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Óscar ortiz de urbina, 450 victorias y la ilusión de ganar la estadística

El gasteiztarra Óscar Ortiz de Urbina no nació con una fusta debajo del brazo. Sin antecedentes familiares, a diferencia de muchos de sus homólogos, se ha hecho un nombre como jockey. Conoce los secretos del oficio y con 37 mantiene la ilusión que a los 14 le llevó hasta los caballos.

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Miren SÁENZ I

Fue el primer jockey del Estado español en instalarse en Inglaterra, el santuario de la hípica. Tenía 21 años cuando hizo las maletas en busca del conocimiento y la experiencia que le ayudaran a mejorar como profesional y se instaló en Newmarket, una pequeña ciudad al este de la isla con casi más caballos que personas. En el siglo XVII sirvió de escenario de la primera carrera oficial y permanece como centro neurálgico porque, desde el Museo a la presencia del purasangre en las calles, todo en el lugar sugiere ambiente equino. Allí ha vivido Óscar Ortiz de Urbina durante los últimos 14 años.

«Es la cuna. Newmarket es un pueblo como Lasarte, aunque hay 3.000 caballos en el entrenamiento. En Inglaterra está el mejor turf». Allí se cuecen los asuntos relacionados con su trabajo, desde los entrenamientos a las subastas, aunque hay otros lugares en alza como Hong-Kong y Japón.

El gasteiztarra emigró a mediados de los 90, coincidiendo con el cierre del hipódromo madrileño de la Zarzuela. Entonces faltaba trabajo y sobraban jinetes en paro. Hace nueve meses decidió aprovechar una oportunidad, dejar atrás el frío británico e instalarse junto con su mujer inglesa en Madrid. Le llegó en un buen momento, cuando atravesaba un «bajón deportivo», así que estos días agradece el clima castellano, fresco al amanecer -sobre todo en los gélidos hipódromos- y soleado a mediodía que le permite montar en otras condiciones, al menos meteorológicas, más agradecidas.

Con sólo 14 años ya había descubierto su pasión por los caballos y a esa edad abandonó Gasteiz para ingresar en la Escuela de Aprendices. A los 16 debutó en Donostia a lomos de Don Giorgio y venció en su primera carrera. Fue un augurio para alguien que cree haber disputado más de mil en las que al menos ha cosechado 450 victorias. «Lo sé porque precisamente las conté el otro día».

Guarda un especial recuerdo de la Copa de Oro, cuando a lomos de Persian Ruler se adjudicó la edición de 1999. Pero ni siquiera la jornada grande del hipódromo donostiarra, con el público volcado y jugando en casa, puede igualarse a su triunfo en una carrera de la Royal Ascot, en Buckingham Palace. «Ganar en Ascot fue cumplir un sueño, aunque no me olvidaré de ninguna de las dos victorias en mi vida». Y es que competir en el circuito inglés es jugar en Primera División. Montar los mejores ejemplares, en escenarios de prestigio, con amplia cobertura informativa, entre sombreros imposibles y apuestas a la altura del evento. «Aquello es otro mundo. Se vive mucho y se apuesta más. Desde el lechero al albañil se juegan un par de euros a los caballos», recuerda. Aunque los jinetes tienen prohibido invertir en pronósticos no es ajeno a una realidad en la que opina que sin apuestas no hay carreras. El deporte vasco sabe bastante de eso. Al estilo de herri kirolak, el juego se ha convertido en el elemento de supervivencia.

El Epsom Derby es la prueba que le hubiera gustado ganar, más que el Arco de Triunfo o cualquier otra: «Cómo he estado en Inglaterra me haría más ilusión que la prueba francesa». Un objetivo algo más realista le anima a intentarlo con la estadística, aunque reconozca que el premio a la regularidad, donde va segundo, está complicado porque «el primero me lleva bastante ventaja». Se trata de Julien Grosjean, cuya particular estadística de 2009 es algo mejor.

La temporada estival se le dio bien. Se llevó diez carreras y el Kutxa. «Un verano redondo. En Donostia me motivo mucho porque quieras o no estoy corriendo en casa», matiza. Su calendario laboral está ocupado casi todo el año. El cambio de domicilio y su anterior fichaje por la cuadra Vadarchi de Angel Archilla le deparan veranos en Donostia, primaveras y otoños entre Madrid y Sevilla y parte del invierno en Málaga.

En estos lugares pretende mejorar sus resultados y recuerda al oiaurtzarra Ioritz Mendizabal, ganador de la estadística de jinetes en tierras galas: «Ese sí que tiene mucho mérito. Lo que ha hecho ese chaval es de quitarse el sombrero porque es muy difícil».

Pero sí a alguien admira el gasteiztarra es a Frankie Dettori, el afamado jinete originario de Milán que en 1998 ganó en Ascot cada una de las siete carreras en las que participó.

De su misma generación, a Dettori se le recuerda por su habilidad para sacar lo mejor de los caballos, especialmente en las últimas etapas de la carrera. «Es muy enérgico, una máquina y ha ganado las más prestigiosas».

Cerrar la boca

Con 37 años le corre cierta prisa, puesto que que calcula su retirada para los 45. Su profesión, como tantas, tiene fecha de caducidad «es un deporte muy duro que castiga mucho el cuerpo». Admite, sin tapujos, que mantener la báscula a raya resulta complicado. Con sus 1,68 metros de estatura es más bien tirando a alto para lo que se estila en una profesión de pesos pluma. «Ando por los 54 kilos y tengo que estar en 53. Cuando debuté no pasaba de 41. Ahora habrá pocos chavales de 16 que pesen eso. Cuesta mantenerlo, aunque tengo la suerte de que mis huesos no pesan demasiado. Yo los sábados casi no como, ni tampoco ceno y normalmente hago una comida al día». Sabe que el cuerpo se hace y el estómago se acostumbra «cuanto más le des más quiere. Así que hay que marcarle una rutina».

También tiene ventajas. A él le ha permitido ver mundo practicando un trabajo que le apasiona cerca de los animales. Tiene fama de respetarles: «¿Cómo no voy a querer a los caballos si me dedico a ésto?. Además, tengo tres perros». Defiende que los purasangre son puro nervio y están hechos para correr. «Sufren lesiones como todos los deportistas pero se les cuida al máximo. Tienen una alimentación mejor que la mía, un veterinario a su disposición, duermen en una cama siempre limpia. En invierno se les tapa con una manta, en verano se les ponen hasta ventiladores si hace calor. Mejor cuidados no pueden estar». Cuando cuelgue la fusta quiere seguir en el paddock. Quizás como entrenador, «aunque no va ser tan bonito».

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