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Francisco Larrauri Psicólogo

Una fotografía y mil palabras

Por un lado camina el discurso propagandístico e ideológicamente erróneo de provocar una ceguera funcional en el pueblo, escondiendo las fotos de las plazas y de las tabernas, y por el otro lado corre la tozuda realidad, que también han descubierto un sesenta y uno por ciento de su ciudadanía

En la excepcionalidad política que nos ha tocado vivir en Euskal Herria en el comienzo del siglo XXI, las fotografías de los prisioneros vascos son perseguidas por la coalición PP-PSE-PSOE, empeñada en que no recordemos a los ausentes en las fiestas de nuestros pueblos e imputando a los detenidos por «enaltecimiento del terrorismo». Esta excepcionalidad, que marca una clara tendencia al pseudofascismo, es el resultado de una transición democrática realizada por los vencedores que, a diferencia de otros países, se autoperdonaron su responsabilidades en los crímenes cometidos. Aquel ideario basado en la conservación y la defensa de la sagrada integridad territorial el Estado se ha encargado de aglutinarlo de nuevo, persiguiendo las ideas, los periódicos, las organizaciones civiles y culturales vascas que ofenden su sagrado espacio vital. Y estas semanas, fiestas en multitud de pueblos de Euskal Herria, el Gobierno vasco ya considera una ofensa incluso las fotografías de los presos políticos vascos y justificada la correspondiente agresión.

Sin embargo, los ministros españoles Chacón y Rubalcaba no explican por qué permiten a sus subordinados mantener la siniestra foto del genocida Franco en cuartelillos y residencias militares.

En nuestras fiestas son muchos los que estarán ausentes. Sabemos de los encerrados en tierra de nadie, de otros aislados con un océano de por medio y de otros prestados al mejor postor, como en tiempos de la esclavitud. También sabemos de los que no sabemos, todos y todas muy lejos de casa. Y es precisamente en estos días de kalejiras y fanfarrias que nos queremos acordar y compartir en plazas y txoznas, lo que ocurre cerca y lejos de ellos, porque forman parte del lenguaje de Euskal Herria, aunque ahora sea un delito enseñar sus fotos. Estas fotografías son una imagen latente, visible, que contiene en sí un discurso manifiesto de más de mil palabras, y que revela la persecución a que está sometida Euskal Herria por el pacto de Estado. Por tanto, es el mismo Rodolfo Ares quien pone blanco sobre negro aquello que pretende disipar, y desmiente y contradice el discurso de López pregonando que el Gobierno vasco está volcado en las grandes tareas para solucionar la crisis económica y otras gestas públicas más importantes, como eliminar el derecho a decidir. Esta jerarquía de tareas no cuadra con entablar la batalla del gato y el ratón, con sus efectivos y dineros, para retirar unas fotos y enjaular las pintadas, aunque se la disfrace con algo tan vago como que los presos no encuentren relevos tan jóvenes. Estas profundas teorías para una justificación injustificada se contraponen contra la sencillez explicativa de la realidad. Cuando a Kierkegaard le preguntaron por qué creía, contestó: «Porque mi padre me lo ha dicho».

Han empezado por el simbolismo de la imagen, pero un perito filósofo debería explicarle al gallego Ares que el simbolismo que reúne y vincula a un grupo es susceptible de ser trasladado o transferido, o sea, que la carga afectiva puede muy bien mudar de objeto, con lo que todo se convierte en una guerrita diabólica (antónimo de simbólico) que con el tiempo acabarán perdiendo porque juegan en territorio no amigo. Siempre existirá un simbolismo hostil para acreditar el derecho a la propia existencia y, por tanto, el espejismo de Ares y López de acabar con la realidad, velando las fotografías de los presos, es una ilusión. Por un lado camina el discurso propagandístico e ideológicamente erróneo de provocar una ceguera funcional en el pueblo, escondiendo las fotos de las plazas y de las tabernas, y por el otro lado corre la tozuda realidad, que también han descubierto un sesenta y uno por ciento de su ciudadanía.

En las últimas semanas, despistados políticos han dictado un curso de seguridad con lecciones milimétricas que aprendieron en su infancia. Y es que corear y copiar es más fácil que ser observador, creativo, original y autor. Y con este plagio del modelo de seguridad se transmutan con aquellos fascistas que utilizan las fotos de Franco a modo de entrenamiento y costumbre para construir aún hoy auténticos bunkers ideológicos donde se aprende y se practica la tortura

En el día a día han embrutecido con la justificación de su violencia injustificada. Ambicionan un apartheid total, porque la rabia y el odio no admite demora. La simplificación de las fotografías habla por sí sola. Cuanto más clara sea la realidad, mayor será la simplificación y, por tanto, las burradas. ¡Al tiempo!

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