El decimoctavo cumpleaños, el peor para muchos jóvenes inmigrantes en Euskal Herria
Eencontrar trabajo siendo joven es, hoy por hoy, tarea complicada en Euskal Herria. Si además el joven es inmigrante, se puede hablar de una misión imposible sin miedo a exagerar. Ésa es la realidad con la que se topan decenas de inmigrantes que, un buen día, el mismo en el que celebran su decimoctavo cumpleaños, se encuentran de repente con la vida. Una vida nada prometedora. Deben salir de forma obligatoria del centro de acogida donde han pasado los últimos años y, en una buena parte de los casos, acostumbrarse a dormir bajo la estrellas. Ya no contarán con el soporte de la institución foral que ha cuidado de ellos más con patrones paternalistas y asistenciales que con una verdadera intención de prepararles para un futuro complicado.
Y por si todo esto fuera poco, en esa larga carrera de obstáculos a la que se enfrentan, en la línea de salida notan atado a sus zapatillas un pesado lastre: la negativa imagen social que los medios de comunicación han construido en torno a un colectivo hetereogéneo, donde, como en botica, hay de todo. Pero el estereotipo los condena como vagos y conflictivos. Y ellos sólo quieren vivir como los demás. Ni mejor, ni peor.