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Iñaki Etaio Askapenako kidea

Manuel Marulanda: una vida de lucha por una Colombia nueva

La violencia estatal, el paramilitarismo, el robo de tierras mediante el desplazamiento de comunidades a punta de motosierra, el servilismo frente al imperialismo gringo, la injusta distribución de la riqueza y las insultantes desigualdades sociales... esas son las causas de que Marulanda haya permanecido en la selva hasta su muerte

El domingo 25 las FARC-EP confirmaron la muerte del casi octogenario Manuel Marulanda. Los días posteriores leemos y escuchamos lo esperable en los medios de desinformación del sistema (ya sean éstos colombianos, españoles, franceses o vascos). Hasta aquí ninguna sorpresa. Lo que llama la atención algo más (quizás no tanto) es el silencio de algunos pseudoizquierdistas, de esos que critican el injusto orden internacional desde diversas tribunas y saltan de foro en foro mientras se desmarcan de aquellas luchas no «políticamente correctas» que, curiosamente, suelen coincidir con las listas de «terroristas», de «promotores del narcotráfico» y con los «ejes del mal» elaborados por el Pentágono y asumidos dócilmente por muchos gobiernos que incluso se dicen progresistas. ¿No hay acaso nada que decir sobre uno de los principales líderes revolucionarios americanos de la segunda mitad del siglo XX? ¿Nada que reconocer al dirigente de un movimiento que, de haber tomado el poder en Colombia, sería hoy uno de los principales pilares de la «Patria Grande» por la que luchó Bolívar?

Capítulo aparte merecen algunos tertulianos que estos días afirmaban que las razones que empujaron a Marulanda a luchar hace ya varias décadas tuvieron su razón de ser, pero que hoy en día no tiene sentido la lucha guerrillera en Colombia, utilizando, como no, el recurrente argumento de presentar a las FARC-EP como una organización que se desintegra y que se mantiene poco menos que a base del narcotráfico y de cobrar recompensas por secuestros. ¡Qué fácil es deslegitimar una lucha que no se conoce, tan lejos del dolor de los miles de torturados, desparecidos y asesinados, tan lejos de los tres millones de desplazados internos (de hoy en día y con nombre y apellido)!. ¡Qué fácil es afirmar que algunas luchas de ayer podían estar justificadas para, desde una postura pretendidamente «progre», descalificar a quien hoy en día cuestione el orden establecido! Aunque indignante, tampoco es nuevo. Si el Che siguiera hoy en día peleando en las selvas y montañas, ¿no sería un «terrorista» acaso? ¿No tendría varías órdenes de búsqueda y captura y una «circular roja» de la Interpol, al igual que Alfonso Cano, el designado sucesor de Marulanda al frente de las FARC-EP?

La historia más reciente de Colombia ha enseñado dolorosamente que en esa tierra no es posible construir pacíficamente una alternativa al régimen oligarca y pro-yanqui dominante. No hay más que estudiar la historia de Colombia tras el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán en 1948 para comprobar que los líderes guerrilleros que se desmovilizaron tras negociar con el gobierno de turno fueron casi todos asesinados o que alrededor de 5.000 militantes (incluidos tres candidatos presidenciales) de la Unión Patriótica, partido creado tras los acuerdos de 1984 entre las FARC-EP y el Gobierno de Belisario Betancourt, han sido igualmente exterminados en una «democracia formal». El libro «El sistema del pájaro: Colombia, laboratorio de barbarie» (Piccoli Guido, Ed. Txalaparta) describe detalladamente el brutal genocidio perpetrado contra quienes se han opuesto al régimen oligarca y al saqueo de las riquezas naturales por las transnacionales, ya sean guerrilleros, sindicalistas, izquierdistas, campesinos, pueblos originarios o simplemente sospechosos de simpatizar con la insurgencia. La violencia estatal, el salvaje paramilitarismo que con el Gobierno de Uribe ha penetrado como nunca los estamentos del estado, el robo de tierras mediante el desplazamiento de comunidades a punta de motosierra, el total servilismo frente a los intereses del imperialismo gringo, la injusta distribución de la riqueza y las insultantes desigualdades sociales... esas son las causas de que Marulanda haya permanecido en la selva hasta el momento de su muerte.

Manuel Marulanda, de familia humilde, hombre pausado y observador, supo leer y entender las trágicas páginas de la historia colombiana. Y aprendió la lección. Como dice una canción fariana «él nunca entregó los fierros, por eso la oligarquía, con rabia y alevosía, ataca con desespero al valiente guerrillero». Dicen que era desconfiado. No podía ser de otra forma para sobrevivir y seguir adelante con el proyecto de transformación de la sociedad. Marulanda era el último representante de aquellos 48 aguerridos campesinos que enfrentaron la Operación Marquetalia en 1964. Los 5.000 soldados asesorados por los gringos no pudieron acabar con lo que el gobierno denominaba «repúblicas independientes», que no eran sino comunidades campesinas huyendo de la violencia estatal a las que el Partido Comunista proveyó del soporte ideológico, y de las cuales surgirían las FARC en 1966.

El legendario Marulanda se va, pero el movimiento del cual era el máximo dirigente trasciende con mucho su figura y la de otros dirigentes. Cuando en una entrevista le preguntaron qué sucedería cuando muriera, con su habitual sencillez respondía que nuevos dirigentes surgirían entre los jóvenes que lo rodeaban y que la lucha continuaría. Esa misma lucha por la que ya dieron su vida Ciro Trujillo, Charro Negro, Isaías Pardo, Camilo Torres, Jacobo Arenas, Manuel Pérez, Raúl Reyes, y otros miles de guerrilleros, milicianos y militantes de izquierda.

Manuel Marulanda no ha visto la Colombia nueva ni la «Patria Grande» liberada, pero ha forjado sus cimientos. Su nombre quedará grabado en la historia de los pueblos junto a los de Tupac Katari, Bartolina Sisa, Bolívar, José Martí, Zapata, Sandino, Farabundo Martí, el Che, Fidel... En la futura Colombia las hijas e hijos de los obreros, los campesinos, los negros y los mulatos estudiarán en igualdad de oportunidades, y el retrato de Manuel Marulanda colgará de las paredes de las aulas.

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