Análisis | elecciones en rusia
Los retos de la transformación del modelo económico ruso
La diversificación de la economía sigue siendo urgente, para reducir la dependencia del petróleo y del gas. Un ojo de aguja es el sector eléctrico. Irónicamente, la escasez de energía eléctrica se ha convertido en un factor negativo para mantener el crecimiento económico.
Ursula CREUZBURG Economista experta en Europa Central y Oriental
Ursula Creuzburg ha vivido durante largas temporadas en Rusia y conoce de primera mano la evolución de su modelo económico, político y social en las últimas décadas. En este artículo, desgrana las luces y las sombras de esa transformación y plantea los principales desafíos de cara al futuro inmediato.
Rusia elige hoy nuevo presidente. Cerca de cien millones de votantes están llamados a las urnas para elegir, por tercera vez desde la desintegración de la Unión Soviética en 1991, a su máximo dignatario. Si hace unos pocos meses aún se especulaba con que el presidente saliente Vladimir Putin podría iniciar una reforma de la Constitución para poder presentarse como candidato para un tercer mandato, esa hipótesis no se plasmó finalmente. No obstante, Putin, quien después de ocho años en el cargo sigue manteniendo una cota de popularidad cercana al 80%, ha presentado a su delfín para el cargo más alto del Estado: Dimitry Medvedev, de 42 años de edad, al igual que Putin natural de San Petersburgo, y sin ninguna duda leal al presidente saliente.
En total, hay cuatro candidatos a presidente, además del propio Medvedev: Vladimir Zirinovski, por el partido liberal-demócrata; Guennadi Ziuganov, líder del Partido Comunista; y Andrej Vovdanov, gran maestre de los masones. El resto de candidatos ha quedado fuera de la pugna electoral debido a distintas razones, entre ellos los candidatos de los partidos demócratas (en lugar de ponerse de acuerdo en un candidato común, han presentado a un número demasiado elevado, lo que les ha impedido recabar el número suficiente de firmas para poder presentarse).
Ser presidente de uno de los países más grandes del mundo no es tarea fácil. La población de Rusia se acerca ya a 145 millones de personas, y vive en un territorio que abarca once usos horarios, desde Europa Oriental hasta el Oceáno Pacífico. Rusia es un Estado federal que se compone de 89 (así llamados) sujetos de la Federación, incluidas 21 repúblicas autónomas étnicas, administrados en su mayoría por gobernadores (por presidentes en estos últimos 21 casos). Todos ellos están bajo la égida del presidente de la Federación, que cuenta con grandes competencias según los principios del régimen presidencial.
Después del derrumbamiento de la URSS y la desintegración del imperio soviético en 1991, Rusia cayó en una profunda crisis estructural. La transformación de una economía planificada socialista en economía de mercado provocó una decadencia económica y social que se ha prolongado durante años, agudizada por la deuda externa soviética, que Rusia asumió globalmente, y por la huida del capital y la inseguridad generalizada.
El punto más bajo llegó con la crisis económica del 98, que hizo necesaria la renegociación de la deuda, con la consiguiente pérdida de prestigio. La posición de la URSS como actor en la política internacional era ya historia. Y Rusia parecía ir camino de convertirse en un país tercermundista.
La primera elección de Putin como presidente (2000) dio inicio a una fase de estabilización que tuvo una repercusión positiva en la economía, y también en la vida social, que comenzaban a recuperarse lentamente. Las ricas reservas de petróleo y gas, de metales y otras materias primas, contribuyeron a que el país pudiera aprovecharse de las buenas condiciones económicas mundiales de forma notable, por encima de la media.
Tras nueve años de crecimiento económico (sólo en el año 2000 el PIB creció un 8,1%), el país ha cambiado: auge económico, superávit en el presupuesto estatal y la balanza de pagos, la tercera reserva de divisas más grande del mundo, un volumen de inversiones extranjeras creciente (en 2001 el 4% del PIB) y una deuda externa mínima al haberla liquidado en buena medida antes de plazo. Rusia incluso ha pasado de importar trigo a exportarlo. Los sueldos se han triplicado en 7 años; sólo en 2007 subieron una media real de un 15%. La pobreza ha podido ser reducida, pero no es menos cierto que la brecha entre ricos y pobres ha aumentado de forma enorme.
Estos éxitos innegables en la transformación del modelo ecónomico han fortalecido la confianza de Rusia. El país está de vuelta en el mapa de la política mundial y sostiene sus propias posiciones como actor internacional. Sus posiciones y objetivos caracterizan a Rusia como un estado euroasiático, actor en un marco de conflicto entre intereses europeos y asiáticos, como simboliza el águila de dos cabezas que jalona el escudo de Rusia y que se refleja también en la relación entre Estado y sociedad.
No obstante, los progresos alcanzados en los últimos años no deben hacer olvidar que Rusia sigue inmersa en un proceso de transformación, y que su democratización sigue siendo una cuestión pendiente (de hecho, la democracia ha sido «vaciada»). Aunque también es cierto que lo que no ha existido ni existe no se puede vaciar. La democracia necesita para poder crecer y desarrollarse estructuras que en Rusia todavía están formándose. Está surgiendo una clase media; el mapa de las formaciones políticas es poco claro, y efímero, y la oposición está fragmentada. Los partidos vienen y van, lo que refuerza el papel de las personalidades. El concepto de democracia tiene poca tradición en un país tan marcadamente patriarcal. Los derechos y deberes individuales no están establecidos en la conciencia pública y las instituciones de la sociedad civil son aún débiles.
