Alarde de coraje entre un alarde de insultos
Un año más, la celebración del Alarde de Hondarribia volvió a mostrar una fotografía hiriente. No faltarán medios que hablarán del sol radiante en el día grande de la fiesta, de un un pueblo volcado y engalanado para la cita, que no se hartó de aplaudir al paso de las cantineras. La realidad puede estirarse, pero difícilmente podrá ocultar que un año más -y ya son demasiados- la discriminación contra las mujeres volvió a institucionalizarse. Que una fiesta que es de todos y todas ha sido privatizada con subterfugios y el patrocinio del dinero público. Y que, dando pasos atrás como los cangrejos, la tensión y la violencia se hicieron más patentes que en anteriores alardes por la vergonzosa colaboración de un Departamento de Interior que, en nombre de la seguridad, no tuvo mejor ocurrencia que hacer de un tema de fundamento democrático y derechos básicos una cuestión de orden público.
Aquellos que parapetados tras los humillantes plásticos negros acosaban a la compañía Jaizkibel, que sabiéndose impunes ante los beltzas de la Ertzaintza utilizan la violencia verbal, con insultos y vejaciones muy graves, no representan a Hondarribia. Y aunque digan que actúan en nombre de la tradición, de un sentimiento o de algo sagrado, no tienen ese monopolio. La realidad demuestra que tienen la verdad contra ellos mismos. Que cada vez son más los hondarribitarras que participan y simpatizan con la justa causa de Jaizkibel. Nueva gente joven, más apoyo y comprensión del conjunto del país y el convencimiento de que, en un contexto europeo, este tipo de actos tiene cada día un encaje más difícil y un futuro más incierto sólo pueden reafirmar el coraje de Jaizkibel en la defensa de unas convicciones que terminarán por materializarse. Quizá más tarde de lo que sus integrantes quisieran, pero sin duda antes de lo que sus oponentes creen.
El Alarde demuestra que más votos no son siempre sinónimo de democracia. Lo ideal sería que todos hicieran pedagogía para revertir la institucionalización de la discriminación. El máximo representante de Gipuzkoa dio buen ejemplo en esa dirección. El Alarde público e igualitario será pronto una realidad inapelable.