Hace cincuenta años
De cuando el Basconia fichó a Iribar por la comida y la pensión
En 1961, un joven portero zarauztarra que iba para tornero fue captado por el equipo de Basauri, gracias al tesón de «Piru» Gainza, a quien convencieron sus cualidades. Sólo duró allí una temporada, justo hasta que el Athletic se hizo con él por un millón de pesetas.
Joseba VIVANCO | BILBO
Un millón de pesetas de entonces. Ésa es la cifra que el Athletic de Bilbao desembolsó -nunca antes la había pagado por un fichaje- y con la que se adelantó a equipos como el Valencia, Atlético de Madrid o Barcelona para hacerse en 1962 con un jovencísimo arquero de imponente planta y un inusual saque de portería con la mano. Sólo un año antes había llegado al Basconia y en apenas unos meses acaparó titulares en la prensa de la época después de que el mismísimo Kubala, técnico del Barcelona, le dijera: «Si quieres venir con nosotros, tienes sitio». Y eso después de que los blaugranas le hicieran diez goles.
Hablamos de José Ángel Iribar Kortajarena. Esta temporada se cumplen 50 años desde que aquel joven zarauztarra -que iba para tornero- decidió salir del pueblo para enrolarse en las filas del club de Basauri. Era 1961, pero la historia del mejor portero que ha dado la prolífica cantera vasca tiene su pitido inicial mucho antes, en la arena de aquella playa de Zarautz que amortiguaba sus primeras y, años después, legendarias estiradas en pos del balón.
A veces le llevaban al viejo campo de Atocha, cuando el visitante era el Athletic o el Madrid. Sus primeros puntapiés lo fueron en el patio de la Escuela de Misericordia, luego en los torneos playeros con el Salleko, hasta que a los 15 años se incorporó al juvenil del Zarautz.
La Real Sociedad lo desestimó
El caserío Makatza -donde un balón era un privilegio-, donde había nacido el 1 de marzo de 1943, fue el escenario el mes de julio de 1961 del fichaje de Iribar. Mientras descargaba hierba con su aita, Salvador Etxabe, un futbolista del pueblo que había fichado por los de San Mamés pero que jugaba cedido en el Basconia -por entonces en Segunda-, fue a verles. Los verdinegros buscaban portero.
José Angel tenía 18 años. Su padre le miró y, como él mismo ha recordado más de una vez, «me dijo que dejara las bobadas y siguiera descargando hierba». Y es que era el único hijo varón del caserío. Ya había probado con la Real Sociedad, pero desestimaron su contratación. «En aquel momento me vi más tornero que nunca», ha comentado en alguna ocasión.
Tras una reunión familiar, el apoyo de su ama y sus cinco hermanas parece que resultó fundamental. Tenía una semana de plazo para probar. Iba a ser la primera vez que aquel espigado chaval cruzaba a Bizkaia y la experiencia no iba a ser fácil, al menos al principio.
En su primera prueba jugó sólo medio tiempo y apenas tuvo trabajo. Algunos directivos le dijeron que se volviera a casa con su maleta llena de ilusiones, pero entonces surgió la figura de quien más tuvo que ver en el inicio de su posterior exitosa carrera. Piru Gainza, asesor de los basconistas, sí que se fijó en él. «Si no retenéis a este chico, yo me hago cargo de su ficha», le espetó a la directiva presidida por Juan Alonso. Al día siguiente volvió al campo, siguió con las pruebas y, finalmente, escuchó el largamente esperado «chaval, te quedas».
Firmó por una temporada, la 61-62, a cambio de la manutención completa en la pensión Ibarrondo -que regentaba un matrimonio euskaldun de Zeberio- en la que había pasado 15 días, y en la que no sólo seguiría residiendo, sino que lo haría incluso cuando meses después fichó por el Athletic. «Me quedé viviendo con ellos hasta que me casé», ha recordado alguna vez. Comida, cama y cinco duros de prima por partido ganado, que cobraba en un talón.
Los primeros partidos ni siquiera fue convocado, con Arego y Munillo por delante de él. Hasta que llegó su debut basconista, como una premonición. Cosas del destino, en el mismísimo San Mamés, contra el Indautxu. Era la quinta jornada liguera y, como el Basconia era prácticamente un filial de los rojiblancos, jugaron el partido después de un Athletic-Celta.
