Eduardo Renobales historiador
De Txiberta a Irun-Hendaia
Durante los meses de abril y mayo de hace 32 años se desarrollaron en Txiberta unas reuniones políticas de todo el arco político vasco bajo el auspicio de Telesforo Monzón. El tiempo pasado y la falta de resultados han creado sobre este cónclave abertzale un manto de silencio, yo creo que interesado, al menos por parte de algunos de sus participantes, que no ocultan sin embargo la importancia de lo que allí ocurrió.
Muerto recientemente el dictador Franco, se puso sobre la mesa una solución global al problema de la relación entre Euskal Herria y el Estado español en términos de resolución de conflicto. Una aspiración de tal calado debería haber contado con una implicación efectiva de sus actores, en aras del bienestar común.
Nada más lejos de la realidad. Los intereses partidarios de algunos se interpusieron a los deseos de la mayoría y el fracaso colectivo deparó que el conflicto vasco, en todas sus expresiones, se mantuviera como una herida engangrenada que no podía ya sino supurar y sangrar indefinidamente salpicando al conjunto del pueblo.
Este ejemplo histórico me resulta cercano ante los intentos del Foro de Debate Nacional de buscar unos acuerdos de mínimos. Como historiador, pongo al servicio de los interesados en el tema mi análisis de lo que significó el fracaso de Txiberta con el nada disimulado deseo de que ahora se avance de verdad en la resolución del conflicto.
La marea humana que se vio hace pocos días en la muga durante la celebración del Aberri Eguna, es un punto positivo sobre el que desarrollar el trabajo de acercamiento. La gente demuestra claramente que está en disposición de aproximar posturas, de lograr acuerdos y alcanzar entendimientos desde las propias posiciones. Falta ahora el valor de sopesar las inclinaciones personales en la balanza de los intereses nacionales, abrir el abanico de egoísmos propios y cruzar los dedos para que no ocurra igual que en 1977.
Esa histórica dinámica de autodivisión dentro del mundo abertzale por diferentes causas (la religión, la actividad de ETA, los intereses electorales, las estrategias partidarias...) únicamente propicia el enquistamiento del conflicto y el alejamiento de sus soluciones. Ahora tenemos al unionismo instalado en el poder autonómico desde el que desarrollará una estrategia de españolización de la CAV, algo que no solucionará los problemas existentes, sino que los agravará. Los dos partidos unionistas parecen no comprender que en el fondo ello no les beneficia particularmente en cuanto a normalización política y social, pero parecen indiferentes mientras puedan seguir sacando beneficio partidista y estratégico del tema, aun teniendo que pagar también un precio. Cuestión de prioridades nuevamente.
Lo no solucionado en Txiberta se torna rémora en el día a día político del país y cada vez más demuestra que posiciones y planteamientos errados suponen un suma y sigue para con algo que debería estar a estas alturas solucionado. Ni me valen ni admito la eterna excusa de la culpa del otro como justificación de las impotencias y miserias propias. La autocrítica, algo elemental para cualquier demócrata, en este país brilla por su ausencia. Ello representa uno más de los escollos que nos atenazan como individuos y como pueblo.
Mi visión del problema se ajusta a la realidad de sumar coincidencias, aparcar discrepancias profundas y trabajar en el entendimiento en aspectos discordantes pero solucionables a corto plazo. Y dejar, olvidar o apartar a aquellos que mantengan posturas inmovilistas e intransigentes. Está muy bien mantener proclamas políticamente correctas, pero este Pueblo necesita movimientos tangibles en este sentido. No vale mantener posicionamientos que cualquiera puede admitir como propios y luego quedarse ahí, pues el de enfrente es emplazado a posicionamientos que difícilmente puede asumir a ese mismo corto plazo. Hay que dar pasos y avanzar, sin mirar por encima del hombro qué hacen los demás.
Las sombras que se cernieron sobre lo ocurrido en Txiberta nos sirven de ejemplo, a no seguir, en la situación actual. En los claroscuros que se tienen sobre las reuniones, culpas, descalificaciones y exculpaciones actúan en función del interés de cada cual. Brevemente intentaré explicar, desde mi punto de vista, lo que Monzón intentó pero no logró.
