Si usted, como una servidora, no tiene repajolera idea de economía, imagino que con esta historia de la crisis habrá optado por la mejor de las soluciones: la de obviarlo todo, no creerse nada y llamarse a andana con todo lo que le cuenten. Un amigo de un amigo funciona así en todos los órdenes de la vida y la verdad es que no le va tan mal. Éste desconfía de todas las noticias, sean buenas o malas, que alcancen categoría de titular periodístico. No es que sólo desconfíe. Es que no se las cree. Por no creer, no cree que las pirámides de Egipto lleven allí siglos y, por pura lógica, tampoco pierde el tiempo en tratar de comprender dónde están las claves de la crisis mundial. Dice que todo es mentira. Que no hay tal crisis. Y que el mundo sigue y seguirá dividido entre ricos y pobres. El otro día, la televisión entrevistaba a una mujer de la alta burguesía madrileña. No sé su nombre pero tampoco importa un pimiento. Hay cientos, miles, como ella. Afectadas hasta la extenuación, alargan las eses cual serpientes silbantes y entonan nasalmente para poder decir que en la crisis el problema no son los pobres, porque ellos ya están acostumbrados a serlo. Desde una boca estirada hasta las orejas, dijo que el verdadero drama de la crisis la tienen los ricos, que no tienen cash para ir al supermercado. Le faltó contar que Borja Mari tuvo que pagar el caviar ruso en la delicatessen con un Miró, que era lo único que el pobrecito tenía a mano. Ahora entiendo mejor los rescates de bancos, las ayudas a las industrias del automóvil y todo lo demás. Apoyemos a los ricos, que lo necesitan de verdad, no vaya a ser que en una de esas arranquemos a los pobres de su miseria y, acostumbrados como están a ella, enfermen y mueran de nostalgia. Pura lógica.