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Pedro Esarte Muniain historiador y escritor

Prostitución del lenguaje: la condena

El cambio de concepción de las palabras que los medios de difusión provocan a fuerza de repetición, según Pedro Esarte, es especialmente grave porque la responsabilidad de los gobernantes jamás se aplica en las causas, sino a los efectos, es decir, «al disidente gobernado». Tras esa constatación, el autor enumera las razones por las que rechaza sumarse a las condenas morales respondiendo a la siguiente pregunta: «¿qué objeto tienen la condenas testimoniales, hechas desde una supuesta moral ejemplarizante?».

Dedicado a mi convecino y amigo Patxi Urrutia, en estos días aciagos para él y para otros

La información correcta debería ser la base moral del compromiso en la búsqueda del bienestar general de la sociedad. Pero hoy la información, televisada, radiada y escrita, privada o estatal (mejor que denominarla «pública»), se halla totalmente prostituida.

Dentro de ella, sus portavoces se erigen en jueces morales de la realidad social. El sistema impide la defensa de sus principios, a los que no alcanzan las cotas mínimas de la divulgación de sus motivaciones.

La repetición constante de las palabras nos encuadra dentro de la significación que se va dando a ellas. La gravedad del cambio conceptual dado a la palabra viene agravada, porque la responsabilidad del Gobierno, nunca se aplica en las causas del hecho al gobernante, sino a los efectos, es decir al disidente gobernado.

¿Resulta ilícito dejar el espacio de las condenas a jueces y tribunales solamente? ¿O es que se trata de estigmatizar a quienes vemos en las condenas públicas y sin efecto una denigración del otro que busca el beneficio político? ¿O se trata de marcar ideologías nefastas para el régimen, como fueron los no creyentes, judíos y musulmanes al socaire de la Inquisición?

Así, traducidas las actuaciones del Estado y sus medios de información, éstos se absuelven automáticamente de sus responsabilidades. El colmo y mejor ejemplo lo encontramos cuando los gobernantes asumen y encabezan manifestaciones. ¿Pero no son los gobernantes (poseedores de la legislación, educación, etc.) los responsables de la paz civil, del aumento de la delincuencia, crímenes, etc.?

El objetivo de los cargos y oficios al acudir a ellas es asumir las protestas, en obviedad de sus propias deficiencias públicas, eludiendo su responsabilidad. Así generalizan las cuestiones que no resuelven, y las llevan al campo impreciso de un mal endémico social, del que a nadie se hace responsable, o aún peor, a la víctima del sistema.

Mis razones para no sumarme a las condenas morales, gratuitas, parciales y descalificantes de parte del modelo social que las produce son muchas y explicables. El concepto diccional que tengo de la condena es el de una sanción que (justa o injusta), se impone por jueces y tribunales, y que no siempre la emiten con justicia.

Y entonces me pregunto: ¿qué objeto tienen la condenas testimoniales, hechas desde una supuesta moral ejemplarizante? Entre las múltiples respuestas que me ofrece mi discernimiento están las que siguen:

a) Es que tienen un fin político en que están promovidas y patrocinadas por dirigentes de opinión, y por tanto favorecen a quien busca el arrastre ideológico a su bandera. Naturalmente, no cuentan con mi apoyo.

b) También hay quienes las promueven y usan como medios del medro político. Tampoco cuentan con mi apoyo.

c) Las condenas son parciales y partidistas. No he visto que los promotores de las condenas lo hayan hecho sobre las agresiones ofensivas de los ejércitos de la OTAN: el escandaloso bombardeo de Serbia en el que intervinieron aparatos y pilotos españoles, desde 5.000 metros (para que no les alcanzaran los antiaéreos, pero con mayores «daños colaterales»), no creo que los muertos civiles produjeran otro efecto que las pagas suplementarias y medallas de quienes los produjeron.

En un reciente discurso del presidente del Gobierno a las tropas del Líbano, y dirigido al jefe del Estado y del Ejército, calificó como valiente y digna la labor de los soldados y emitió perlas como «creo poder resumir el sentimiento unánime... y decir ¡Majestad, felicidades!, en nombre de todos los servidores de España». «Con vuestra misión hacéis grande a vuestro país, España, -y- a Naciones Unidas, ...y el ideal de la democracia y la libertad». Cuando estas jerarquías se involucran en el juego de las «condenas», tampoco tienen mi apoyo.

d) En el juego de las condenas de manifiestos y manifestaciones que ocurren en el País Vasco se busca la condena moral y el rechazo social a la parte de la sociedad a la que se busca convertir en un gueto. Tampoco cuentan con mi apoyo.

e) Se condenan los efectos vertiendo múltiples análisis, en los que no se aporta una sola razón de las causas. Pero no se analizan ni juzgan estas causas que las han precedido. Por estas razones, tampoco estoy con ellos.

f) La manipulación de los efectos, y el montaje de las condenas públicas por los medios de comunicación han llevado a una ceguera social que ni tan siquiera aprecia la farsa de juicios como el 18/98, o el porcentaje de aprisionamientos sin juicios previos. La ausencia de condenas (ni siquiera en el contexto) por las supresiones de libertades y derechos que se producen contradicen cuando en otros casos se aplican diferentes fórmulas y medidas a quienes no subvierten el Estado. Insisto, no estoy por las citadas condenas.

g) Que las condenas parciales constituyen un acto de hipocresía mayormente, se halla fuera de toda duda cuando los condenantes obtienen beneficios, tanto políticos como económicos a través de los cargos como de su prestigio, ¡y qué prestigio!

h) De esa manera se produce una segregación social como objetivo, aisladora de las ideas de una parte de la sociedad, mediante una división y culturización engañosa del resto. Ello conlleva el acrecentamiento del afán en participar en condenas del oponente político, dando equivalencia de criminalidad a su ideología y haciéndola extensiva a su «entorno».

i) Como estos objetivos destruyen el derecho a la libre expresión y amparan la parcialidad jurídica, política, social y cultural, ocultan la motivación real de los hechos, de que existe un país que busca recuperar su nacionalidad, y se aprecia que su fin es la colonización mental de toda esta sociedad.

j) Todo ello va en trasgresión de la búsqueda de una paz civil para una sociedad cuya responsabilidad es de quien gobierna. Por tanto, haciendo de las condenas morales delitos sancionables, es el gobernante quien debería hallarse en el campo de los acusados.

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