Naturalmente, también hay problemas económicos. Hoy, el factor más grave es la alta inflación, que en el año 2007 se disparó al 11,9%. En esta tasa de inflación se reflejan los puntos de conflicto más agudos, ya que, junto a los factores que actúan internacionalmente, como la subida del precio de los alimentos, petróleo y gas, entran en juego otros factores muy específicos: la escasez de obreros especializados, como consecuencia, curiosamente, del elevado crecimiento económico; el nulo aumento de productividad a pesar del alza de los salarios; o la falta de competencia que, sobre todo en las regiones, impide reducir costes.
El superavit de exportaciones y la afluencia de capital extranjero ha aumentado excesivamente el volumen de dinero presente en Rusia, mientras el Banco Central todavía no dispone de instrumentos para contrarrestar ese excedente de rublos. Consecuencia de ello es la creciente presión sobre la divisa rusa. El Banco Central intenta dirigir la revalorización para no poner en peligro la competitividad de la economía, pero las subidas de las tasas de interés prácticamente no tienen efecto. El sector bancario juega un rol muy pequeño en la realización de metas de política financiera, porque aún es relativamente débil. Pero, por otro lado, eso le ha salvado de sufrir las consecuencias de la crisis de las subprime.
Al fin y al cabo, son problemas estructurales que no han sido abordados en los últimos años, debido a la negligencia para realizar los cambios, lo que ha llevado a que la inflación se dispare. Esto, además, alimenta otro grave problema de la economía: la corrupción. La reforma de la administración y de la justicia sigue pendiente, y esas reformas podrían estar limitando ahora la corrupción y fomentando la actividad económica.
En política exterior también hay cuestiones problemáticas, que Putin ha solucionado únicamente de modo parcial, o muy parcial. Aún no se ha podido llevar a cabo el ingreso de Rusia en la OMC, aunque esperan hacerlo a lo largo del presente año. A ello ha contribuido también el debilitamiento general del papel de la Comunidad de Estados Independientes en cuestiones económicas y sociales, debido a la desidia de Rusia en las relaciones con el resto de las antiguas repúblicas de la URSS por distintas razones.
En otras palabras, al nuevo presidente le esperan desafíos y tareas enormes. La diversificación de la economía sigue siendo urgente para reducir la dependencia del petróleo y del gas. Un ojo de aguja es el sector eléctrico. Irónicamente, la escasez de energía eléctrica se ha convertido en un factor negativo para mantener el crecimiento económico. Tras la descentralización y privatización del consorcio estatal Sistemas Energéticos Unidos -metódicamente planificada-, se espera la llegada de capital extranjero a ese sector para poder financiar las inversiones necesarias.
Decisivos para el futuro de Rusia serán también las inversiones masivas en otras infraestructuras básicas, para llevar a cabo la modernización de las redes de ferrocarril y carreteras, así como de los sistemas informáticos.
El candidato recomendado por Vladimir Putin, Dimitry Medvedev, que no sólo cuenta con el apoyo del Kremlin sino también, desde el momento mismo del anuncio de su candidatura, con la simpatía de quienes respaldaban a Putin, subrayó en su discurso electoral de mediados de febrero que era consciente de la urgencia de los problemas que afectan a Rusia. Su credo es concentrarse en las instituciones, infraestructuras, innovación e inversiones.
Medvedev, que proviene de una familia de catedráticos de San Petersburgo, cumple con los requisitos adecuados. Jurista y especialista en derecho empresarial, acumuló experiencia en la administración municipal de San Petersburgo y en el aparato gubernamental y presidencial de la Federación. En noviembre de 2005 fue nombrado primer suplente del primer ministro. En general, se le considera liberal y con talante de buscar acuerdos y compromisos.
En su discurso de campaña hizo pública su intención de reemplazar, por decreto, los funcionarios del Estado en los consejos de administración por directivos independientes, para incrementar la eficacia de las empresas estatales. Sería ésta una enseñanza extraída de su actividad como director del Consejo de Administración de Gazprom. Tiene también en su agenda un proyecto de reforma fiscal. Pero lo más peliaguado podría ser su intención de retrasar la reforma de las pensiones y de la justicia.
Si gana los comicios, el éxito de su mandato dependerá sobre todo de la cooperación con el futuro jefe del Gobierno, y éste no será otro que Putin, tal y como anunció ante la prensa el 17 de febrero pasado. Se produciría así una bicefalia con todas las posibilidades y riesgos que entraña. Ambos son viejos compañeros de equipo, aunque Medvedev siempre ha sido el subordinado, pero como presidente estaría orgánicamente por encima de Putin. Esta nueva correlación de fuerzas entre ambos ha dado lugar a muchas especulaciones. Putin quiere mantenerse como la figura con mayor influencia en política y economía, lo que auguraría estabilidad; se espera que Medvedev le sea leal, y que a su vez reciba el respaldo de Putin, lo cual sería positivo para el proceso de reformas. Pero, al mismo tiempo, cabe pensar que el reparto de poderes podría ser alterado por una reforma de la Constitución, lo que reforzaría la posición del primer ministro. Pero también podría ser muy distinto, aunque ese ya es otro tema...