Lucha descarnada por el poder en el seno de la comunidad chiíta iraquí
Bagdad y buena parte de las ciudades del sur de Irak son escenario de una lucha encarnizada dentro del chiísmo iraquí. Las formaciones que sostienen al Gobierno colaboracionista buscan perpetuar su status quo y han decidido dar el golpe a un movimiento anti-ocupación, el sadrismo, en pleno debate interno sobre su actual alto el fuego y que aspira a consolidar su posición política en las elecciones de octubre.
Dabid LAZKANOITURBURU |
«¡Al-Maliki, traidor, al-Maliki, agente americano, fuera del Gobierno!», coreaba ayer una enfervorizada multitud en la populosa barriada chiíta del suroeste de Bagdad, feudo del movimiento chiíta anti-ocupación de Moqtada al-Sadr.
Más de 500 kilómetros al sur, en Basora, el primer ministro, el también chiíta Nuri al-Maliki, rechazaba la invitación a la negociación lanzada por los sadristas y reiteraba su apuesta militar contra la milicia de El Ejército de El Mahdi. «Negociar con gente fuera de la ley es inconstitucional», señaló.
Las calles de Bagdad, Basora y otras ciudades chiítas del centro-sur de Irak son escenario estos días de la lucha entre el pujante movimiento al-Sadr, popular entre la población pobre -la mayoría- de los chiítas -mayoritarios a su vez- de Irak. Hostil a los ocupantes y profundamente nacionalista, el sadrismo está enfrentado a las formaciones chiítas que sostienen el Gobierno, Al Dawa del propio al-Maliki y, sobre todo, la Asamblea Suprema para la Revolución Islámica en Irak (ASRII), tradicionalmente aliada a Irán y que cuenta con una milicia, las Brigadas Badr, que compone la base de las fuerzas armadas colaboracionistas.
Víctima de su propio éxito
Tras sus ensayos de revuelta armada de 2004 y 2005, el sadrismo conoció una ascensión fulgurante en 2006 y principios de 2007. Un crecimiento tan rápido que a la postre le convirtió en víctima de su propio éxito y supuso la proliferación en su seno, sobre todo en su milicia, de elementos que actuaban de manera indiscriminada e incontrolada, sobre todo contra la población sunita. Ello le supuso la enemistad de sectores de la resistencia sunita con los que mantenía buenas relaciones e, incluso, la animadversión de parte de su suelo político chiíta.
Alto el fuego táctico
La llegada de refuerzos estadounidenses a mediados del pasado año y el creciente hostigamiento ocupante contra el movimiento coincidió en agosto con el estallido de enfrentamientos en la ciudad santa de Kerbala entre las milicias Badr y el Ejército de El Mahdi.
Su líder, el joven clérigo Moqtada al-Sadr, apostó entonces por un alto el fuego táctico que le aliviara la presión y sirviera para ordenar su movimiento y librarlo de indeseables.
No faltó en esta decisión el cálculo de una pronta -aunque aún hoy no concretada- reducción progresiva de las tropas estadounidenses en Irak.
La represión contra su movimiento no cesó, sobre todo en Bagdad, lo que forzó al Ejército de El Mahdi a un repliegue hacia el sur, con la vista en Basora.
Al cumplirse los seis meses, en febrero, crecían las voces en el seno del movimiento que exigían a su venerado y mudo líder el final del alto el fuego.
Si las armas han permanecido calladas hasta ahora, hace tiempo que se rompió la tregua política entre las distintas facciones chiítas. Al-Sadr abandonó escalonadamente el año pasado el Gobierno y la alianza parlamentaria con el resto de chiítas y kurdos e, incluso, llegó a amenazar con renunciar a sus alrededor de cuarenta escaños.
Consciente de las dudas en el seno del movimiento, el Gobierno al-Maliki ha decidido esta vez adelantarse y dar el primer golpe, en un intento de noquear al movimiento.
Y justo a escasos meses de las cruciales elecciones provinciales de octubre, en las que el sadrismo espera muy buenos resultados, sobre todo en el sur, incluida la estratégica ciudad petrolífera de Basora.
Esta nueva crisis estalla a escasos meses de las elecciones provinciales y cuando al-Sadr acusa a las formaciones chiítas del Gobierno de asegurarse una representación por encima de sus electorados.
La lucha es encarnizada en Basora, pulmón económico del país que asegura, con la explotación y exportación del petróleo, casi la totalidad de los recursos del Estado iraquí.
Los enfrentamientos entre las fuerzas gubernamentales -asistidas por el Ejército estadounidense- y el Ejército de El Mahdi llegaron a la ciudad de Kut (170 kilómetros al sudeste de Bagdad), donde los combates durante varias horas se saldaron ayer con la muerte de al menos 44 personas, lo que eleva a 105 el balance provisional de víctimas mortales.
En Basora, el barrio de Jumuriyah era escenario de ataques con obuses de mortero y lanzagranadas. Al alba, tres policías murieron en el ataque contra el jefe de la Policía de Basora, general Abdul Jalil Jalaf, que salió ileso. Cerca de allí, un oleoducto fue atacado en un sabotaje contra la exportación de petróleo. La South Oil Company aseguró que las reparaciones tardarán tres días y no dudó en responsabilizar del hecho a la milicia de al-Sadr, que amenazó la víspera con hacer saltar por los aires las instalaciones petrolíferas si seguía siendo hostigada por ocupantes y fuerzas colaboradoras nativas.
En Bagdad, el portavoz civil del plan de seguridad de la capital, Tahsin al-Sheijly, fue secuestrado por un grupo de hombres armados no lejos de los combates. Hubo ataques con morteros contra la Zona Verde.