Lo más socorrido es echar la culpa de todo a ETA. Vende muy bien, pero es mentira.
Primero habría que explicitar de qué ETA se habla. En Txiberta hay tres corrientes que ejercen la lucha armada y que no mantienen las mismas posturas. No ocultaré que las estrategias de las tres ramas de la organización son en parte responsables del fracaso de las conversaciones.
Tanto PNV como ETA-pm habían tomado una decisión partidaria a la cual se atendrían. ETA- m, por su parte, igualmente no estaba por la labor de facilitar el camino a nadie, de forma que se atrincheró en sus posiciones y esperó a ver qué pasaba. Resulta notorio que entre las dos ramas principales de ETA existía no sólo una pugna por hacerse con el control de todo el potente movimiento de resistencia vasco, sino también una desconfianza enorme que les impidió rentabilizar el formidable potencial del que su mundo político se había hecho merecedor durante la pugna con la dictadura. Y, lo que es peor, no acertaron a descubrir el grado de debilidad interna que el PNV sufría. Nadie en realidad sabía qué cuota de respaldo tendría un partido que se había pasado la última década preparándose para cuando cayera Franco en vez de luchar contra él.
En medio no terminaron sólo los mediadores recibiendo las andanadas de unos y otros. Una serie de pequeñas formaciones que podrían haber sido impulsoras de una nueva realidad resultaron semi hundidas entre las dos aguas, en el centro de la vorágine, sin apenas poder alcanzar la orilla. Su papel era difícil; al final quedó reducido a casi nada.
Tras un análisis exhaustivo y extensivo, tanto de documentos como de recuerdos, nos queda la sensación de que Txiberta no tuvo oportunidad alguna. A su derredor se sentaron gentes que tenían su lección particular bien aprendida, de carrerilla, de memoria. E hicieron defensa cerrada de sus intereses; seamos benévolos, de sus planteamientos políticos de futuro.
Como era previsible, el desacuerdo alcanzado en Txiberta, genera aspectos muy negativos al conjunto de la ciudadanía del país.
En primer lugar, la lucha armada no puede ser desactivada, con las implicaciones de sufrimiento y dolor que genera a múltiples bandas. No sólo el esfuerzo que se pone en practicarla o reprimirla, influye negativamente todo ese conjunto de energías que no puede ser encaminado hacia aspectos positivos que generen riqueza (intelectual, ética o material).
En segundo lugar, se establece una base para un posterior enfrentamiento entre nacionalistas, autonomistas contra soberanistas; con el añadido interesado de que la pugna acelera, y esconde, la separación estratégica de Nafarroa. Todo ello favorece que la soberanía española se imponga al conjunto de la sociedad con más facilidad de lo en un primer momento se sospechaba.
No ayuda en realidad, aparte de intereses partidarios concretos y puntuales, que la izquierda rupturista se mantenga durante casi dos décadas al margen del juego institucional autonómico, promocionado desde la transición, a la vez que el PNV se sumerge en él con entusiasmo. El partido jelkide quería que el desarrollo económico del país se trasformara también en capital político, y ahí iban a estar ellos.
En definitiva, la ruptura de Txiberta provoca un enfrentamiento entre abertzales (colaboracionistas frente a radicales) que no soluciona ni uno solo de los problemas endémicos del país y que tiene un observador interesado: el Estado. Tal oposición incide no solamente en el desarrollo social a todos los niveles, sino también en la más absoluta de las carencias en torno a la construcción nacional. «¿Es que quienes no pertenecen al partido no tienen derecho a intervenir en las grandes decisiones que se refieren directamente a la patria?», se pregunta José Luis Elkoro. «El futuro de Euskal Herria no puede constituirse en base a hechos consumados que obliguen a la mayoría de los demás».
No se trata, pues, de repartir culpas y parapetarse tras justificaciones. Se trata de avanzar en la normalización social y política. Para ello se necesitan solidaridades y sobran numantinismos. Se precisa sumar a todos, pero nadie es imprescindible. Es mejor avanzar cuatro de inicio con una meta clara, que cuatrocientos que no saben a dónde van.