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Helen Groome Geógrafa

Año internacional de la patata

La introducción y el control empresarial del empleo de la química en la agricultura y la privatización de la información genética de cultivos como la patata implican beneficios económicos para algunas personas y dependencia económica o hambre para otras

La patata nos da un ejemplo (entre muchos) de la gestión violenta y desequilibrada de la naturaleza por parte de algunos seres humanos. De hecho, la historia de la patata está marcada por episodios de enorme violencia, ejercida o generada por unos seres humanos contra otros y también contra la propia patata.

Su cultivo se inició hace unos 7.000 años en los Andes, a partir de las 200 especies silvestres de patata que habitan dicha cordillera, para llegar al cultivo allí de más de 4.000 variedades de patata. El cultivo allí era y sigue siendo bastante equilibrado en términos naturales: se realiza a pequeña escala, cada comunidad guardando tubérculos para sembrar el siguiente año, empleando hasta 50 variedades diferentes de patatas en sus pequeñas parcelas y clasificando sus patatas por los nichos ecológicos en los que mejor se desarrollen. La mujer de estas comunidades ha sido la principal transmisora de las prácticas del cultivo de la patata a lo largo de la historia.

La invasión, conquista y saqueo de América hace varios siglos incluyó el «descubrimiento» de la patata por parte de la población europea, pero con el inconveniente de que dicha población no practicaba la negociación o intercambio para adquirir nuevos bienes, sino que se apropiaba de lo que quería sembrando masacres y destrucción en la civilización Inca en vez de sembrar patatas.

La patata fue generalmente despreciada en Europa hasta finales del siglo XVIII, cuando hambrunas motivaron su cultivo a mayor escala. Pero hechos como la forma en que fue lograda la patata, mediante el saqueo y el desprecio a las culturas locales de su cultivo en América Latina, más la avaricia de algunos intereses y una sonora provocación a la naturaleza, significaron que se cultivaron muy pocas variedades de patata en Europa. Así, se provocó un nuevo episodio de violencia, ya que el cultivo fue pronto víctima de problemas como el moho que en países como Irlanda destruyó la fuente alimenticia de gran parte de la población, causando la muerta de un millón de personas y forzando la emigración de otras tantas.

El tercer episodio de violencia lo están conociendo nuestras generaciones: la introducción y el férreo control empresarial del empleo de la química en la agricultura y la privatización de la información genética de cultivos como la patata. Ambas implican beneficios económicos para algunas personas y situaciones violentas como la dependencia económica y/o hambre para otras.

La FAO ha nombrado 2008 como el año internacional de la patata y fomenta iniciativas que podrían ser de gran interés, como la creación del parque de la patata en Perú, dónde el objetivo es reunir las más de 4.000 variedades que se conocen y donde se reconocen los derechos de las comunidades locales sobre las variedades de patata que han desarrollado. En 2008, ¿seremos capaces de actuar de forma consecuente en Europa? ¿Aprenderemos a cultivar la patata sin violentar tanto la naturaleza y al propio ser humano?

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