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ASTEKO ELKARRIZKETA | Imanol Alvarez

«En el terreno del respeto sexual, la sociedad vasca es más abierta de lo que se cree»

Es una de las caras más conocidas del movimiento de liberación sexual de Euskal Herria. Quizás porque la dio desde muy temprano. Todavía en los tiempos oscuros se puso manos a la obra para que nadie sufriera discriminación por su orientación sexual. Porque el respeto es la clave de la libertad. Se afirmó gay y descubrió que el lobo no era tan fiero como lo pintan y que su país era más abierto de lo que imaginaba. Pero queda camino. Y se empeñó en seguir tumbando tabúes, prejuicios y roles que reprimen las expresiones más gratificantes del ser humano .

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Fermin Munarriz

Preparando la entrevista he leído algunos artículos suyos y he descubierto que «incluso homosexual suena ya mal». Le reconozco que estoy desconcertado. ¿Qué papel juega el lenguaje en la discriminación sexual?

Demasiadas veces el lenguaje lleva una carga oculta no siempre positiva. La palabra homosexual siempre nos ha sonado mal. Ya hace 34 años, cuando empezamos a tratar este tema en Euskal Herria, no nos gustaba porque en aquella época se relacionaba con la medicina para denominar una supuesta enfermedad que, afortunadamente, luego se descatalogó como tal.

Desde el principio decidimos emplear la palabra gay; primero, porque había sido acuñada por el propio movimiento gay en el mundo anglosajón, de donde copiábamos de alguna manera. Luego descubrimos que la palabra gay existe en todas las lenguas latinas y significa lo mismo: alegre. Nos gustó mucho que además significase eso.

Proclaman que no existen heterosexuales ni homosexuales; todos somos sexuales... Vale, ¿entonces cuál es la cuestión?

Es el discurso de EHGAM desde su creación. No estábamos de acuerdo con las teorías bipolares: homosexual-heterosexual, activo-pasivo; hombre-mujer... No nos gustaba dividir todo en dos; la cosa es más compleja, no todo es blanco o negro; hay muchas gamas de grises además de otros colores. Y pensábamos que la sexualidad no se podía simplificar de esa manera.

Ni siquiera nos gustaba el término bisexual -y sigue sin gustarnos- porque si no hay homos ni heteros, tampoco hay bisexuales; hay simplemente personas con una sexualidad que la viven como quieren y pueden.

Muchas personas viven su sexualidad de manera oculta, tras una cortina de tormento y soledad. Hay mucho sufrimiento tras ese silencio sobre la orientación sexual...

Hay mucho, demasiado. Yo he tenido la suerte de que prácticamente no lo he vivido, pero he conocido mucho sufrimiento a mi alrededor y lo sigo conociendo. Parece mentira, con todo lo que se supone que hemos avanzado, la cantidad de gente que lo sigue ocultando, que sigue teniendo mucho miedo. Los cambios sociales son muy lentos.

No obstante, el mensaje que siempre hemos dado es que no es tan fiero el lobo como lo pintan; y, desde luego, por fiero que fuera, no merece la pena estar todo el tiempo metido en un armario o donde sea; hay que salir y vivir. Y si viene el lobo, enfréntate a él lo mejor que puedas.

Se trata de una lucha colectiva. Sin embargo, el paso de la afirmación de la propia sexualidad a quien la vive oculta es estrictamente personal... Sospecho que son momentos difíciles. ¿Cómo fue su experiencia?

Yo realmente no recuerdo haber sufrido por este tema. Creo que he sido afortunado. Lo viví con mucha naturalidad; me fui dando cuenta de que me gustaban algunos chicos y algunas chicas y no le daba mayor importancia, me parecía la cosa más normal del mundo. En seguida vi que a la sociedad en general no le parecía tan normal y, entonces, sí me planteé qué hacer, pero no con angustia, sino intentando ser pragmático. Y tomé una decisión: «no quiero problemas con la sociedad y si a la sociedad no le parece mal que mire a una chica pero le parece mal que mire a un chico, pues sólo voy a mirar a las chicas».

Creo que la decisión me duró una semana... Recuerdo que iba por Bilbao en un microbús de los que llamaban «azulitos» y vi por la ventanilla un chico que pasaba, que me resultó agradable, y dije: «a la mierda la sociedad», y me di media vuelta y le miré. Y ahí se acabó la decisión de ocultar.

Pero en muchos casos se necesita valentía...

