«'Mississippi' se relaciona con la idea del río como metáfora de la vida»
Solista
A Markos Untzeta le ha tocado la compleja tarea de defender en Euskal Herria los sonidos del rock de raíces, el blues y el folk-rock. El reto no es sencillo, pero el eibarrés con «Mississippi», su tercer disco, se lo ha complicado a todo el mundo, ya que no cabe el olvido al concluir un sobrio y purista trabajo capaz de mirar a la cara a una buena tanda de títulos internacionales del momento.
Pablo CABEZA | BILBO
Cuando Robert Johnson cumple cien años, cuando el Mississippi se revela contra la acción de las personas y eleva sus aguas hasta catorce metros a su paso por la legendaria Memphis, Markos Untzeta (Eibar, 1970) se acuerda del gran bluesman y de la importancia que tuvo el gigantesco río en la creación y desarrollo del blues. Titula a su tercer disco «Mississippi» (Gaztelupeko Hotsak) abre con la canción de igual título, una de las creaciones más valiosas de su carrera y corte que podría rodar por cualquiera de las famosas rutas de EEUU y sonar en las prolíficas emisoras de radio dedicadas al blues, el folk rock o al rock como lo vieron los Byrds o Bob Dylan.
Untzeta es un tipo culto, curtido en viajes y experiencias. Domina el terreno que circunda su estilo y aplica con arte y sabiduría lo aprendido a sus propias canciones. «Mississippi» es luz, detalle y canciones de media tarde, con el sol bajo y el paisaje abierto.
El Cadillac cabalga a medio ritmo, dejando que las guitarras lo lleven, que la armónica cree el viento a favor, que las nostálgicas melodías coloreen el paisaje crepuscular, que los ritmos medios no asusten a los caballos.
¿Qué historia se esconde tras una canción tan afortunada como «Mississippi»? Aunque no es la única destacable en un álbum tan equilibrado e inspirado a partes iguales.
«Mississippi» se gestó a partir del riff que conduce la canción «Zubiak eta ibaiak». Di con él jugueteando con la guitarra afinada en Re abierta y prendió una mecha que se mantuvo viva durante mucho tiempo. Escribí unas 17 canciones al calor de ella. Cuando todavía no había escrito la letra para el riff, ya intuía que tenía entre manos algo bueno. Lo grabé y escribí «Mississippi» en la etiqueta para identificarlo. Robert Johnson acudió entonces a mí y se me plantó delante con su crossroad blues. De ahí surgió la canción «Mississippi», donde el narrador en primera persona deja paso al propio Bob [Johnson] y nos cuenta la razón de su desesperación. Al final, ambas voces se funden y acaban arrastradas por el Mississippi en una de sus crecidas arrastradas por el blues. Después vinieron Elvis Presley, Buddy Holly, el Mardi Gras en Nueva Orleans; de pronto, me vi en Nashville junto a Hank Williams, escuché los acordes del gospel... Vamos, que fue una buena corriente. Los textos que escribí inspirados por su fuerza están, de alguna manera, relacionados con la idea del río como metáfora de la vida que discurre, los puentes como vínculo entre personas y que el paso del tiempo desgasta hasta su destrucción, la memoria como algo vivo y el poder de las canciones para recuperar el olvido.
Nació en Eibar, pero su guitarra le ha llevado por muchos cruces de camino, uno de ellos a Getxo y su sonido.
Hace unos seis años que vivo en Ondarroa. Antes, hacia atrás, viví dos años en Elorrio, uno en Bilbao, otro en Gasteiz, otra temporada en Bilbao, el regreso del extranjero a Eibar, un año en las islas Bahamas, dos en Inglaterra, lugar al que fui desde Eibar, unos años a camino entre San Sebastián y Eibar... En cuanto a Getxo, Borja Barrueta (que entonces tocaba con Malcom Scarpa) me habló de Saúl Santolaria (un notable músico y productor de Getxo). Fui a su estudio, toqué mis canciones ante él, y desde entonces aquí estamos, unos diez años juntos. Saúl es importantísimo en mi carrera, sin él no estaría donde estoy (si he llegado a alguna parte). Compartimos puntos de vista, en algunos casos, y, en otros, no hay manera de entendernos. Pero, de ese tira y afloja, al final siempre sale ganado la canción. Saúl se implica muy generosamente en mis proyectos. Gracias a él conozco a todos esos músicos getxotarras. Son únicos en su manera de concebir su colaboración conmigo, cómo preparamos las canciones, cómo las arreglamos... Todo muy sencillo y espontáneo, y con un gusto y un punch muy rockero.
Es profesor de Secundaria en Deba. ¿Le queda tiempo para la música?
Sí, y estoy casado y tengo dos hijos. ¿Tiempo? Tres discos en diez años. Trato de sacar ventaja de la situación. Si necesito desconectar del disco tres semanas y volver a trabajar en él con frescura, no tengo ningún problema. Si tengo que pedir a Saúl la decimotercera mezcla de una canción porque no me acaba de convencer el sonido de la caja y tengo que esperar unas semanas para que se olvide un poco de mí, pues espero.
Y descubrió a Springsteen...
El primer concierto al que acudí fue a uno de Itoiz, en Sanjuanes de Eibar. Lo siguiente que recuerdo haber escuchado impactado es el primer disco de Hertzainak. Luego, un día en la carta de ajuste, todavía estoy viendo aquella imagen: Ruper cantando «Hamabostean behin». Con 15 años, cuando todo alrededor era hostil y frío, una realidad desafiante y basada en las apariencias, escucho una voz intensa, doliente y auténtica. Era el «No surrender» del «Born in the USA». Investigué quién era, descubrí la ilusión de la huida del «Born to run», compartí la decepción del mundo que te rodea del «Darkness on the edge of town», me estremecí con la desoladora incomunicación de «Nebraska». Ya nada sería igual. Tiré de un hilo que me llevó al deslumbramiento poético del «Blonde on blonde», la rabia del «Highway 61», la denuncia de la injusticia en «The times they are a-changin», de Dylan. Recuerdo el pellizco de lo especial, la belleza desnuda y sensible en el «Decade» (Neil Young), la originalidad de «Sworfishtrombones» (Ton Waits)... Si te digo la verdad, me sentía como un marciano en la Tierra.