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BILBOKO ASTE NAGUSIA

Fiesta y protesta se unen para recibir a Marijaia en Bilbo

Dicen que a diferencia de otras semanas grandes, en Bilbo la fiesta se lleva puesta o no hay fiesta. Desde ayer, hay fiesta. Marijaia abrazó a todos con sus largos brazos y no los soltará hasta dentro de nueve días. Lo hizo en una Plaza Arriaga y aledaños abarrotados, donde el chupinazo fue recibido por numerosos pañuelos negros, el color que las comparsas quieren que se visualice en esta Aste Nagusia.

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Joseba VIVANCO | BILBO

Pronosticaban que el de ayer iba a ser el día más caluroso del verano en Euskal Herria. Normal... era el chupinazo de Aste Nagusia bilbaina. A eso de las siete de la tarde, satélites como el Meteosat detectaron una repentino «calentamiento climático» donde el mapamundi señala Bilbo. Y es que, en ese mismo instante, la etxekoandre de todos los bilbainos y bilbainas, la Andra Mari de Anboto, la mujer de la sonrisa eterna, proyectó sus brazos hacia cielo para guarecer en sus senos y durante nueve días a propios y extraños. Dicen estos días que Marijaia es un icono un pelín localista, provinciano, un tanto desfasado para hacer de Aste Nagusia unas fiestas de relumbrón internacional al nivel del Guggenheim. Ayer, los miles de personas que estallaron al saludo de su musa, respondieron todos a una... ¡que les den!

Y parecido exabrupto dirigieron las comparsas bilbainas, abajo en la sofocante Plaza del Arriaga, a unos cuantos de quienes tomaban un refresco en el interior del teatro. Dijeron que el negro iba a ser uno de los colores protagonistas del chupinazo y así lo fue, a pesar de los miles de confettis.

La gente de Bilbo no tiene prisa por acercarse al Arriaga. Apenas media hora antes de las 19.00, aún había sitio de sobra para seguir de cerca el chupinazo. Entre tanto, tocaba pasar el rato, aunque fuera siguiendo las interminables peripecias de quienes desplegaron una gran pancarta a favor de la autodeterminación en una fachada en obras; cuando lo lograron, recibieron muchos aplausos.

En la plaza, un «komantxero» enarbolaba una solitaria ikurriña subido a un «iglú» del vidrio. ¿Solitaria? No. Pronto buena parte del espacio se llenaría de ellas, junto a numerosas fotos de presos políticos vascos. Unos globos izaban el lema ``Euskal presoak Euskal Herrira''. La hora se acercaba. Minutos antes, el gentío estallaba al colocarse el txupín en el balcón.

La espera merecía la pena. El Athletic era el objetivo de los cánticos. Por fin, el pregonero y la chupinera se asomaban y la plaza vibraba de nuevo. En ese instante, numerosos pañuelos negros se alzaban en alto. Era la señal de las comparsas para denunciar los ataques al modelo festivo. Aratz Irazabal bailaba y bailaba. Parecía poseída. Y tomaba la palabra Isidro Elezgarai.

«Villanos y villanas», se dirigía al gentío. A partir de ahí, un discurso poco festivo, con un toque muy solidario y que tuvo que escuchar silbidos durante el tiempo que duró.

Dijo que la noche anterior tuvo el «sueño» de estar en el balcón del Arriaga acompañado de su aita, su mujer y «un largo número de amigos bilbainos desaparecidos que me hicieron crecer como persona». Criticó «la avaricia de muchos, que ha roto el mundo cómodo que conocíamos», y que «para ayudarnos a crecer» como ciudad, han llegado más de 30.000 inmigrantes «de todos los confines» de la tierra con su propia tradición cultural, «en muchos casos muy diferente de la nuestra».

Pero los mayores aplausos se los llevó cuando recordó que «también estan presentes todos los bilbainos que por diferentes motivos no pueden compartir con nosotros esta Aste Nagusia. Para todos ellos mi recuerdo y cariño». Unas palabras que fueron jalonadas desde distintas partes de la plaza con gritos de «Euskal presoak etxera».

Por último, el pregonero insistió en el grito inicial llamando a los «villanos y villanas a ocupar las calles, a disfrutar gastando o sin gastar». Les recordó que «tenemos la mejor y mayor fiesta del mundo» y acabó con los «gora Aste Nagusia, gora Mari Jaia, gora Bilbao», sus últimas palabras, secundadas esta vez sí por todos los asistentes.

Fue el turno entonces de la txupinera, que hizo estallar el cohete en el cielo bilbaino y abrió así la puerta a Marijaia. Y fue entonces cuando esa canción que todo bilbaino y bilbaina aprende ya desde la cuna resonó en cada una de las miles de personas que seguían el chupinazo. Desde la balconada, Aratz Irazabal agitaba su pañuelo negro, el color de las fiestas de este año. Abajo, el champán y la harina corrían casi a partes iguales.

En un recodo, Francis, Carmen, Rosa, María Luisa, Bego y Bixenta, veteranas todas ellas, brindaban con un vino espumoso. «Por nuestros hijos y nuestras hijas presos, para que estén el año que viene aquí», chocaban sus vasos. «Pero pon que son presos políticos, ¿eh?», se apresuraba Bixenta. Salud.

 
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