Tal vez. En mi caso, quizás mis padres me educaron muy bien; siempre me dijeron que había que ser honesto contigo mismo y que había que respetar a todo el mundo. Yo seguí sus consejos.

A usted le tocó vivir la juventud en un contexto histórico y social muy difícil: el final del franquismo. Poco más de un año después de morir el dictador -a finales de 1976 y comienzos de 1977-, usted junto a otras personas deciden organizar el primer grupo por la liberación sexual en Euskal Herria. ¿Cómo era la situación entonces?

La situación era muy diferente; se hablaba muy poco de sexualidad, y cuando se hablaba, se hacía en términos no sólo heterosexistas, sino muy machistas también. La homosexualidad no se mencionaba y si existía era para contar chistes muy zafios o para hablar muy bajito, muy en secreto para que nadie se enterase, una cosa muy íntima...

Existían leyes como la de «peligrosidad social», que perseguía a los «homosexuales»...

Precisamente nuestra primera gran lucha -y gran victoria- fue cambiar esa ley. Nuestro objetivo era derogarla y se derogó, aunque muy tarde: a finales de los ochenta o comienzos de los noventa, pero se dejó de aplicar mucho antes. Desde luego, en el año 1979 conseguimos que cambiasen la letra de la ley y que en la nueva redacción desapareciera el término «homosexual». Dejamos de ser socialmente peligrosos. Ese fue nuestro primer gran éxito.

¿Por qué decidieron agruparse y actuar con una actitud política activa?

La situación era muy difícil; el cadáver de Franco estaba todavía caliente. Sin embargo, creo que también nos ayudó esa situación porque nos empujó la corriente. Hubo una persona, Antonio Quintana, que había vivido el nacimiento del Gay Liberation Front en el Reino Unido y había vuelto aquí. Pensaba que había que hacer algo similar, pero no tenía contactos; yo sí los tenía y fuimos la pareja ideal: él traía la idea y las ganas y yo ponía los contactos.

Empezamos a juntarnos un grupo de personas pero no teníamos muy claro qué queríamos hacer. La vorágine política y las ganas que tenía la gente de trabajar en el campo social y político eran tan grandes que nos empujaron. Para cuando nos pusimos un nombre y poco más ya nos estaban llamando de todos los sitios, por ejemplo, de las mesas de partidos, de movimientos sociales... En 1977 escribimos nuestra primera plataforma reivindicativa.

¿Es cierto que el germen de este movimiento está en la Feria de Durango?

Sí... [risas] Es una mera anécdota, pero solemos decir que EHGAM siempre ha estado muy cercano a la cultura vasca, precisamente porque la idea surgió -por casualidad- en el contexto de la Feria del Libro y Disco de Durango en 1976. Ese chico que mencionaba antes y yo nos conocimos oficialmente en la feria y allí salió la idea de hacer algo.

¿Qué ha sido lo más duro en estas tres décadas de camino?

Como grupo no ha habido grandes cuestiones que nos hayan resultado especialmente duras, más allá de que durante dos décadas tuvimos que autofinanciarnos. También nos costó mucho legalizarnos. Martín Villa era entonces el ministro de Interior y no quería hacerlo de ninguna manera. Finalmente nos legalizaron en 1986.

También ha habido anécdotas. Por ejemplo, los compañeros de Gipuzkoa fueron a pedir una subvención a la Diputación Foral y la respuesta del entonces diputado general, un tal Aizarna, fue que si querían una subvención él se la daba para que fueran todos a Lourdes a que les curase la virgen. Pero esto no es duro, es divertido; en las manifestaciones le cantaban cosas con rimas graciosas...

¿En tantos años de militancia activa en este campo ha vivido muchos contratiempos?

Sinceramente no, pero ahora que hablamos de este tipo de cuestiones me viene a la cabeza también que hace unos once años me llamó un periodista de «Ardi beltza» para contarme que estaba haciendo un reportaje de investigación sobre la Falange y que, en una lista que había obtenido, yo figuraba entre los objetivos. Había detalles de cómo éramos vigilados, etcétera. Me tiré unos meses mirando debajo del coche cada mañana.

Supongo que también habrá habido cosas gratificantes...

Muchas. Primero, cuando ves que no pasa tanto como crees que puede pasar. Yo nunca he tenido problemas ni en mi familia, ni en mi trabajo, ni en mi entorno, ni en el barrio en que vivo hace más de treinta años. A la espalda habrán dicho muchas cosas, evidentemente, pero no me he enterado. Y a mi nadie se me ha enfrentado.

