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crónica | engañoso crecimiento en japón

El consumo japonés se estanca por falta de reformas

Tras meses coqueteando con la deflación, Japón ha anunciado un incremento del 0,8% en los precios de enero, un dato que, sin embargo, no responde a un ansiado aumento del consumo en una economía todavía muy necesitada de reformas.

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Fernando A. BUSCA

A pesar de las apariencias, los japoneses han dado tregua a sus tarjetas de crédito, porque el incremento de los precios de enero responde únicamente al encarecimiento de las materias primas, con el petróleo como estrella.

En otras condiciones un repunte del 0,8% en la inflación como el anunciado por el Gobierno sería celebrado por los gestores económicos nipones, porque implicaría un incremento considerable del consumo.

Sin embargo, los números en apariencia benignos ocultan una mala noticia: el consumo, que supone más de la mitad de la economía japonesa, sigue anémico.

Un experto en el mercado financiero explicaba a la agencia local Kyodo que ha quedado comprobado que, sin contar con los precios de la energía y los alimentos, durante la segunda mitad del año los precios no sólo no se elevarían, sino que se reducirían.

El precio que Japón pagó en enero para inyectar en la economía la dosis mensual de petróleo aumentó un 8,6% respecto al mismo mes del año pasado.

Aguas tenebrosas

Mientras siguen sin llegar las reformas liberalizadoras que avanzó el primer ministro, Yasuo Fukuda, cuando tomó posesión de su cargo hace cinco meses, Japón va dejando atrás un periodo de relativa bonanza económica con grandes beneficios corporativos y pone proa hacia aguas tenebrosas.

Aunque la crisis de las hipotecas basura ha alcanzado sólo tangencialmente al archipiélago, Japón ha visto cómo el dólar ha pasado en sólo dos meses de costar 114 yenes a sólo 104, una losa muy pesada para sus grandes empresas exportadoras de automóviles y tecnología.

Además, el previsible parón en las exportaciones no podrá ser compensado por el consumo, ya que las empresas no han compartido sus grandes beneficios recientes con unos trabajadores que han visto sus sueldos congelados durante demasiado tiempo.

A esto se une la incapacidad japonesa para atraer inversión externa, con continuas trabas burocráticas a la entrada de capital extranjero y varios casos sonados en sectores que van desde la gestión de aeropuertos a la producción de cerveza.

La entrada de un fondo de inversión australiano en la empresa gestora de aeropuertos japonesa recientemente creó un alboroto interministerial en Japón. Nada más conocer la noticia, el Ministerio de Transportes redactó un borrador de ley para restringir la inversión externa en los aeropuertos, aunque luego ese documento terminó en la basura tras la entrada en escena del propio Fukuda.

Desde que el carismático Junichiro Koizumi dejara el timón del Gobierno japonés, sus dos sucesores, el errático Shinzo Abe y el propio Yasuo Fukuda, se han limitado a tratar de seguir manteniéndose en el cargo y a aguantar el embate de diversos casos de corrupción y errores en la gestión. Por ejemplo, la publicación hace unos meses de una nueva legislación sobre la protección contra los terremotos sin que el Ministerio competente facilitara a tiempo el programa informático necesario rebajó la construcción de edificios nuevos un 40%, un parón con un coste que se estima en medio punto del Producto Interior Bruto.

el poder, en el pld

La parálisis se acentúa por una situación política para la que la arquitectura institucional japonesa no está preparada.

El partido opositor domina desde julio la Cámara Alta y en la práctica tiene el poder de bloquear todas las iniciativas políticas del Partido Liberal Democrático (PLD) de Fukuda, que controla la Cámara Baja.

De todos modos, el primer ministro japonés no ha demostrado demasiada iniciativa en su gestión.

Desde que asumió el cargo, parece cada vez más evidente que el poder que durante la era Koizumi estaba en la oficina del primer ministro ha vuelto a donde siempre estuvo, en las oficinas centrales del PLD, donde los barones del partido velan por que las reformas no vayan demasiado lejos.

 

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