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Avances en la pugna contra la «tradición»

Más participantes en el alarde mixto y menos en el tradicional. Ése es, en términos estrictamente cuantitativos, el resultado que deja el día de San Marcial en Irun. Si bien el desfile que convoca a quienes apuestan por la igualdad continúa siendo menos numeroso, la simple comparación matemática deja ver una tendencia que marca un hito positivo en la evolución de los últimos años en esta conflictiva celebración. Son cada vez más los que marchan por la normalización y el final de la segregación, mientras decrecen en número los partidarios de la discriminación por razón de sexo. Y, gracias al tesón y coraje de aquellas personas que durante estos años han luchado por la igualdad entre hombres y mujeres también en estas fiestas, son cada vez más quienes salen a la calle para mostrar su apoyo a la compañía democrática, mientras los incidentes e insultos tienden a lo residual.

No obstante, para el pueblo de Irun el objetivo no debe ser el crecimiento de uno u otro alarde, ni tampoco la tranquilidad de los festejos -especialmente si es a costa de la intervención policial e incentivos gastronómicos-. La verdadera buena noticia llegará un 30 de junio con un único alarde igualitario, que deje atrás definitivamente la incontestable división que hoy por hoy crea esta cuestión entre los vecinos y vecinas. En ese camino, el paso es lento. Y lo es en tanto en cuanto el propio alcalde, la máxima representación democrática del municipio, sigue tomando parte a favor del alarde discriminatorio y en contra de la legalidad. De esa legalidad constitucional que invoca como sagrada el partido al que pertenece ese alcalde (el PSOE) y al que no tardarían en defenestrar si vacilase a la hora de aplicarla en otros asuntos que consideran de máxima trascendencia para este país.

En pleno siglo XXI, cuando el mundo pretende avanzar con determinación de rango legal hacia la plena igualdad, ni a las instituciones ni a los partidos que las sustentan se les pueden tolerar actitudes como las que todavía se permiten algunos políticos en nombre de la «tradición» en su acepción más troglodita.

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