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Análisis | Crisis política en Honduras

Tegucigalpa ha sido el escenario para la victoria del «smart power»

 La secretaria de Estado de Estados Unidos, Hillary Clinton, comentó que el acuerdo de San José- Tegucigalpa, suscrito entre Zelaya y Micheletti, significa «un logro tremendo para los hondureños». Disculpe, ¿para quién?

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Eva GOLINGER Abogada

La suscripción de un acuerdo por parte del presidente legítimo de Honduras, Manuel Zelaya, y el golpista Roberto Micheletti, ha dejado al descubierto que la jugada ha estado controlada en todo momento desde Washington, por medio de la Casa Blanca y la secretaría de Estado.

Henry Kissinger decía que la diplomacia es «el arte de refrenar el poder». El ideólogo más influyente de la política exterior estadounidense del siglo XX hacía referencia a la necesidad de «refrenar el poder» de otros países y gobernantes para poder mantener la supremacía de EEUU ante el mundo. Presidentes como George W. Bush empleaban el «poder duro» (hard power) para lograr este fin: armas, bombas, amenazas e invasiones militares. Otros como Bill Clinton, utilizaban el «poder suave» (soft power): la guerra cultural, Hollywood, diplomacia y campañas para ganar «las mentes y corazones» de las poblaciones civiles en países adversarios. Pero Barack Obama ha optado por una mutación de estos dos conceptos, fusionando el poder militar con la diplomacia, la influencia política y económica con la cultural y legal, llamándolo «poder inteligente» (smart power). Su primera aplicación ha sido en el caso de Honduras, y hasta el momento, ha funcionado a la perfección.

Es una política difícil de clasificar, difícil de detectar y difícil de desmontar. El caso de Honduras es ejemplar. Mientras Obama condenaba el golpe de Estado, su embajador en Tegucigalpa se reunía constantemente con los golpistas. La secretaria de Estado, Hillary Clinton, repitió desde el primer día del golpe, que Washington no quería influir en la situación del país, que los hondureños tenían que resolver su crisis sin ninguna injerencia externa. Sin embargo, fue el lobby estadounidense quien redactó el «acuerdo» de San José, y fueron los altos funcionarios de la Casa Blanca quienes tuvieron que «persuadir» a los hondureños para que aceptaran ese acuerdo. A pesar de la constante injerencia de EEUU en el golpe de Estado en Honduras -desde su financiación, diseño y apoyo político, hasta el apoyo militar- el smart power logró distorsionar la realidad ante la opinión pública, convirtiendo al tándem Obama/Clinton en los «grandes ganadores del multilateralismo».

El smart power disfrazó el unilateralismo estadounidense de multilateralismo. Desde el primer día se impuso la agenda de Washington. El 1 de julio, el Departamento de Estado admitió en rueda de prensa que tenía conocimiento previo del golpe. Admitieron que dos altos funcionarios de la diplomacia estadounidense, Thomas Shannon y James Steinberg, estuvieron en Honduras la semana anterior al golpe para mantener reuniones con los grupos civiles y militares que lo llevaron a cabo. Decían que su propósito era «frenar el golpe», entonces ¿cómo se explica que el avión que sacó ilegalmente a Zelaya del país saliera de la base militar de Soto Cano, en presencia de los militares estadounidenses?

Los hechos demuestran el verdadero papel de Washington en el golpe de Estado y la posterior aplicación del smart power. Sabían de la asonada político-militar, financiaban a los involucrados, ayudaron sacar a Zelaya del país y, luego, utilizaron a la Organización de Estados Americanos (OEA) como medio para imponer su agenda.

Washington siempre legitimaba a los golpistas, llamando a «todas las partes a resolver las disputas políticas de manera pacífica a través del diálogo». ¿Desde cuándo un usurpador ilegal del poder es considerado «una parte» legítima dispuesta a dialogar?

La jugada de Obama y Clinton logró su primera victoria durante los primeros días del golpe, cuando los estados de la OEA aceptaron la solicitud de esperar 72 horas para «darles tiempo» en Honduras para resolver su crisis. Después vino la imposición de Arias como mediador y, tras haber cedido tanto espacio a Washington, el Imperio tomó el mando y lo llevó hasta el final. Cuando Zelaya se reunió en Washington con Clinton, fue obvio quién estaba en el control.

El pueblo quedó fuera. Los meses de represión, toques de queda, violencia, persecución, violaciones, cierres de medios y torturas y asesinatos, se han olvidado. Menos mal, como dijo el subsecretario de Estado, Thomas Shannon, que la situación se pudo resolver «sin violencia».

Olvídense ya del torturador Billy Joya y de los paramilitares colombianos enviados para ayudar al régimen golpista a «controlar» a la población. Como dijo Shannon, «felicito a dos grandes hombres por haber logrado este acuerdo histórico». La secretaria Clinton comentó que «este acuerdo es un logro tremendo para los hondureños». Disculpe, ¿para quién?

El «acuerdo» impuesto por EEUU sólo llama al Congreso de Honduras -el mismo que falsificó la renuncia de Zelaya para justificar el golpe, y que apoyó la instalación ilegal de Micheletti- a determinar si quieren o no restituir a Zelaya. Y sólo después de recibir una opinión de la Corte Suprema de Honduras, la misma que dijo que Zelaya era un traidor por promover una encuesta no vinculante sobre una posible reforma constitucional y la misma que ordenó su violenta captura. En caso de que la respuesta del Congreso sea favorable, Zelaya no tendrá ningún poder. Su Gabinete sería impuesto por los partidos que apoyaron el golpe, las fuerzas armadas golpistas estarían bajo el control de la Corte Suprema golpista, y además, Zelaya podría ser juzgado por su supuesto «crimen»: haber promovido una consulta no vinculante.

Al final, el smart power resultó lo bastante inteligente como para engañar a quienes hoy se abrazan y celebran «el fin de la crisis» en Honduras. Pero, para la mayoría del pueblo latinoamericano la victoria del smart power de Obama y Clinton en Honduras significa una sombra muy oscura y peligrosa que se nos acerca. Sólo iniciativas como el ALBA estaban logrando la independencia en América Latina del poder estadounidense.

Por primera vez, los países y pueblos se levantaban en colectivo con dignidad y soberanía para determinar sus propios futuros. Y llegó Obama con su smart power y golpeó al ALBA, debilitó la integración latinoamericana y aplastó cualquier pensamiento de independencia y soberanía en el patio trasero de Washington.

Tras «haber solucionado la crisis» de Honduras, ahora se habla de Paraguay, Nicaragua, Ecuador y Venezuela, donde cada día aumenta la subversión, la contrainsurgencia y la desestabilización. Entretanto, el pueblo de Honduras sigue en resistencia, a pesar del «acuerdo» entre sus gobernantes. Su insurrección y compromiso con la reivindicación de sus derechos es el símbolo de la dignidad. La única manera de derrotar a la agresión imperial -sea inteligente o bruta- es a través de la unión e integración de los pueblos, a todos los niveles.

© Aporrea, Artículo publicado en la web de esta publicación

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