsable del 11-M, algunos no se resignan a aplicarse el aforismo «mejor una vez rojo que cien veces amarillo», y siguen aferrados a su clavo ardiente.

Federico Jiménez Lozanitos, como don erre que erre, se defendía ayer en «El Mundo» ante la sentencia: «Vista con cierto detalle, y aunque haya apartados que precisan un doctorado en Onceemeología para entenderlos, lo cierto es que en los aspectos policiales, judiciales y políticos la sentencia del 11-M arroja más sombras que luces sobre la mayor masacre terrorista de la Historia de Europa occidental». Ya empieza el tío.

Y es que, según el locutor-predicador, «al absolver o no condenar como pedía la fiscal a los presuntos autores intelectuales de la masacre; al presentar, por tanto, descabezada y sin dirección ni organización a toda una estructura criminal tan compleja como la que fue capaz de volar cuatro trenes a la vez y engranar la masacre con el me- canismo de las elecciones generales, para echar al PP del poder, los jueces de la Audiencia han dejado a los únicos tres condenados como autores materiales o cooperadores necesarios en la masacre como una especie de náufragos en el Triángulo de las Bermudas. Unos criminales actuando en el vacío. Unos confidentes de la Policía actuando a espaldas de la Policía en una inverosímil campana neumática». Eso ya no lo he entendido.

Pero lo que le falla es, precisamente, el fallo judicial: «De creer esta sentencia, la masacre no ha sido cosa de Al Qaeda, ni causada por la Guerra de Irak, ni siquiera participada por ETA, aunque eso nunca se haya inves- tigado en serio». Ya ven que el tío no para.

Como de lo que se trata es de salvar los muebles después del ridículo espantoso que ha protagonizado el locutor-columnista-bufón durante tres largos años en compañía de Pedro J., García Abadillo, Luis del Pino y compañía, Lozanitos insiste: «No existe una organización terrorista sin cabeza, sin autoría intelectual. Y al reconocer la sentencia que no hay siquiera una aproximación a la identificación de la autoría intelectual del 11-M, los condenados quedan como un raquítico monumento a la impotencia o a la hipocresía, y, sobre todo, la masacre como algo que puede repetirse en cualquier momento (...). Peor; si no sabemos quién es el autor intelectual, volvemos a la pregunta básica: Qui prodest?» ¡Qué mal perder tienen!

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