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Amparo LASHERAS | Periodista

Un grito mudo que habla

Un grito mudo que lo inunde todo, hasta el silencio de las prohibiciones que impone la mal llamada reflexión electoral. Una boca amordazada que dirá sin decir el miedo que inspira la palabra cuando se hace rebelde. El grito mudo, un clamor que, desde su mutismo, denuncia la violencia política de la que nunca se habla pero se ve y se sufre. Esa es la propuesta de las personas que desde el 15 de mayo ocupan las plazas de las ciudades más importantes del Estado español para denunciar la criminal connivencia de los gobiernos con las directrices de los mercados.

La Junta Electoral Central ha prohibido cualquier manifestación para salvaguardar el derecho del pueblo a votar libremente. Un argumento discutible que pone en tela de juicio los derechos de ese pueblo para reunirse o manifestarse, extraña paradoja que sólo se presenta allí donde los principios democráticos son confusos o, simplemente, no existen. En el célebre cuadro expresionista, El Grito, de Edvard Munch, cuya obra fue perseguida por el nazismo, la intención del autor fue reflejar el dolor y la desesperación existencial del ser humano. La madurez del arte lo llevó más allá; a entender, desde la profundidad humana, el grito que arrasa el interior colectivo cuando la prepotencia y la vulgaridad ideológica se instituyen en autoridad absoluta. Me gusta ese grito rebelde y mudo. Me gustan las plazas con mucha gente que piensa, que discute ideas, alternativas... Lo prefiero a que me mareen con el día de descanso de los candidatos del PP, PSE, PNV o Aralar, por lo general aburridos y con poca imaginación.

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