Parece extendida la aceptación de la diversidad de opciones sexuales. ¿Cuáles son los mayores obstáculos en la práctica?

Los mayores obstáculos son simplemente los derivados de que a muchas personas les cuesta asumir que la sexualidad humana es plural. Mucha gente se queda en su pequeña parcela y no se preocupa de pensar, de recapacitar, de leer... Tampoco tiene por qué estar mal, pero eso tendría que ir indefectiblemente unido a respetar al prójimo. Vivimos una época en que se está acentuando mucho el individualismo y la competitividad, y muchos jóvenes parecen tener una prepotencia terrible; hablan casi mirándote por encima del hombro. No sé si van a saber respetar al resto de las personas tanto o más que los anteriores. Ese es uno de mis miedos. Yo creo que la base está en el respeto al prójimo, en vivir y dejar vivir.

¿La sociedad vasca es abierta?

Es bastante más de lo que se cree. Eso no significa que seamos ejemplo para nadie. Yo mismo, cuando me vino Quintana con la idea de crear un movimiento tipo Gay Liberation Front, le decía que en Euskal Herria iba a ser imposible porque era muy machista, muy religiosa, porque somos muy cerrados... Y la sorpresa fue que no era tan difícil. Somos tímidos, pero no es lo mismo que ser cerrados. Tampoco es lo mismo ser cerrados hacia un desconocido que ser cerrado de cabeza... La gente era más abierta y estaba más dispuesta a admitir otro tipo de comportamientos de lo que pensábamos. Por supuesto, siempre hay un reducto de gente que no lo está.

¿En este grado de normalización ha podido influir la existencia de un movimiento político de izquierda muy activo?

Sin duda, ha influido. Escribí un artículo hace unos 15 años por encargo para una revista alemana y hacía este análisis, que luego fue muy comentado. Ellos me pedían que hablase del Estado español, no sólo de Euskal Herria. Casualmente, en aquella época en el Estado no había nada, había habido pero había desaparecido; no había ni manifestaciones del 28 de junio ni grupos con entidad. Sin embargo, en Euskal Herria y en Catalunya había bastante. ¿Por qué sólo en Catalunya y en Euskal Herria? Esa era una de las cuestiones que querían que analizase. Y la respuesta fue esa: precisamente por otras razones políticas y sociales había mucha más efervescencia y más interés en Euskal Herria y en Catalunya. Y esto estaba muy relacionado con la reivindicación nacionalista, con el no reconocimiento de la nación, etcétera. Todo eso facilitaba este otro tipo de luchas.

¿Aquí se ha avanzado más o menos que en otros lugares?

En un momento se avanzó más, quizás junto con Catalunya, y luego nos hemos estancado. Es difícil ver cómo podemos avanzar más. Hace unos años empezamos a analizar este tema con mucho cuidado -por prevenir connotaciones xenófobas-, pero veíamos que los últimos años está viniendo mucha gente de países con planteamientos mucho más machistas y heterosexistas no ya de lo que somos aquí sino de lo que éramos. Todo tiene su parte buena y mala. La libertad de movimiento es básica y la mezcla cultural nos enriquece a todos, pero mucha gente viene con una mentalidad que aquí creíamos que empezábamos a superar. Se vuelven a ver los roles supermarcados contra los que habíamos luchado tanto. Otra vez tenemos que empezar. Esa es ahora una de las dificultades.

¿La lucha por la liberación sexual tiene ideología política?

La tiene en cierta medida. Por definición, la derecha es conservadora y no le gustan los grandes cambios, y lo de antes es el matrimonio convencional de hombre, mujer y niños -hijo e hija-. Lo que se sale de ahí no les gusta. Hay individualidades y también la derecha se va civilizando y adaptando a la realidad.

Sí existen matices políticos en el sentido de que todo lo que cambia y rompe tiene cierto componente revolucionario. De hecho, en la definición de gay está el término revolucionario. Ahora, la palabra gay ha quedado muy descafeinada y es cualquier cosa... Hay otras corrientes; incluso hace años hubo un movimiento llamado anti-gay que decía que «si eso es gay, yo no soy». Lo decían por el tema de las cabalgatas, etcétera.

Precisamente las cabalgatas han suscitado recelos entre propios y ajenos por una posible distorsión o caricaturización de una realidad...

