Adopción e infancia como negocio
El terremoto de Haití ha dejado al descubierto la miseria en la que han sumido al país diferentes potencias directa o indirectamente; miseria conocida, pero ignorada hasta que la catástrofe ha activado los resortes de solidaridad sincera, pero también, quizá en mayor medida, de hipocresía y de iniquidad. Esta otra miseria, la moral, también ha quedado retratada en el país antillano, la miseria de quienes ven en la debacle una oportunidad de aumentar su negocio, y lo hacen en nombre de la solidaridad. En ese contexto, la adopción de menores se convierte en un asunto muy delicado que, igualmente, oscila entre la mejor voluntad y el tráfico de menores. Un asunto que se suele evitar e incluso ocultar con asombrosa facilidad.
A los pocos días del terremoto, Unicef aconsejó paralizar las adopciones en Haití por temor a la desaparición de niños, como ocurrió en algunos hospitales. Una medida prudente ante la facilidad en esas condiciones de sacar del territorio a niños que supuestamente habían perdido a toda su familia sin confirmar tal extremo. De hecho, tras el terremoto Unicef habilitó cinco centros de acogida donde los menores fueron alimentados y atendidos sicológicamente, y nada menos que el noventa por ciento se reencontró con miembros de su familia. Sin embargo, poco importa ese dato a quienes sólo buscan mercancía e, incluso, a quienes anteponen su «necesidad» de adoptar al interés del niño. Y para priorizar los derechos del niño no es suficiente la buena intención o proceder «por su bien» con el argumento de que en adopción gozarán de una mayor calidad de vida, sin tener en cuenta que uno de los derechos de los menores consiste en vivir en el seno de su familia y su comunidad natural si ello es posible.
Haití ha dejado al descubierto algo no desconocido, pero soslayado y que no se limita, ni mucho menos, a Haití o a Latinoamérica. Un crudo retrato del mundo, de los mundos. El mundo necesitado de ayuda, porque ha sido despojado de sus recursos, y el mundo opulento, que necesita de la miseria que ha creado, un mundo sin escrúpulos para el que hasta la infancia es negocio.