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CRÍTICA narrativa

«El mapa y el territorio»

 

Iñaki URDANIBIA

El año pasado, con esta novela, Michel Houellebecq logró el codiciado Premio Goncourt; ya cinco años antes lo había rozado con  “La posibilidad de una isla”, mas sus intempestivas opiniones islamófobas echaron por tierra dicha posibilidad, digo del premio, no de la isla. A la rentrée ya se olía, tras polémicas varias y una campaña de marketing perfectamente orquestada, que el galardón iba a ser para el autor que, por otra parte, y contrariamente a lo que en él es habitual, se mostraba en sus apariciones públicas de un comedido que desentonaba con el polémico personaje. Quienes apostaron por él, entre los que me hallo, ganaron… una buena novela.

El libro se convirtió en el terreno apropiado para las opiniones más dispares, y se inició una caza que llevaba al bueno de Tahar Ben Jelloun a decir que éste no era una novela sino una recopilación de marcas (¿qué diría el franco-marroquí de “Las cosas” de Perec?); el vendelibros de profesión, Marc Lëvy, protestaba diciendo que le había copiado el título de una obra suya; Wikipedia se quejaba de que había tomado trozos enteros de su información sin decir ni pío (¡como si ellos siempre suministraran sus fuentes!).

Ahora se traduce por acá, con sobriedad y elegancia, y me atrevo a afirmar que sin lugar a dudas estamos ante la más lograda novela del autor de “Partículas elementales”. Ayuda a mantener tal opinión, además de sus méritos propios, la ausencia de opiniones provocadoras y reaccionarias: cuando no se metía con las costumbres libertarias de los sesenta como en el caso de la recién nombrada, la emprendía contra el Islam y se convertía en apólogo del turismo sexual en “Plataforma” o entregaba un manual de raelismo-doctrina de un salido extraterrestre y sectario que parece haber cautivado a nuestro hombre en la novela nombrada al inicio de estas líneas. En el caso que nos ocupa traza una cartografía de la actualidad y nos pone ante nuestros ojos lectores las palabras y las cosas que pueblan nuestro hoy. La topográfica mirada del escritor nos sitúa ante el paisaje urbano y el de la champagne, frente a los gustos culinarios del presente y en medio de los criterios que dominan en el mundo del arte. Los protagonistas que nos hacen vivir lo anterior, y mucho más, son un padre arquitecto y su hijo dedicado al arte, y sus amores. La acción no se ciñe a los recuerdos del anciano y a las vivencias cotidianas de su hijo sino que la muerte toma la escena, la intriga regada con fino humor, y los cameos de ciertos personajes célebres del panorama cultural francés, entre ellos el del propio Hoellebecq que se cuela con sus aires schopenhauerianos.

Como el agrimensor kafkiano, el narrador se demora en la resolución de las historias que confluyen y que se cierran con un final nada feliz… ya decía George Brassens «qu´il n´y pas d´amour heureux», y en el caso del corrosivo Houellebecq nada tiene final ni principio feliz en su continuo balanceo entre el tedio y el sufrimiento.

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