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Crónica | Desde Libia

El desarme y los desplazados, retos para la nueva Trípoli

Cada noche, cientos de personas siguen concentrándose en la plaza de los Mártires de Trípoli para festejar la victoria del CNT. Muchos son milicianos procedentes de otros lugares de Libia. Desarmar a los combatientes es uno de los retos para una capital que, paulatinamente, recupera la normalidad. Los servicios están a pleno rendimiento y, poco a poco, los checkpoints dejan paso a un tráfico colapsado.

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Alberto PRADILLA

«Intentamos mantener el orden, pero hay gente que está fuera de control». Rajab Ramadan, oficial de la brigada 17 de febrero de Zintan, se mantiene atento junto a su carro de combate en la Plaza de los Mártires de Trípoli, rebautizada desde la irrupción de los milicianos del Consejo Nacional de Transición (CNT) en la capital libia. Tiene como misión controlar una explanada en la que, cada noche desde hace dos meses, cientos de personas se concentran para celebrar la victoria de los opositores a Muamar Gadafi. Poco a poco, la ciudad recupera la normalidad. El número de congregados en la antigua Plaza Verde se reduce diariamente. Ahora, el ambiente al caer la noche es lo más parecido a una concentración de tunning bélico mezclado con un parque infantil. Las pick up artilladas hacen trompos y derrapan en medio de incontables puestos de merchandising con todo tipo de material con los colores del nuevo régimen y la bandera amazigh. Se han colocado hasta futbolines en los porches que unen la plaza con la avenida Omar Mukhtar. Sin embargo, la proliferación de armas sigue siendo una asignatura pendiente en una ciudad que trata de recuperarse de ocho meses de guerra. También los desplazados, procedentes en su mayoría de Beni Walid. La vida reflota en Trípoli pero la incertidumbre sigue presidiendo la mayoría de conversaciones.

«Todavía estaremos un mes aquí», asegura Ahmed Seafaoun, de 22 años, miliciano enrolado en la brigada de Jadu. El presidente del CNT, Mustafá Abdeljalil, puso la jornada de hoy como fecha tope para que las armas pesadas regresen a los cuarteles. Lo que no explicó es cómo hará para que se cumplan sus órdenes. Seafaoun, sentado sobre una pick up negra, no lo tiene tan claro. Cree que todavía es pronto para marcharse.

«Mantenemos la seguridad, estamos bajo las órdenes de la nueva autoridad», replica Ramadan. Junto a él, varias familias se fotografían con los milicianos. La escena se repite diariamente. «Estamos contentos con los thuwar (algo así como «revolucionarios», que es como los simpatizantes del CNT llaman a las milicias). No me importa que sean de Zintan o de cualquier otro lugar. Son ellos los que nos han liberado», asegura Nuri Eshakanti, un tripolitano barbudo que afirma haber trabajado en el centro de estudios estratégicos de la Yamahiriya.

Hartos de armas

Pero no todos opinan así. Los comerciantes de las calles periféricas, que ya funcionan a pleno rendimiento, comienzan a hartarse de la proliferación de armas. «Necesitamos un Gobierno fuerte para que quite los kalashnikovs a todos esos chavales de 15 ó 16 años que no saben lo que hacen», dice Karim Belbash, tunecino de nacimiento y libio de adopción, que dirige una cafetería en una de las plazas adyacentes al centro neurálgico tripolitano.

Los tiros al aire, que han provocado incontables heridos, son una de las quejas más recurrentes. Aunque a nadie se le escapa que la presencia de milicianos procedentes de otros lugares también obedece a tensiones internas en un movimiento que estado cohesionado hasta la ejecución de Gadafi. Pero ahora que toca repartir el poder, los coman- dantes de lugares como Misrata no quieren dejar la capital y permitir que sean otros quienes se repartan todos los asientos.

La cuestión de las armas es sólo uno de los retos inmediatos de esta Trípoli cada vez más normalizada. En el último mes apenas se ha registrado algún esporádico choque con partidarios del antiguo régimen. Y eso se nota en las medidas de seguridad. Si hace dos meses entrar en Trípoli constituía un tedioso periplo entre decenas de controles rebeldes, estos se han evaporado. Se mantienen los checkpoints en la carretera, pero en el interior ya se ven policías con uniformes impolutos dirigiendo el tráfico.

Esto no implica la desaparición de las tensiones. Al menos 3.000 familias de Beni Walid se han establecido en los alrededores de la capital. El CNT asegura que se les provee de techo y alimentos pero, a la vista del estado en el que han quedado sus domicilios, resulta evidente que tardarán mucho tiempo en regresar. Esto podría generar futuros focos de conflicto teniendo en cuenta que tanto los habitantes de Sirte como los de Beni Walid se consideran los principales damnificados de la victoria insurgente. Los carteles, en árabe e inglés, en los que el Consejo local llama a la «reconciliación» no parecen atractivo suficiente para cientos de personas que lo han perdido todo.

Al margen de cuestiones militares, Trípoli trata de reubicarse tras ocho meses de guerra. Hace menos de 60 días no había agua, apenas electricidad y encontrar una tienda con comida abierta era prácticamente imposible. Ahora, todos los servicios están en funcionamiento. El tráfico, completamente colapsado en el centro, evidencia que muchos tripolitanos vuelven a su día a día. Sin embargo, en medio de las celebraciones que ya decaen, también hay gente que calla. En Ras Jdir, frontera con Túnez, cientos de vehículos se desplazan diariamente al país vecino. «El 80% viene para quedarse», confirma un gendarme. La aparente normalidad con la que avanza la capital libia no permite, tampoco, asegurar que todo ha terminado.

 

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