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Raimundo Fitero

¿Quién, yo?

TVE ha empezado a emitir publicidad de su nueva vida sin publicidad. Están lanzando mensajes tan lógicos como hipócritas, ya que ahora reivindican las películas sin interrupciones o las series sin cortes. Con las series se van a producir situaciones paradójicas porque sus estructuras narrativas están pensadas para los cortes, aunque si se emiten de corrido solamente se va a pasar por algún oscuro de más, sin mayores complicaciones. Otra cosa será las retransmisiones deportivas que mantenga en su parrilla, especialmente aquellas ligas o competiciones que vienen patrocinadas, es decir que llevan el nombre de una marca o que se reitera que se emiten gracias al patrocinio de unas marcas muy concretas.

Es muy lógico y estupendo que vayan asimilando su nueva situación y que la conviertan en algo positivo, porque realmente, si saben manejar bien los tiempos, las ofertas y los porcentajes, la situación puede ser muy buena para todos. No obstante es gracioso que en esta primera fase de propaganda de la televisión de pasado mañana, es decir, del primero de enero, es que aseguran que han dado este paso porque «tú lo quieres», o sea, en este tú que se transforma en TVE se nos engloba a todos cuantos miramos, como si en algún instante se nos hubiera consultado o simplemente dados los poderes de alguno de sus dirigentes hubieran deducido que deseábamos una televisión pública sin publicidad. Y sí, nos parece una buena opción siempre que se cumplan algunos mínimos imprescindibles.

Es una decisión de gobierno que se tomó para que las privadas tuvieran más parte del pastel publicitario y debemos esperar un tiempo para vislumbrar si se trata de algo objetivamente adecuado o se trata de un camino de destrucción creativa. Es decir de acabar con lo existente, de minimizar la estructura, quitarle valor de mercado y dejarla como una correa de transmisión gubernamental, servicios informativos y poco más. Incluso llevarla a un lugar sin retorno para privatizarla, si fuera necesario. Lo que queda claro es que para tomar esta decisión no se contó nadie, al menos, conmigo. Así que cuidado con ese «tú», no sea que contestemos con la misma fuerza imperativa.

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