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«Buda explotó por vergüenza»

La jovencísima realizadora iraní Hana Makhmalbaf obtuvo en el Zinemaldia donostiarra el Gran Premio del Jurado y Premio Otra Mirada con su conmovedora ópera prima, «Buda explotó por vergüenza».

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Mikel INSAUSTI | DONOSTIA

La familia Makhmalbaf es una escuela de cine rodante, a la que la realizadora Hana Makhmalbaf, que es la pequeña, describió, durante la presentación a la prensa de «Buda explotó de vergüenza» en el Zinemaldia donostiarra, como una tribu nómada o gitana que viaja de país en país huyendo de la censura. En esa comparecencia estaba acompañada de su hermano Maysam, en calidad de productor e intérprete que traducía del inglés al farsí. Dijeron que son cinco en total, ya que a los dos presentes había que sumar al padre Mohsen Makhmalbaf, un maestro del cine iraní autor de títulos reconocidos internacionalmente como «Gabbeh» o «Kandahar»; a la madre Marziyeh Meshkini, que es la guionista de la película; y a la hermana mayor, Samira, realizadora de talento que cuenta con los premiados títulos «La manzana», «La pizarra» y «A las cinco de la tarde».

Hana Makhmalbaf, pese a haber crecido en un ambiente tan imbuído del oficio fílmico, es todo un ejemplo de precocidad. A los ocho años ya hizo su primer corto, proyectado en el Festival de Locarno, y a los quince presentaba su primer documental en la Mostra de Venecia, donde no pudo pasar a la proyección porque el film estaba pendiente de la calificación por edades. Un bagaje que le ha permitido debutar con tan sólo 18 años en el largometraje de ficción, rodando en Afganistán con un guión prohibido por las autoridades iraníes.

«Buda explotó por vergüenza» incluye las imágenes de la voladura por los talibanes afganos de las estatuas preislámicas de Bamiyán, que dieron la vuelta al mundo a través de los noticiarios televisivos. En ese impresionante marco coloca a una niña de las tantas familias que allí viven, concretamente perteneciente a la minoría chií, lo que provoca una serie de altercados con los suníes que se encuentra camino de la escuela. Baktay es una encanto de cría, que quiere aprender, a pesar de que las mujeres en su país lo tienen todo en contra desde la más tierna infancia. Por su firme y conmovedor tesón recuerda a las heroínas de los dramas rurales del chino Zhang Yimou, aunque lucha contra el fantasma de la guerra reflejado en los juegos de los niños, que reproducen las actitudes machistas de sus mayores, llegando incluso a imitar una lapidación. En ese punto la película, pero de forma más ingenua y elemental, conecta con el cine de Bahman Ghobadi en «Las tortugas también vuelan». Se trata de una obra mucho más sencilla, donde los símbolos no encierran dobles lecturas.

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