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Maite SOROA

El viaje terrorífico de Isabel San Sebastián

Las excursiones de los «expertos» del periodismo nacionalista español por tierras vascas dan mucho de sí. Ayer, en «El Mundo», Isabel San Sebastián recordaba una visita a Zizurkil en compañía de «una amiga que había sido elegida concejala allí en las listas del PP», y nos contaba así su experiencia: «Todavía nos preguntamos ella y yo qué clase de locos, héroes o náufragos necesitados de socorro votarían las siglas de su partido en un sitio como ése: el clásico pueblecito vasco y sólo vasco, situado al fondo de un valle cerrado, con su iglesia, su casa consistorial, su frontón y sus caseríos». La respuesta es clara: no les votó ni pichichi.

A Isabel le pareció «un lugar lleno de encanto», si no fuera porque «el papel oficial del Ayuntamiento lucía (e imagino que seguirá luciendo) el mapa que sirve de logotipo a la exigencia de reagrupamiento de los presos etarras en cárceles vascas, a la vez que dos plazas de la localidad llevan el nombre de otros tantos terroristas: Joseba Arregi y José Luis Geresta».

Una experiencia durísima, sin duda, la de Isabel y su acompañante: «Durante nuestro breve paseo por el encantador paraje nadie nos dirigió la palabra, aunque sí unas miradas torvas que destilaban odio en estado puro. Los escoltas no tardaron en recomendarnos que saliéramos de allí cuanto antes. La sensación que tenían ellos y compartíamos nosotras era la de estar en un territorio abiertamente hostil, ajeno al imperio de la Ley y huérfano del amparo que, se supone, brinda a todo ciudadano el Estado de Derecho. Ni que decir tiene que no vimos un policía, ni un guardia civil, ni un ertzaina ni cualquier otro agente del orden. En términos de seguridad, lo mismo podíamos estar en España que en medio de la selva colombiana. El único gobierno visible, palpable, presente y perceptible en Zizurkil era y sigue siendo el de ETA. Y no se trata de un caso aislado», pues «hay muchos reductos similares a Zizurkil en el País Vasco y Navarra. Muchos nichos de impunidad que dan cobijo a la serpiente, la nutren de presupuesto público, ahora que ha vuelto a las instituciones, y la proveen de ejecutores de sus siniestros designios». En efecto, terrorífico. Y sobre todo increíble. Pero, si no le gusta Zizurkil... que no vaya.

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