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Mikel Arizaleta Traductor

¿Qué juzgan ustedes?

A raíz de la sentencia dictada esta semana sobre el 11-M, Mikel Arizaleta realiza un repaso de los hechos acaecidos hace tres años, del desarrollo del juicio y del papel jugado por los familiares de las 191 víctimas de Madrid. A partir de ahí, critica el silencio de unos y otros respecto a las causas profundas de aquellos hechos: la ocupación de Irak y Afganistán por parte de las potencias occidentales. Ocupaciones que «hace tiempo que han pasado del millón los muertos», muertos sobre los que ha caído un silencio «cobarde».

Fue una lección la que dio a sus señorías aquella mujer rubia y ojerosa, Pilar Manjón, en aquella mañana del 16 de diciembre de 2004, cuando les espetó a la cara: «¿De qué se reían señorías? ¿Qué jaleaban? ¿Qué vitoreaban?... Se está hablando de la muerte y de heridas de por vida padecidas por seres humanos. Que nuestro dolor centre sus conclusiones. Tienen la obligación de evitar otro atentado». Hablaba en riguroso luto y con el bolso de mano la madre de Daniel, su hijo de 20 años víctima del 11-M en el tren del Pozo camino de la universidad de aquel jueves, luego de las 7, 30 de la mañana.

El juicio, que comenzó el 15 de febrero, concluyó en la Audiencia Nacional el 2 de julio de 2007, tras 57 sesiones, después de cuatro meses y medio y señalando con el dedo índice a 28 personas. El tribunal está formado por tres viejos conocidos: Javier Gómez Bermúdez, Fernando García Nicolás y Alfonso Guevara. Con el «visto para sentencia» su fallo se esperaba en octubre y el pasado miércoles 31, a las 11:30 de la mañana, dio a conocerlo el Sr. Gómez Bermúdez a son de trompeta de juicio final.

He seguido este juicio del 11-M y he revisado los 23 tomos del «Proceso de Nuremberg contra los principales criminales de guerra» que yacen sobre mi mesa. Hoy la prensa tan amarilla como entonces. Y también el presidente, sir Geoffrey Lauwrence, que se creía justo pero no lo fue, aquella tarde del 1 de octubre de 1946 a las tres menos diez les leyó su sentencia victoriosa de muerte, «zum Tode duch den Strang». Y la conclusión parecida, no en lo que a condena se refiere -a ser ahorcados-, pero sí en lo de farsa, una vez más se condena sólo a los derrotados no a los criminales, que por desgracia son muchos más y también, como entonces, del bando de los vencedores y de los jueces.

Aquel trágico 11 de marzo, en el que murieron 191 personas, era jueves y el 14 se celebraban elecciones generales. El Gobierno de Aznar mintió descaradamente a la ciudadanía y acusó mendazmente a ETA de la matanza, convencido de que tal acusación le aportaría la victoria. Curiosamente quien entonces proclamó con voz sonora que no había sido ETA y desenmascaró con contundencia la falacia aznaril hoy está en la cárcel y se llama Arnaldo Otegi.

El Gobierno español estaba ya avisado, participaba activamente en la guerra de Afganistán y fue promotor destacado de la guerra de Irak. Y desde allí se amenazó con represalias a la chulería de aquí. Aquí hubo 191 muertos blancos, pero allí hace tiempo que han pasado del millón los muertos y son innumerables los heridos, los tullidos, los lisiados, los torturados, los violados. Iraquíes o afganos, que tienen también madres ojerosas, que no son rubias, que son morenas y que sienten el dolor tanto -quizá más- como las rubias europeas. Casi a diario pasan de 100 los asesinados por nuestra guerra, por nuestras armas, por nuestros soldados, por nuestras bombas de racimo, los asesinatos financiados con nuestra pasta y nuestro negocio de dolor y muerte.

Yo esperaba que en este juicio de Madrid alguien se acordara de los miles de asesinados por el Gobierno terrorista español y otros gobiernos terroristas occidentales, por empresas de aquí y conciudadanos cómplices. Esperaba que alguna madre rubia y ojerosa, algún familiar español, transido de dolor, se acordara, nos acordáramos de los asesinados allí, de aquellos muchachos masacrados en los mercados, en la calle, en sus casas, en el bus, en la universidad, de aquellas madres asesinadas amamantando a sus hijos o recogiendo a sus hijas luego de ser violadas por terroristas de acá, quién sabe si familiares de los aquí asesinados. Esperaba que alguien dolorido y digno clamara en la sala, alzara la voz y exigiera justicia a jueces y al mundo. Pilar Manjón, ¿por qué no levantaste la voz como aquel 16 de diciembre, por qué aplaudiste al oír el visto para sentencia? ¿Acaso estaban allí todos los asesinos de tu hijo, los asesinos de vuestros familiares? ¿Por qué no estaban sentados en ese banquillo de muerte Aznar y sus ministros, que patrocinaron el asesinato y la muerte de un pueblo? ¿Y el Gobierno de los EEUU y el de el Reino Unido? ¿Dónde se sentaba la Cope de los obispos, dónde Pedro J. Ramírez y su Mundo de mentira? ¿Dónde Ibarretxe y sus declaraciones mendaces aquel 11 de marzo acusando a ETA? ¿Acaso se encontraban en el banquillo los que discriminada e indiscriminadamente han matado y siguen asesinando impunemente a diario a iraquíes o afganos, a los que han invadido sus países, a los que han arruinado su vida? ¿Acaso estaban sentados en ese largo banquillo vuestro Gobierno español y sus cómplices de guerra y muerte, los oficiales y soldados -parte de ellos sudamericanos pobres, que no hijos de parlamentarios y generales españoles- financiados con el dinero también de los que nos oponemos a esa inhumana sangría? ¿Acaso creen ustedes que aquéllos no sufren? ¿Qué juzgan ustedes? ¿Qué aplauden ustedes? ¿Qué condenan ustedes? ¿Castigan como asesinos a quienes recaudan dinero para su defensa, a brigadistas internacionalistas, y loan a sus propios gobiernos, que financian su invasión y su muerte? También ustedes, familiares, tienen obligación desde el dolor sentido de evitar otro atentado. Y no lo han hecho.

Familiares de los 191 muertos el 11-M, tras oír la sentencia termino citando a Paco Roda. Vale. Lo siento. Siento incordiar así. Siento trasladarles mi cargante inquietud. Siento hacerles culpables de mis turbaciones. Aunque lo que en el fondo siento es que a ustedes no sé si no les da igual. Pero no porque por naturaleza sean así. Absolutamente inclementes con el dolor. Como si la sangre, para ustedes, se hubiera convertido en una elegía ininterrumpida. No. Ya han demostrado que no. Siento que ustedes sean víctimas, como yo, de la manipulación mediática y de la mala baba de nuestros gobernantes y jueces para sentir dolor donde otros quieren que lo sintamos y no percibir absolutamente nada, sino banalizar la tragedia, cuando a otros les interesa que así sea. Eso es lo que me jode.

Y es que ayer y anteayer y antes de anteayer, desde hace años, cientos de muertos revientan a diario en las calles y mercados de Irak. Pero ya no merecen ni una mirada. Ni una portada. Ni una lágrima. Ni un juicio en vuestra justicia. Porque es una sangre que aburre, una tragedia que estorba, una pesadez de muerte. Es nuestro asesinato diario y cobarde. Es nuestra podredumbre. ¿Qué juzgan ustedes?

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