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Alizia Stürtze Historiadora

Crisis y teorías conspiratorias

Las sucesivas desclasificaciones y la investigación de intelectuales honestos de documentos de la CIA y demás servicios yanquis de inteligencia han ido demostrando, una tras otra, que todas las conspiraciones de las que la izquierda acusaba a EEUU, y que EEUU negaba y/o ridiculizaba, eran absolutamente ciertas: complots para derrocar, aquí y allá y a cualquier precio, a todo gobierno molesto para el amo (un buen montoncito); asesinatos e intentos repetidos de asesinato de jefes de gobierno no deseados (a Fidel Castro le han contabilizado más de 600); ingerencias, desestabilizaciones, revoluciones de todos los colores (con exclusión del rojo); terrorismo de estado sin complejos, como la Operación Northwoods que planteaba una campaña de bombardeos y secuestros contra su propia población, de la que se acusaría al Gobierno de Castro y que facilitaría la invasión de Cuba ante la opinión pública; potenciación de los talibán contra el régimen de Kabul que apoyaban los soviéticos; financiación e infiltración, a través de «organizaciones filantrópicas», en una amplísima gama de organizaciones profesionales, estudiantiles, culturales y sociales, para reclutar objetivos académicos e intelectuales, debilitar deliberada y conscientemente la influencia política de la izquierda, fortalecer la hegemonía cultural y los «valores» de EEUU y conseguir el silencio ante sus genocidas intervenciones en, por ejemplo, Corea, Grecia, Irán o Guatemala; victimización exclusiva y sine qua non del pueblo judío, cuyo sufrimiento pasado sólo se redime con el aniquilamiento y holocausto del pueblo palestino y la mordaza mediática ante las masacres israelíes; envenenantes campañas mediáticas como, entre otras muchas, ésa que nos resulta más próxima de «las armas iraquíes de destrucción masiva» que tan útil resultó a los designios imperialistas yanquis y a la sed sionista de hegemonía en la región y que ahora, con eso del «terror nuclear», quieren aplicar a Irán...

Larguísima es la lista de conspiraciones imperialistas, sistemáticamente descalificadas en su momento y ahora probadas y demostradas, como interminable es la de las operaciones que, con una función muy precisa, actualmente tienen en marcha esa extraña pareja Israel-EEUU (en la que curiosamente el pequeño le manda al grande) y sus acólitos. Fidel Castro, cuidadoso siempre a la hora de mencionar teorías conspiratorias, al referirse al 11-S habló de desinformación y engaño deliberados. Ahora acaba de hacer público un escrito titulado «El imperio y la mentira» en el que menciona las serias sospechas de que el hundimiento de la corbeta surcoreana Coechan fuera un ataque de bandera falsa (¿con un torpedo alemán?) realizado para que pareciera provenir de Corea del Norte, como parte de un programa clandestino orientado a conseguir que el primer ministro japonés Hatoyama cambiara de política sobre el retiro de la base yanqui de Okinawa y a aumentar la tensión en Corea del Sur, Japón y China. Tensión que, unida al amenazante Estado de Israel, con sus cientos de cohetes con ojivas nucleares y su obsesión por destruir Irán, «anuncia el peligro inminente de guerra con el empleo de arma nuclear».

Este bien argumentado e inquietante escrito de Castro; la demostración de que fueron el Pentágono y el Complejo Militar Industrial estadounidense quienes dirigieron, controlaron y apoyaron el golpe de estado de Honduras como laboratorio de ensayo experimental en su plan de rescatar su «patio trasero» de las «garras» de los presidentes izquierdistas; las denuncias y advertencias de Chávez contra los innegables movimientos desestabilizadores de Washington en la zona; los fundamentados razonamientos de Ahmadineyad contra el accionar, las matanzas y la impunidad de Israel y el capitalismo sionista; el hecho probado (y ocultado por la prensa) de que, tras la ocupación de Irak, además del millón de muertos y del saqueo, confiscación y destrucción de una parte importantísima del riquísimo e irremplazable patrimonio iraquí, USA, Israel y Reino Unido llevaron a cabo el asesinato y aniquilamiento planificados de la intelligentsia y las clases cultas iraquíes, con el objeto de asegurarse el colapso del moderno Estado iraquí... Frente a ese caudal informativo, cumpliendo con disciplina castrense las órdenes de los bien engrasados monopolios mediáticos (bajo control judío la mayoría), los periodistas y analistas siervos o bien ocultan todas estas tremendas y objetivas realidades o bien las desacreditan o ridiculizan tachándolas de «teorías conspirativas», entendidas como algo falto de fundamento, especulativo, falso, estrafalario o delirante, del mismo peso y categoría que esas otras tan publicitadas como el supuesto asesinato de Lady Di, el falso alunizaje del Apolo 11 o el dominio que sobre la Tierra ejerce una raza de lagartos alienígenas.

