CRíTICA cine
«La vida loca»
Koldo LANDALUZE
Poco después de haber finalizado el rodaje de este documental, el fotógrafo Christian Poveda era asesinado en San Salvador el 2 de setiembre del 2009 a manos de unos integrantes de la mara salvadoreña Salvatrucha. Durante dieciséis meses, Poveda vivió sobre el filo de una navaja y plantó su cámara en territorio de la Mara 18 de San Salvador para mostrarnos un modelo de conducta vital que, en todo momento, coquetea con la muerte. Brutal como la vida misma, este excelente trabajo nos descubre los hilos sobre los que se sustenta un código legado de las bandas que campan en Los Ángeles y que tiene mucho que ver con el desarraigo en el que conviven muchos adolescentes que han encontrado en este primitivo estilo de vida tribal lo que nunca encontraron en sus familias. Tras sus poses de guerreros de antaño, los maras personifican todas las carencias de una sociedad sin rumbo y que tiende a reinterpretar los valores sociales pasados desde una óptica particular que encuentra en la violencia su principal caja de resonancias. La cámara de Poveda nunca se muestra inquisitiva, se limita a atrapar lo que encuentra a su paso y transmite con naturalidad cada uno de los episodios que protagonizan la Mara 18 y su eterna rival, la Mara Salvatrucha.
La imagen iconográfica de los maras multitatuados adquiere su sobrecogedora dimensión real a lo largo de este periplo incierto en el que el espectador, probablemente también el propio autor, intuye la tragedia al doblar cada una de las esquinas que delimitan los territorios de las maras. La fiereza del mensaje está en los propios rostros perfilados con tinta y dolor de los protagonistas. Sus gestos y palabras nos advierten de una realidad que tiene mucho que ver con el desamparo en el cual se han visto obligados a cohabitar y que han transformado en una espiral de violencia e incertidumbre. Tras el telón de los tatuajes, se advierte la sonrisa del que se siente vivo, al menos, durante un día más.