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Desestabilización e injerencias en Irán

Es difícil posicionarse en torno a Irán desde Occidente, más aún desde un punto de vista de izquierda. Por un lado, conviene dejar de lado la máxima «los enemigos de mis enemigos son mis amigos», que por sí misma conduce indefectiblemente a nefastas compañías, así como a justificar cuestiones ajenas al mencionado progresismo. Por otro lado, no cabe duda de que las acusaciones de los liberales occidentales hacia Irán y su sistema político son pura demagogia. Al fin y al cabo, la principal diferencia entre quienes gobiernan y quienes conforman la oposición iraní es su hipotética colocación en el tablero internacional, es decir, su política de alianzas más o menos proclive a las potencias mundiales y en concreto a EEUU. Pero ninguna de las partes quiere subvertir el orden establecido ni difiere demasiado en sus políticas reales. Es decir, no compiten demócratas y teócratas; todos defienden la teocracia como forma de gobierno. En este tema concreto, se puede incluso argumentar que el hecho de que los estratos sociales más pobres y necesitados apoyen mayoritariamente a Ahmadineyad corre en su favor, en la medida en que defiende una visión de la política más atada a los intereses de las clases populares. Lo que no se puede dejar de denunciar es la injerencia extranjera y los intentos por desestabilizar la región. Algo grave y peligroso desde cualquier punto de vista.

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