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Sabino Cuadra Lasarte abogado

«Egunkaria»

La parcialidad -moral, política, pero sobre todo periodística- con la que los grandes medios de comunicación tratan las noticias en las que se confrontan los intereses del poder establecido y de quienes defienden alternativas populares es tan notoria que un mínimo contraste con la deontología del oficio del periodismo debería hacer sonrojar a los profesionales. En este artículo el autor pone algunos ejemplos como el TAV, el feminismo y la violencia de género, el tratamiento a las víctimas y a algunos verdugos... que muestran esa realidad. O mejor dicho, la continua ocultación de algunas realidades. Todo ello cuando el juicio por el caso «Egunkaria» ha comenzado, tras siete largos años, en la Audiencia Nacional. Más que dos varas de medir, sistemas métricos contrapuestos.

En el libro «TAV, las razones del NO» (Editorial Txalaparta, 2009), se hace referencia al siguiente hecho. En mayo de 2007, más de ciento veinte profesionales de la investigación y la enseñanza de la Universidad del País Vasco hicieron público un manifiesto exponiendo sus razones en contra del proyecto del TAV. Numerosos medios (televisión, radio, prensa) acudieron a la rueda de prensa. Sin embargo, al día siguiente, todos medios los ligados de una forma u otra a lo políticamente correcto, cercanos a uno u otro partido o dinero, fueran públicos o privados, decidieron que difundir aquello no tenía mayor interés. Todo lo contrario ocurrió con las alabanzas que la Asociación Catalana para la Promoción de Transporte Público hizo sobre el proyecto de la «Y vasca», que fueron ampliamente recogidas.

Año 2009, diciembre, puente de la Constitución. Bajo el lema «Treinta años después: ¡Aquí y ahora!», tres mil quinientas mujeres se juntan en Granada para participar en las V Jornadas Feministas Estatales. El grueso del feminismo organizado, independiente y reivindicativo del Estado está allí. Más de 130 actividades (mesas redondas, talleres, ponencias, exposiciones, etcétera) se realizan a lo largo de tres días. El domingo 6, una manifestación de varios miles de mujeres, como no se había visto nunca en Granada, recorre la ciudad. El éxito de todo aquello lo es no sólo por lo cuantitativo y organizativo, sino también por el contenido de lo debatido. Sin embargo, mientras dura todo aquello, los medios de comunicación, incluidos los locales, miran para otro lado: aquello no existe.

Durante meses nos dieron noticia puntual del desarrollo de la «Gripe A». De cómo surgió en la zona norte mexicana; de los primeros hospitalizados y muertos en todo el mundo mundial, en EEUU y en Europa; de aquellos que fueron sometidos a cuarentena en un hotel o una escuela. Los distintos ministros y consejeras nos aburrieron a ruedas de prensa en las que nos contaron las ciento y una mil ocurrencias y medidas tomadas para prevenir todo aquello. Y mientras los medios de comunicación anunciaban la undécima plaga bíblica, las multinacionales farmacéuticas preparaban su undécimo gran negocio. Las dos terceras partes de las vacunas preparadas no se han utilizado y la usada no se sabe muy bien para qué ha servido, pero ningún laboratorio devolverá ninguno de los 3.200 millones de dólares de beneficios obtenidos, ni ningún listo-ministro de Sanidad se suicidará arrojándose desde el décimo piso de un hospital tras comprobar su nivel de imbecilidad.

La libertad de expresión (en prensa, radio y televisión) no existe para el conjunto de la ciudadanía. Esa libertad está reservada en lo fundamental a quienes tienen poder, y el poder, a quienes tienen el dinero. Tan solo fuentes multimillonarias pueden acceder hoy a poseer y controlar las grandes agencias de noticias internacionales, las potentes editoras de prensa y las cadenas de televisión. La información es otro mercado más en el que sólo contamos como consumidores. Los propietarios de los medios son quienes seleccionan la información a dar, fabrican la que precisan y marginan todo aquello que no conviene a sus intereses.

En torno al juicio por el asesinato de Nagore Laffage, además de la mucha hipocresía institucional, hubo sensacionalismo a espuertas. Todas las cadenas, agencias y medios estatales y locales dedicaron al juicio y a sus entresijos, ríos de tinta y mares de morbo. Lo mismo ha ocurrido en otros lugares del Estado español con asesinatos similares. Quienes pasaron de dar importancia alguna al hecho de que tres mil quinientas mujeres debatieran en Granada, como uno de sus más importantes temas, el de la violencia machista, no dudaron en darnos los mil y un detalles que rodearon este caso. Se magnifica el árbol y se oculta la existencia del bosque, en complicidad absoluta con el hábitat que propicia la existencia de éste.

Con el proyecto del TAV, la noticia, cuando se da, suele ligarse a la protesta contra el mismo, relacionándola casi siempre con la violencia y la irracionalidad. La Administración rehuye el debate público a través de mesas redondas o tertulias. Le basta con repetir una y otra vez, sin justificarlo en modo alguno, que el TAV es progreso y bienestar y que lo demás es plantar berzas. Y cuando ciento veinte investigadores y profesoras rompen el cerco informativo, un poder oculto consigue finalmente que sus razones no sean difundidas ni publicadas. Las frases huecas de los políticos y consejeros, diseñadas en agencias de publicidad, ocuparán el lugar robado a los sólidos argumentos de la intelectualidad universitaria.

Actos convocados por gestos por su paz, a los que acuden decenas de personas -cargos públicos incluidos- con el objetivo de clamar por enésima vez contra la lacra del terrorismo, serán difundidos en todas las cadenas y medios, mientras que otros convocados por esas no-víctimas de nada, simples familiares de presos, detenidas, incomunicados y torturadas, verán prohibidos sus actos por osar llevar a los mismos las fotografías de sus seres queridos, a mayor gloria todo ello de los primeros mártires del victimismo oficial, Melitón Manzanas y Carrero Blanco.

El poder compra editoras, periodistas y tertulianos, y su Agencia «FBI» («Fuentes Bien Informadas») dependiente del Ministerio del Interior, criba y precocina las noticias a difundir en primeras páginas. Y cuando topan con un medio ante el que no vale nada de lo anterior, porque es independiente, euskaldun y no comulga con sus rancios dioses y falsos credos, lo arrojan al infierno de la Audiencia Nacional.

Ha comenzado el juicio por el caso «Euskaldunon Egunkaria». Un auto judicial lo atropelló infringiendo todas las razonables normas de circulación de las que pueda dotarse la libertad de expresión en una sociedad democrática. Leyes y tribunales de excepción juzgan ahora al periódico atropellado al que, sea cual sea la sentencia, le quedarán para siempre las secuelas de estos siete años de suspensión y silenciamiento. La masiva asistencia a la manifestación de Bilbo en un día de chuzos ha sido un grito de indignación ante tanta desvergüenza.

Olentzero ya ha pasado y las cartas a los Reyes Magos ya están echadas. No se pide ningún regalo. Se pide, tan solo, justicia y libertad para «Egunkaria» y sus encausados.

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