CRíTICA cine
«El albergue rojo»
Mikel INSAUSTI
La nueva versión de “El albergue rojo” solamente acierta en el tratamiento estético, al no conformarse con la simple ventaja del color sobre el original en blanco y negro. Desde los títulos de crédito ya se puede comprobar, con las letras en un rojo sangriento, el afán por emular a las películas terroríficas de la Hammer inglesa. La iluminación en interiores conecta además con el vivo cromatismo empleado por Roman Polanski en “El baile de los vampiros”, acentuando así el carácter paródico de la propuesta, en cuanto comedia macabra rodada en decorados que se prestan a una puesta en escena vodevilesca. Lástima que el más que adecuado trabajo del director de fotografía Gérard Sterin no se corresponda con la ramplona realización de Gérard Krawczyk, quien no acierta a enfatizar los elementos teatrales en su incapacidad manifiesta para dominar el espectáculo granguiñolesco. Si la intención era hacer el equivalente francés del “Sweeney Todd” de Tim Burton, título con el que coincidió en origen en su fecha de estreno, sólo cabe concluir que no resiste la más mínima comparación en lo limitado e inofensivo de su humor negro.
En el apartado concreto de la comicidad, Christian Clavier es quien aparece como máximo responsable, por ser el protagonista, además del coautor del guión. Los cambios que introduce con respecto al argumento del clásico escrito por Jean Aurenche y Pierre Bost no pasan de puramente anecdóticos, cambiando al mono de feria por un oso y al muñeco de nieve por un espantapájaros.
Delante de la cámara, su sobreactuada gestualidad la justifica con el pretexto de que el dueño de la posada ha de comunicarse con su hijo sordomudo por el lenguaje de signos. El personaje en cuestión ya no da miedo, sino que es convertido en un torpe criminal cuyas meteduras de pata hacen gracia. Para acabar de salir bien librado, el muy listo deja la papeleta de tener que emular a Fernandel, haciendo de sacerdote, al bueno de Gérard Jugnot, sobre quien recae el mayor peso del enredo.