No deja de ser curioso y cínico que esa categoría de «teoría conspiranoica» la apliquen siempre a aquellos informes o investigaciones críticos con el sistema pero respaldados con pruebas suficientes, a aquellos discursos de líderes y movimientos populares que se enfrentan al capitalismo y al imperialismo, cuando ellos son precisamente quienes, al establecer los parámetros de la información a escala global y al manipular conscientemente, valorando según sus intereses lo que es noticia y lo que no, lo que es «información objetiva» y lo que no; son ellos, digo, quienes, en nombre de la libertad informativa y la independencia editorial, practican el conspiracionismo con una función muy precisa: alimentar las guerras económicas, políticas, culturales y geoestratégicas del poder.

No hay más que ver de dónde proceden sus «contrastadas» fuentes: de estructuras policiales y militares, de funcionarios y políticos, de lobbistas y grandes empresarios y ejecutivos, de servicios de inteligencia... cuyo claro objetivo es la manipulación psicológica de la población. No hay más que ver qué cuidado ponen en ocultar la incidencia del capitalismo transnacional judío en los medios de comunicación, la industria cultural, las fundaciones, las ONG o los consorcios hegemónicos de Internet, siempre bajo el temor de ser acusados de «antisemitismo».

En estos tiempos de grave crisis provocada, la estrategia mediática es claramente conspiratoria, en la medida en que persigue un objetivo muy concreto: «crear» una realidad que atemorice al colectivo trabajador y le haga creer que no hay otra salida que la resignación, y que no le queda otra que tragar por perder sus derechos sociales para que, tras ese rescate financiero a los bancos que nos ha costado cientos de miles de millones, se reinstaure la financiarización (el robo más descarado) como fuerza motriz del sistema... en espera de un más que previsible nuevo crash.

El diseño de ese discurso catastrofista y su finalidad son claros. La uniformidad en los mensajes que se transmiten; el reiterativo e intencionado tono alarmista de las noticias; el circunscribir la interpretación y salida de la crisis al estrecho y peligroso camino de mantener e incluso profundizar este sistema tan letal; el aparcar mediáticamente el debate sobre la nada revolucionaria pero factible posibilidad de que las decisiones se puedan tomar con criterios socialdemócratas y no solamente desde el neoliberalismo más salvaje; la ocultación de la escandalosa concentración de riqueza en cada vez menos manos (también en Euskal Herria); el protagonismo dado a las subidas y bajadas de bolsa, que impide ver que, en última instancia, las expectativas de ganancia se asientan en la explotación de la fuerza de trabajo; la explicación más que reduccionista (por decir algo) de los mecanismos de la crisis; y, en definitiva, la ocultación de que el capitalismo es barbarie, que la lucha (y la creatividad en la lucha) es el camino, y que se puede llevar a cabo desde muchos y muy diferentes parámetros.

Aprendamos a distinguir entre esas que el monocorde discurso mediático llama «teorías conspirativas» y las conspiraciones que desde el poder se ejercen y que llaman «libertad de expresión». Las primeras son hipótesis, teorías e investigaciones bien fundamentadas que nos ayudan a comprender el funcionamiento y los sucios métodos del sistema capitalista para mantenerse hegemónico. Las segundas tienen como único objetivo manipularnos para que no comprendamos nada de lo que ocurre y no podamos desarrollar estrategias colectivas de respuesta.

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