Un tribunal de apelación de EEUU ha revisado la condena a Mumia Abu-Jamal y le ha condonado la pena de muerte, substituyéndola por una condena a cadena perpetua. Las razones aducidas son puramente procedimentales y no entran a valorar el fondo de la cuestión: si Abu-Jamal fue o no el autor de los disparos que mataron al policía Daniel Faulkner en 1981, acusación ante la que el periodista siempre se ha declarado inocente.

Sin embargo la revisión acepta que los miembros del jurado impusieron la condena condicionados por la mala información del juez, al que Abu-Jamal acusa de racismo y de influenciar la sentencia. Cada vez está más claro que el intento por hacer de esta condena un castigo ejemplarizante contra la disidencia y contra el movimiento por la liberación negra se está convirtiendo en un boomerang contra el propio sistema.

Pero no se puede olvidar que, si bien Mumia se ha convertido en la punta de lanza contra la pena de muerte, su caso no es más que la punta del iceberg del sistema jurídico y penitenciario estadounidense. Ayer mismo se confirmaba la condena a muerte de un enfermo de esquizofrenia en Texas. Por todo ello es importante que la pequeña gota de justicia que trae la revisión de la condena de Abu-Jamal no se pierda en el océano de injusticia al que a diario se somete a miles de desposeídos de un sistema político criminal.