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Imanol Intziarte Periodista

Un, dos, tres, responda otra vez

Circula desde hace unas semanas una propuesta entre este gremio nuestro, el de los plumillas y juntaletras, para no asistir ni cubrir informativamente aquellas ruedas de prensa o comparecencias en las que no se admiten preguntas, actitud ésta que se extiende sobre todo entre la clase política.

He leído ya a varios columnistas opinar sobre la materia. A bote pronto, la iniciativa me parece legítima e incluso necesaria. No por corporativismo, que de ese guindo ya me caí cuando un juez me dejó en la calle hace más de diez años y muchos «colegas» giraron el cuello para silbar al paso del tren. Eso cuando no se dedicaron a hacer palmas con las orejas.

Volviendo al tema. Desde que se inventó el correo electrónico, la mayoría de las ruedas de prensa, y la totalidad de esas en las que el protagonista se limita a leer el papel que trae preparado desde casa, son una soberana pérdida de tiempo y dinero. Al menos para la prensa escrita. Para copiar y pegar nada mejor que mandar un mail.

Pero -tiene que haber un pero-, la experiencia personal me dice que hay ciertos casos en los que, según quién esté al otro lado del micrófono, algunos periodistas mutan en perros de presa al servicio de intereses ajenos a la tarea informativa. He escuchado preguntas -en realidad, acusaciones o afirmaciones- realizadas con el cuchillo entre los dientes, sin venir a cuento ni tener relación con el tema de la convocatoria -del que no pensaban escribir ni una mísera línea- sólo con la esperanza de forzar un titular que sirviera para rellenar la página entera y así recibir en el lomo, al término de la jornada laboral, unas palmaditas en la espalda. He estado en ruedas de prensa en las que el orador anunciaba que sólo contestaría preguntas relacionadas con el tema de la convocatoria. Resultado, ninguna cuestión. Defiendo el derecho a preguntar y el derecho a responder o no responder. Que también he visto hacer gruesos titulares con el silencio. Por no hablar de interpretaciones sesgadas o, directamente, mentiras del quince largo. Así que tampoco nos hagamos los mártires.

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