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Madghis Fathi Bouzakhar

«Pensaba que sería ejecutado o que pasaría toda la vida en prisión»

Arrestado por Muamar al-Gadafi por «sedición y separatismo» y liberado en el fragor de la revolución libia. Ésta es la historia que recoge GARA desde el bastión rebelde de las montañas de Libia; la de otro joven bereber represaliado por su compromiso con su lengua y su cultura.

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Testimonio recogido por Karlos ZURUTUZA

Me llamo Madghis Fathi Bouzakhar y tengo 29 años. Nací en Yefren, una pequeña localidad amazigh (bereber) en las montañas de Nafusa (oeste de Libia). Recuerdo que fue el 14 de diciembre de 2010 cuando recibí aquella llamada desde el Ministerio de Exteriores libio. Decían que querían hablar conmigo y me pedían que fuera a sus oficinas. En Libia, cuando esta gente te llamaba, sabías que no te iban a soltar. Así que no hice caso. Pero a los pocos días llamaron a mis padres. Les dijeron que no iban a ser más que unas pocas preguntas. Estaban muy preocupados por mí, pero también por ellos mismos.

Al final decidí personarme en la dirección que me dieron en la calle Nasser de Trípoli, justo al lado del antiguo palacio del rey, que actualmente es un museo. Estaba confuso porque aquello era, apartentemente, una oficina de turismo. No obstante, entré y pregunté a ver si era la delegación de la Policía secreta. Tras cotejar mi identidad, un hombre que decía llamarse Athiya me dijo que esperara unos minutos.

Al poco me hicieron pasar a una habitación en la parte de atrás. Allí, dos hombres no paraban de preguntarme sobre un italiano al que había conocido en Trípoli. Les dije lo que sabía, que se llamaba Simón Maurie y que era un estudiante del SOAS (Universidad de Estudios Orientales y Africanos) de Londres. Cuando le conocí, Simón estaba trabajando en una tesis sobre el dialecto amazigh de Oyala, un oasis en el este de Libia. También me preguntaron sobre los países que había visitado junto con Mazigh, mi hermano gemelo. Mazigh y yo habíamos estado en Marruecos coincidiendo con el Primer Festival de Cine Amazigh. Además, nos interesaba mucho la variante del bereber del valle del Rif, que es muy similar a la que hablamos aquí, en Nafusa.

También habíamos viajado a Argelia, donde nos entrevistamos con estudiosos de la lengua bereber como nosotros. Nuestra cultura es principalmente oral por lo que mi hermano y yo llevábamos muchos años recopilando canciones, poemas, etc... Además, habíamos traído muchos libros sobre la cultura amazigh desde Marruecos y Argelia escondidos en nuestro equipaje.

Tras aquel primer interrogatorio me dijeron que querían registrar mi casa. Mis padres viven en Sirte y nosotros vivíamos con mis abuelos en Trípoli. Nuestra habitación era grande y estaba llena de papeles, documentos, CD, libros... Se lo llevaron todo.

De vuelta en la oficina de turismo me interrogaron otra vez y luego me encerraron en una celda. Al poco trajeron a mi hermano y le interrogaron en otra habitación. Ninguno de los dos acabábamos de entender lo que estaba ocurriendo.

Pasamos 50 días, cada uno en una celda con una ventana muy pequeña, y sin luz eléctrica. Mi hermano y yo somos miopes. Nos habían quitado las gafas y apenas podíamos ver nada. Aquel lugar apestaba a excrementos y daba asco hasta respirar. Solía pasar una semana, hasta diez días sólo. A veces traían a un preso de Chad, de Egipto, o a algún libio. Mi hermano permaneció en la misma celda todo el tiempo pero a mí me iban moviendo de una a otra. Eran todas igual de oscuras e insalubres.

Tras aquellos 50 días nos trasladaron a Jdayda, la cárcel principal de Trípoli. Nos dijeron que se nos acusaba de sedición y separatismo y nos encerraron en el ala de «ejecuciones y cadena perpetua».

Libertad tras el caos

El día 16 de febrero nos llamó la atención que no hubiera policías en nuestra sección. Como era de esperar, los presos se hicieron con el control: provocaron diversos destrozos, quemaron mobiliario, mantas, sábanas... A la noche, la Policía empezó a disparar contra los internos y mataron a dos. Aquello se convirtió en un caos y los presos consiguieron derribar parte de un muro con las puertas metálicas que habían arrancado de las celdas. Algunos llegaron hasta la calle, donde esperaban las familias angustiadas.

La presión sobre el Gobierno era tremenda. El 19 nos sacaron de Jdayda, pero no a todos a la vez. A la mañana liberaban a un grupo, a la tarde a otro...

El levantamiento del 17 de febrero contra Gadafi lo había cambiado todo, sobre todo para mi hermano y para mí. Ambos pensábamos que acabaríamos ejecutados o, en el mejor de los casos, que pasaríamos el resto de nuestra vida en prisión.

Nada más ser liberados volvimos a Yefrén, nuestra aldea en las montañas de Nafusa. Hoy publicamos un periódico semanal en nuestra lengua y hemos retomado nuestros estudios. También ayudamos en la escuela del pueblo, donde casi 50 niños son instruidos en su lengua materna. Ocasionalmente, asistimos a los periodistas que se acercan a la zona porque aquí no hay mucha gente que hable inglés.

Si bien aquellos 70 días en prisión fueron duros, una de las cosas que más lamentamos mi hermano y yo es haber perdido nuestros apuntes, CD y, sobre todo, nuestra biblioteca. Teníamos cerca de 500 volúmenes. Sólo nosotros sabíamos lo que nos había costado conseguirlos.

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