Ganaron 2-0 en un gran encuentro de Iribar y, desde ese momento, el entrenador Manuel de Nicolás le puso ya de titular. Aquello y los partidillos de entrenamiento de los jueves con el Athletic de los Carmelo, Orue, Artetxe, Makaida, Arieta y compañía le fueron dando a conocer. Pero su consagración llegó en el torneo de Copa.
Primero eliminaron al Cartagena, para posteriormente hacer lo propio con todo un Atlético de Madrid -campeón liguero los dos ultimos años y en semifinales de la Recopa-, al que dejaron en la cuneta tras un partido de desempate en Valladolid, donde aquel joven mocetón tuvo una actuación memorable. Allí, los `grandes' se empezaron a fijar en él y a preguntar por su nombre. Pero lo mejor estaba por llegar. El siguiente rival era un Barça venido a menos.
Todos los «grandes» le querían
Se jugó en abril de 1962 y los catalanes vencían por 0-2 en la ida y por un rotundo 10-1 en el Camp Nou, ante 70.000 espectadores, con un Basconia que presentó el siguiente once: Iribar, Carlos, Orive, Larrea, Ealo, Olave, Ontinano, Saiz, Borinago, Maguregui y Ayarza. «Me metieron nueve, pero es que jugamos con dos menos medio partido», recordaba el cancerbero, cuyas soberbias actuaciones eran seguidas hace meses.
``Varios clubes de Primera División se interesan por el portero del Basconia'', titulaba en una nota el diario ABC el 19 de diciembre de 1961. Entre ellos citaba al Valencia, Barcelona y también el Elche. Así que llegó el tiempo de oir ofertas, mientras los basconistas se frotaban las manos con aquel joven al que casi desestimaron. El hernaniarra que fuera jugador valencianista Pasieguito llegó a invitarle a comer para acercarle a los chés, e incluso el Atlético puso cerco a su fichaje. «Pero yo estaba predestinado para el Athletic», ha recordado Iribar.
Y así es. La entidad de Ibaigane aprovechó su trato preferencial con el Basconia para adelantarse a todos, aunque para ello se tuviera que rascar -y mucho- el bolsillo. Un millón de pesetas de la época, casi nada, dinero que ayudó a sufragar a la postre una tribuna en Basozelai.
``Iribar, al Athletico de Bilbao'', rezaba una escueta nota a mitad de página en el ABC del 5 de julio de 1962. Fichaba por tres años -250.000 pesetas de ficha y un sueldo de mil duros mensuales, se decía- como suplente del gran Carmelo Cedrún, provocando la salida del primer damnificado de una larga lista por la figura de Iribar, el segundo portero rojiblanco, el irundarra Juan Antonio López García, que provenía del Alavés y se tuvo que `exiliar' al Espanyol.
«Iribar y diez más»
Aquel chaval de caserío que iba para tornero cumplió un sueño. Y lo hizo con el Athletic, donde defendería su portería durante casi dos décadas bajo el lema `Iribar y diez más', hasta colgar los guantes, «casi de puntillas», como escribiría el periodista Alfredo Relaño tras su último partido oficial de león, un 11 de noviembre de 1989 en Las Palmas.
Al siguiente partido, en La Catedral, la prensa presionó para que el técnico Senekovitsch le pusiera de titular y se despidiera, pero fue en vano. Por cierto, el último gol que recibió fue en un partido de Copa, el 12 de diciembre de 1979, ante el Getxo, y el eterno privilegio recayó en las botas de Iñaki Lekerika, delantero del equipo de Fadura.
Fue el adiós del Txopo, apodo que le acuñaron ya en su temporada con el Basconia, ocurrencia de un ex-portero del equipo, veterano, quien -como ha contado alguna vez el propio Iribar- le comparó con un chopo por sus salidas en busca de los balones aéreos, que con el tiempo adquirieron tintes míticos. Desde entonces, dejó de ser Ángel o José Ángel, y fue, es y será, simplemente, el Txopo.
Tuvo por delante de él al `muro' Carmelo -al que retiró-, a su homenaje acudieron los míticos Lev Yashin y Ricardo Zamora, pero quizá, entonces, Iribar se acordó de aquel su primer ídolo en quien se fijó de chaval, un portero sobrio y trabajador del Zarautz llamado Edmundo.
Hoy, medio siglo después, José Ángel Iribar sigue defendiendo los colores del Athletic, ahora allá donde le llaman o reclaman, en Lezama o en cualquier campo o peña. Porque este Txopo jamás se ha secado. Ni se secará.