Yo tengo mis luchas conmigo mismo. Creo que sí contribuye positivamente pero es peligroso. Es positivo porque hace que se hable del tema y da una imagen de muchísima gente, de apertura, de libertad... Pero es peligroso por los estereotipos si nos quedamos básicamente con dos: la drag queen -el hombre disfrazado y maquillado como si fuese una mujer- y el cachas de gimnasio que sale en tanga. A mí me parece válido lo uno y lo otro, pero si sólo hay estos dos únicos modelos falla algo.

La sexualidad es una de las expresiones más gratificantes del ser humano y, sin embargo, es un campo abonado de represión y donde más prejuicios y tabúes existen. ¿Por qué?

Siempre recurrimos a las religiones, que tienen la culpa de mucho, pero no sé si de todo. Casi todas las religiones -con alguna excepción- son sexófobas, no sólo homófobas. El sexo es sucio, es pecado, hay que ocultarlo, sólo en la intimidad, dentro del matrimonio, que es sagrado, para tener hijos y nada más... Es muy difícil quitarse esta carga de siglos de encima.

Ha habido a lo largo de la historia momentos y gente que ha intentado cambiar y disfrutar de su sexualidad, pero es a partir de finales del siglo XIX cuando empieza a haber movimientos en serio que empiezan a proclamar que el sexo es gratificante y satisfactorio. Pero ha pasado siglo y pico y tenemos que seguir diciendo lo mismo.

Hay quien lo vive con angustia...

Claro, cuando se siente algo que va en contra de lo que se ha enseñado es angustioso. Y no sólo por la homosexualidad. Si una persona siente deseos sexuales hacia otras personas y le han dicho que eso está muy mal porque debe sentirlos sólo hacia su pareja, lo puede pasar fatal. Yo no hago un llamamiento a romper parejas, pero tenemos que asumir como normal que nos atraigan otros seres humanos, aunque queramos muchísimo a una persona, estemos en pareja o estemos enamoradísimos o enamoradísimas.

No tendría por qué ser malo que tuviéramos relaciones sexuales con otras personas, pero eso queda al libre albedrío de cada uno porque, al fin y al cabo, matrimonio oficial o no, cuando hay una relación entre dos es una especie de contrato y ellos sabrán lo que hacen.

¿Por qué la Iglesia, que se encarga de velar por el alma, se interesa tanto por la carne?

Es sospechoso. Hay interpretaciones -yo pienso que fáciles- que dicen que, por razones obvias: a ellos también les interesa mucho ese tema; también se les reprime y esa represión les lleva a obsesiones. Puede ser cierto. Es evidente que no puede ser sano que una persona no practique sexo porque se lo prohíbe su religión, siendo el sexo como es una necesidad de todo ser humano. Tanta gente cuenta que iba al confesionario y el cura sólo se interesaba por el sexo... Quizás es una interpretación demasiado fácil. No sé la respuesta.

¿Cuál es la razón de la homofobia?

Las fobias, que interpretamos como odios, son miedos. La homofobia tiene detrás un miedo a lo diferente, al cambio, un miedo -tal vez- a que te descubran... El homófobo tiene miedo a que le desborde la realidad, a no saber dónde está situado porque la sociedad está basada en la familia tradicional, pero cada vez hay más tipos de familias -monoparentales, homoparentales...- Hay personas que sienten miedo porque les están desordenando todo.

No me gusta la interpretación fácil, pero en algunos casos sí es verdad que los mayores homófobos quieren ocultar su parte homosexual; no creo que sea siempre así, no caeré en ello.

¿La presencia de gays y lesbianas en ámbitos públicos -como medios de comunicación- contribuye a la normalización?

Por supuesto. Todos necesitamos puntos de referencia en nuestras vidas. Cuando yo era joven no teníamos referencias gays; hoy en día las hay, no siempre todo lo maravillosas que quisiéramos, pero son referentes en el sentido de que sabes que no eres el único. Hay más hombres que mujeres, pero es consecuencia del machismo de la sociedad; hay homofobia pero hay machismo también.

Las mujeres lesbianas tienen menos visibilidad que los gays. ¿Por qué en esto también es más difícil el camino de la mujer? ¿Existe sexismo también fuera de la heterosexualidad?

Supongo que sí, no siempre conscientemente. Una carga ideológica de siglos no se puede quitar de repente. Yo recibí una educación machista y heterosexista y he tenido que reprogramarme, y seguro que en esa tarea autodidacta me he dejado muchos flecos. No es fácil.

¿Qué tabú desearía que desapareciera de una vez por todas?

Creo que si el sexo dejara de ser tabú ya habríamos dado un paso de gigante, porque automáticamente caerían otros tabúes, estereotipos, roles...

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