Pinocho y los especuladores
Alberto CASTRO Analista bursátil
En mala hora se le ocurrió en 2007 al mecánico de Oregón, es un decir, dejar de pagar la hipoteca de la casa por no poder atender a sus obligaciones. O a los involuntarios «ninja», los «sin recursos» económicos caricaturizados, en definitiva, por el ínclito divulgador de economía Leopoldo Abadía cuando daba rienda suelta a su imaginación para explicar el origen de la crisis subprime, la madre de todas las crisis. Parece mentira, y además lo es, echar la culpa a ese «ninja» y a otros millones de mecánicos atrapados por las deudas, pero esa idea ha calado en el sentir común respecto de la crisis. No hay en esta historia de miseria y desempleo nada más inocente que ese imaginario trabajador estadounidense. El problema, sin embargo, es otro, más profundo, bien apegado al tuétano del funcionamiento del capitalismo, el menos malo de los hasta ahora conocidos, como defienden orgullosos sus valedores.
Se llama sistema financiero. Es como el aceite, porque siempre queda por encima de todo. De la libertad de los pueblos, de la salud de los trabajadores, de los derechos sociales y laborales, de los gobiernos, de la confrontación política.
De este modo, el derrumbe con temporizador de Grecia y el que asoma por la puerta desde otro punto del sur de Europa se debe a la supremacía del interés particular sobre el general. Bajo este prisma, el estacazo de la Bolsa en el Estado español en la jornada de ayer no es sino un síntoma evidente de que estamos en manos de «pinochos» y especuladores.
Los primeros, con el presidente del Gobierno español como primer espada de la cuadrilla, no dicen la verdad ni al médico. Resultado: 20% de desempleo, recorte de derechos para los trabajadores y beneficios millonarios de los bancos en tiempos, dicen los de la cuadrilla, de apretarse el cinturón. Por eso, no extraña que nadie le crea, ya que la nariz larga ha hecho sombra sobre la verdad durante más de dos años, pero es imposible ocultarla para siempre. Desde el exterior, sin embargo, el foco sobre las cifras reales rompe el intento inútil de escamotear la situación dramática de las cuentas públicas y el empleo. Perfecto, ya sabemos también que España no es Grecia.
En el otro lado de la escena se encuentran los especuladores marrulleros por antonomasia, los grandes fondos o hedge funds, que bajo la máxima de a río revuelto ganancia de pescadores sueltan rumores a su conveniencia para hacer pingües beneficios con sus posiciones de corto.
No olvidemos, por otra parte, el «papelón» de las agencias de ráting, empeñadas ahora en ceñirse a números, proyecciones de riesgo y futuribles varios para despeñar a Grecia, primero, y después a todo aquello que les venga bien. Su activa participación, por acción más que por omisión, en la generación de la crisis actual, con aquel desparpajo propio de ignorantes al calificar con notas altas a bancos y productos basura, no debiera darles patente de corso en este drama.
Habría que poner en cuarentena sus calificaciones, dado que son empresas privadas que sirven a estados y a otras empresas, y que han demostrado estar de parte de quien les paga. Es un auténtico riesgo dejar en manos de las agencias de calificación de riesgo la «prueba del algodón» de la solvencia.
No es extraño, por tanto, que el grito de los trabajadores y trabajadoras el 1 de mayo haya sido contundente: la crisis que la paguen ellos. Ellos, pinochos y especuladores, la han cocinado, pues que ellos se la coman. Es pura justicia.