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Xabier Silveira Bertsolari

¿Opio o espejo?

Por lo mismo que un barco vasco de bajura sigue el patrón de un bonito en su estructura, ha ocurrido, digámoslo así, ha ocurrido que nos toque ser sardinas en lata

Dame pan y dime tonto, que decía aquel otro; pero no sólo de pan vive el hombre, ni la mujer, aunque no les sobre. Ahora que el horno no está para bollos, es el vicio primera necesidad. Incluso a veces llega a ser virtud, prólogo de nuestro yo, tarjeta de presentación. Todo es ponerse y no mires con qué. Progreso significa eso, evasión a toda costa. Y llevados por una cosa a la otra, vacaciones en el mar. Qué mejor lugar que las antípodas de nuestro hogar. Imposible soportar nuestra rutina, imprescindible olvidar el ayer para despertar mañana y encontrarnos otra vez -hoy también- con la misma desgana y la cocina sin limpiar. Necesaria necesidad, vicio al vicio, vivir por sobrevivir para sufrir por no morir. ¿Me he de ir sin reír?

El vicio por antonomasia, eso sí, el verdadero opio del pueblo es, sin lugar para la duda y por delante de la fama y de la farla, el dinero. El que más coloca y el que más engancha, por mucho. Pero la dosis necesaria es tal que si repartimos el dinero de forma ecuánime entre todo el mundo, no llega a hacer efecto. Por consiguiente, a alguien se le ocurrió un día de aburrimiento que lo mejor iba a ser poner a dos docenas de chavales -en todos los equipos hay alguno que nunca aparece- pegando patadas a un balón, pagarles un montón y la plebe que sueñe con ellos mientras los mira de carne y hueso. Progreso significa eso, existo luego no pienso. Así hoy, el fútbol es conocido como opio del pueblo, pero es ello debido, como os digo, a la economía del lenguaje y más en concreto a la economía de la explicación. Para qué te voy a explicar si no vas a poner atención.

El progreso no es más que una táctica en la estratagema de la evolución. No es, pues, de extrañar que evolucione el progreso y éste haga progresar a la evolución por el mero hecho de que nada cambie salvo el ya para la mayoría lejano mundo de los Ipod's, los Iphone's y las zapatillas con ruedas pero sin patines. Para ello y por lo mismo que un barco vasco de bajura sigue el patrón de un bonito en su estructura, ha ocurrido, digámoslo así, ha ocurrido que nos toque ser sardinas en lata. Las del fado aquel, Fado a las sardinas en lata. Y no de lata, lo repito, sino en lata, pues nuestra ubicación actual no condiciona para nada nuestro origen. Estamos en lata, pero no somos de aquí. Aunque es verdad que nos integramos muy fácil. Ya lo creo. Progreso es eso, morir en vida y salir ileso.

Pero sigamos con el fútbol, no nos vaya a dar el bajón. El balón cambia de tejado y llegan las elecciones ahora que la liga ha terminado. Euskal Herria está de fiesta, el Barça es campeón. Quedan en anécdota el gol de Aranburu y la jugada de Camuñas, nadie es capaz de extrapolar a la política, a lo cotidiano, lo que supondría el descenso a segunda de Real y Osasuna. Pero ni una, ni dos, ni tres, ya bajó el Alavés y ahora Gasteiz nos suena a Cáceres. ¿Lo celebraremos también si gana el PSOE y así nos parece que pierde el PP? Porque el fútbol es opio y es espejo. Mirémonos en el.

¿Recordáis cómo eran, cuando podíamos votar, las campañas electorales? ¿Recordáis cómo gritábamos, cuando podíamos gritar, Athletic, Reala, Osasuna...!?

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