Análisis | Abordaje de barcos en aguas de Somalia
Nuevos piratas surcan los mares
El abordaje de barcos en aguas de Somalia ha encendido todas las alarmas. París y Washington han protagonizado rescates militares y priorizan una respuesta bélica que podría agravar la ya de por sí preocupante situación.
Txente REKONDO Gabinete vasco de Análisis Internacional (GAIN)
Frente a los análisis que defienden una solución militar del fenómeno de los abordajes en Somalia, el autor alerta de las consecuencias de una escalada de este tipo y desgrana las motivaciones y agravios que mueven a estos «piratas del siglo XXI».
Las actuaciones de piratas no son algo nuevo. Sin remontarnos a la época dorada de la piratería, cuando las potencias coloniales patrocinaban y reconocían esta acción a su servicio, durante las últimas décadas en diferentes partes del mundo se han producido situaciones similares. No obstante, la realidad que se ha venido forjando en las aguas africanas en torno al Cuerno de África presenta cambios sustanciales.
Si en otros lugares los ataques eran rápidos, la toma de rehenes breve y los buques o barcos capturados, de reducido tamaño, las cosas han variado sustancialmente. Los llamados piratas somalíes han logrado capturar estos últimos meses el mayor barco de la historia, un petrolero saudí, o un barco ucraniano con decenas de tanques. Éstos son sólo dos ejemplos de su capacidad operativa.
La respuesta de EEUU y sus aliados occidentales también está cambiando, y ya se anuncian planes para intensificar la presencia y la actuación militar. Si las tropas francesas actuaron hace unos días para rescatar a ciudadanos retenidos en un yate, los estadounidenses han hecho lo propio para lograr la libertad de un capitán en manos de los piratas. Desde hace unos meses barcos militares de algunos gobiernos europeos, de EEUU o de la OTAN, patrullan las aguas de la región, con India o China dispuestos a sumarse a ese contingente. Ahora las campanas bélicas vuelven a dominar los aires y las estrategias.
Washington ya ha anunciado la posibilidad de bombardear «los lugares donde se ocultan los piratas», poniendo de manifiesto su disposición a utilizar técnicas que le supongan un coste bajo a sus tropas las experiencias pasadas de operaciones militares en Somalia sigan generando pesadillas en los centros de mando de EEUU, y al mismo tiempo no impidan un gran número de «víctimas colaterales» (con el efecto contraproducente que a medio y largo plazo ello conlleva).
Fuentes militares reconocen la incapacidad para detener los ataques, alegando escasez de medios (veinte navíos no son suficientes para cubrir una región tan extensa), al tiempo que apuntan a los peligros que pueden desencadenar actuaciones militares más drásticas.
De momento, los grupos de piratas han continuado sus ataques, diversificando, además, su zona de actuación, y llevando asaltos cada vez más lejos de las costas africanas. Por otro lado, el uso de una respuesta militar conllevaría un cambio en la actitud de los piratas, que hasta la fecha ha tratado de forma «respetuosa» a sus rehenes.
Tampoco hay que olvidar el temor que recorre los despachos de algunas cancillerías, en el sentido de que este fenómeno acabe atrayendo la atención de algunos grupos que promueven la jihad transnacional y que estarían observando detalladamente los acontecimientos. El incremento de este tipo de movimientos en el Cuerno de África, como las milicias Al-Shabab que operan en el sur de Somalia, u organizaciones que se enmarcan dentro del paraguas ideológico de Al-Qaeda, pondrían otra ficha a este ya complejo puzzle.
Un error que se repite a la hora de analizar esta situación es la caracterización que se hace de los llamados piratas. Se les presenta como meros bandidos y fruto de la inexistencia de un Estado estructurado en Somalia. Sin embargo se trata de jóvenes que han visto y sufrido las consecuencias de la intervención militar de EEUU en los 90, que lejos de cumplir sus promesas, creó más caos y miseria.
También son pescadores que ven cómo su país es incapaz de regular la explotación de sus recursos y que asisten a su explotación sin ningún control y beneficio para el pueblo somalí. Como señalan algunos conocedores de la realidad local, «se sienten robados; lo primero que hacen es comprar un arma para defenderse de los ataques y, de pronto, descubren que ellos también pueden robar y cambiar las tornas, y de ahí ya sólo hay un paso para que se transformen de pescadores a piratas».
Esa cruda realidad está cambiando la propia sociedad somalí, que ve cómo «los piratas distribuyen parte de sus beneficios entre la población, generando y estimulando el comercio local, creando empleos y, sobre todo, convirtiéndose en un modelo para la juventud del país».
Más allá de la incapacidad manifiesta del Estado somalí para reconducir la situación cabría recordar a las potencias occidentales que su actuación es una de las raíces de este nuevo fenómeno. La explotación pesquera, sin control ni tasas, por parte de barcos europeos y japoneses que se aprovechan de la situación; la utilización de las aguas de la región como vertederos nucleares incontrolados por parte de los gobiernos occidentales; el desempleo que azota a los pueblos y sociedades locales; la pobreza y el hambre, e incluso las consecuencias de la lógica intervencionista de Occidente, que no duda en utilizar a sus gendarmes locales (Israel o Etiopía) al tiempo que expande la guerra y sus terribles consecuencias, son algunas de las claves para entender esta realidad.
Este tipo de actuaciones nos permite dudar de quién es el verdadero pirata y, sobre todo, ayuda a comprender quién se ha venido beneficiando de la situación y quién ha padecido este tipo de políticas coloniales.
La apuesta por una intervención militar acarreará un incremento de las actuaciones violentas de los llamados piratas y podrá extender el área de actuación a otros mares, haciendo que el conjunto del tráfico marítimo se vea inmerso en serias dificultades. Tampoco podemos excluir a otras fuerzas que atendiendo a sus intereses puedan acabar colaborando o aprovechándose de la situación en su propio beneficio, impulsando una escalada de actuaciones sin control que desestabilizarían aún más la situación.