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La nueva esclavitud

«Lilya Forever»

  Algo no funciona en nuestro entorno cultural, cuando una película que debería ser de visión obligada en todos los colegios se distribuye con seis años de retraso. Menos mal que había ganado cinco premios de la academia de cine sueca, además de triunfar en el Festival de Gijón, donde se llevó los premios de Mejor Película, Mejor Actriz y del Jurado de la Juventud. De no ser así, es posible que todavía estuviéramos esperando su tardía recuperación. Y era el momento oportuno, puesto que Lukas Moodysson se había consagrado internacionalmente con sus dos anteriores realizaciones, «Fucking Amal» y «Together», que situaban al cineasta sueco como uno de los mejores observadores de la juventud de hoy en día y sus problemas.

Con «Lilya Forever» ocurre lo de siempre, que hay un gran público que prefiere ponerse una venda en los ojos e ignorar realidades que están ocurriendo muy cerca de su casa, en esa tan cacareada Europa del desarrollo. Por su puesto que es una película dura de ver, pero por ello mismo necesaria. Moodysson se atrevió a reflejar sin paños calientes la trata de blancas con menores procedentes de los países del Este, antes de que el tema fuera objeto de interés por parte de la televisión y sus dudosos reportajes. Aunque se basa en la historia real de Dangoule Rasalaite, no pretende hacer un biopic ni nada que se le parezca. Utiliza el caso de esta víctima inocente de la política del deshielo en el bloque comunista como reflejo del engaño en el que viven tantas y tantas chicas rusas deslumbradas por el falso paraíso capitalista. A Lilya su madre le calienta la cabeza con el sueño americano, pero la abandona a su suerte, por lo que esta joven de 16 años tiene que prostituirse para sobrevivir. Sola y sin recursos, cree encontrar un novio en un chulo, que es el que la lleva a Suecia para corromper el mundo angelical en que se refugia.

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