Al músico desaparecido
«Todas las mañanas del mundo»
Confieso que seguramente nunca habría conocido la música de Saint-Colombe de no ser por esta impagable película, una de las mejores en lo que se refiere a distinguir entre el arte auténtico y el comercial. Fue el propio músico el que eligió el anonimato, desoyendo los cantos de sirena que le llegaban desde la corte del Rey Sol, porque prefería tocar en la soledad de su cabaña y descubrir un sonido verdaderamente trascendente, capaz de ponerle en contacto con su fallecida mujer.
Ese romanticismo tenebroso es muy de Truffaut, algo que Alain Corneau, que también es un maestro del cine negro, parece entender en toda su profundidad. Poco se sabe de Saint-Colombe, aparte de las escasas partituras conservadas, así que el misterio existente deja la puerta abierta a una personificación tan mística y concentrada como la de Jean-Pierre Marielle. Plasma a la perfección lo que hubo de ser un jansenista convencido tocado por la magia de la música barroca y ahí es donde entra en escena el músico catalán Jordi Savall, para quien la viola de gamba no guarda ningún secreto.
Y no hay héroe sin antagonista, así que igual de imprescindible resulta la doble caracterización de Gérard Depardieu y su hijo Guillaume Depardieu, quienes se reparten la madurez y la juventud de Marin Marais. Entre ambos encarnan al músico conocido, al que pasa a la historia sin merecerlo, gracias a que supo vender sus composiciones e interpretaciones en los salones que estaban de moda en el siglo XVII. Pero, a fin de cuentas, cada uno elige su destino y Marais, al contrario que su maestro Saint-Colombe, prefirió la fama y el dinero al disfrute interior de la música.
En la banda sonora de la película los temas de Marais no desmerecen en apariencia con respecto a los de su mentor, o a los de Jean-Baptiste Lully o François Couperin, porque había entonces un enorme culto al manierismo y a la estética pictórica de Georges de la Tour.