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Manuel Millera Arquitecto

9/11 Truth Movement

La importancia del 11-S reside en la exportación del miedo y en la capacidad de su utilización por una élite como catapulta para iniciar una cruzada contra todo lo que suponga un obstáculo en su idea de dominación global

Han pasado nueve años desde el día en que la política internacional dio un giro al devenir del siglo XXI, pero no existe una explicación convincente sobre los hechos y su autoría; hay dudas y preguntas que deben responderse en frío. Los investigadores Charles Lewis y Mark Reading-Smith descubrieron 935 mentiras en los dos años siguientes al atentado para justificar los ataques, primero a Afganistán culpando a Bin Laden, luego a Irak por Sadam Hussein, mañana Irán con alguna otra excusa. Hay muchos libros escritos para quien quiera buscar en la red, y decenas de testimonios. En honor a la verdad han sido creadas asociaciones, basadas en cálculos científicos, en causas familiares o de tipo profesional como los bomberos o los pilotos, que consideran las maniobras de acercamiento a las Torres casi imposibles para supuestos aficionados. Algunos de los interrogantes más importantes son: La temperatura necesaria (1.5600) para fundir el acero, que sólo alcanzó los 9000, la entrada del avión a ambos edificios con las alas partiendo las fuertes columnas como si fuesen de mantequilla, los restos de nanothermita, las tremendas explosiones que se escucharon en la parte baja, la velocidad de caída libre de los edificios, la descomposición del hormigón o los restos inexistentes del avión en el Pentágono. Anómalas operaciones bursátiles antes del atentado, pasaportes intactos entre los escombros humeantes, las pruebas del lugar del crimen desaparecen. ¿Dos edificios cayeron? El WTC7, un edificio de 47 plantas no impactado por ningún avión, a unos 100 metros de distancia cayó a las 17:20, las columnas no ofrecieron resistencia. Podemos afirmar ya que la versión oficial no se aguanta y debería caer con la misma facilidad que los edificios. Su único sostén es la afirmación del Senado de EEUU y la repetición sistemática de los medios. Un cuento de hadas, para John Lear, piloto comercial con 19.000 horas de vuelo. Los primeros años era imposible discutir el 11-S sin parecer ingenuo, paranoico o cómplice. Hoy ya no. La comisión oficial no encontró ninguna relación entre Sadam Hussein y Al Qaeda. El arquitecto Frank De Martini y otros afirmaron que la solidez de las Torres hacía inimaginable que se derrumbaran por el choque de un avión. Una demolición controlada para que se produjera en medio de la confusión, según el ingeniero Jack Heller. Para el piloto Glen Stanish, fue A job inside. Hay preguntas de pura lógica, en común con el 11-M de Madrid o el 7-J en Londres. ¿Porqué todas las víctimas eran de clase baja? Casualmente, aquel día a las 9:00 no trabajaba nadie con un salario superior a 60.000 dólares anuales. Hasta la actriz Sharon Stone, parte de un colectivo crítico de periodistas y artistas, acostumbrada a los escenarios huecos, afirmó: «Nunca creí la historia de la destrucción del WTC». Figuras políticas como Andreas Von Bülow (ex ministro de Defensa alemán), Michael Meacher (ex ministro de Tony Blair) y Francesco Cossiga (ex presidente italiano) insinuaron una planificación por las más altas esferas. Las grandes acciones militares precisan grandes justificaciones. Gore Vidal publicó su libro «Bush & Bin Laden, S. A.» y Noam Chomsky firmó «Piratas y emperadores»

El 7 de noviembre de 2008, el arquitecto Richard Gage, miembro de Arquitectos e Ingenieros para la Verdad del 9-11, habló en el Colegio de Arquitectos de Madrid, mostrando pruebas sobre las falsedades de la versión oficial. La asociación tiene hoy casi mil socios, técnicos en la materia. Steven Jones, Dave Von Kleist, o el danés Niels Harrit, entre otros muchos, han expresado su contraria opinión. El cámara oficial del Gobierno, Kurt Sonnenfeld, se asustó de lo que grabó entre los escombros y quiso hacerlo público. Hoy es refugiado en Argentina («El Perseguido», Planeta). Nunca en la historia un edificio había caído por el impacto de un avión. La estructura del avión comparada con la de un edificio es paja contra madera. El 28 de julio de 1945 el bombardero estadounidense Mitchell B-25 se estrelló por la niebla contra el piso 79 del Empire State. Le dio un buen mordisco, pero se mantuvo en pie. La torre Windsor ardió durante dos días en Madrid y se mantuvo en su sitio. Los días previos al 11-S algunas de las plantas de las Torres fueron desalojadas bajo pretexto de revisiones técnicas, con los perros detectores de explosivos retirados. La empresa responsable de la seguridad era Securacom (luego Stratesec). Su director, Marvin Bush, el hermano pequeño. ¿Qué pasaría si empezaran a surgir dudas razonables sobre el verdadero autor del atentado? Después de un asesinato la policía se pregunta: ¿Qui bono? Hay quien afirma incluso que podría llegar un segundo 11-S. Hace falta otro casus belli. ¿Tal vez en el inquietante décimo aniversario? La importancia del 11-S reside en la exportación del miedo y en la capacidad de su utilización por una élite como catapulta para iniciar una cruzada contra todo lo que suponga un obstáculo en su idea de dominación global. Hay una idea mesiánica y fundamentalista que se llama Proyecto para el Nuevo Siglo Americano (PNAC) que necesitaba otro Pearl Harbour. Para ello la excusa de luchar contra el terrorismo es perfecta. Un pájaro chocó contra una papelera y la tumbó. ¿Cómo puede ser que tan pocos se pregunten si ello es posible? Los trucos de Hollywood hacen maravillas.

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