Jose Mari Esparza Zabalegi y Adolfo Araiz Flamarique Editor y abogado
Navarra sola y con leche
De un tiempo a esta parte está rearmándose, en ciertos sectores del abertzalismo navarro, un discurso para volver considerar Nafarroa como sujeto político diferente al resto de Euskal Herria que, según sostienen, precisa de alianzas diferentes, siglas diferentes y actitudes diferentes que el resto de sus hermanas.
Hay quien piensa que dicho discurso está mucho más motivado por coyunturas electorales y por las ganas de desmarcarse de otras opciones políticas, que por un real convencimiento de dichas diferencias. Pero el debate está servido y no hay por qué soslayarlo. Nafarroa sola o con leche, otra vez.
De primeras hay que aclarar que nadie niega la necesidad de políticas específicas para Nafarroa, más específicas incluso que las que reclamamos para otros territorios. La excepcionalidad de Nafarroa la vivimos cotidianamente, desde que en 1978 se impidió la unidad institucional con el resto de Euskal Herria; se puso en marcha el Amejoramiento sin consultar con la ciudadanía; se aprobaron leyes excepcionales como la del Vascuence, dirigidas a impedir la recuperación de la lengua; se persiguen o marginan la cultura o la simbología vasca, medios de comunicación, entidades y hasta comarcas enteras bajo sospecha de abertzalismo... ¿Cómo ignorar esta situación de excepcionalidad que vive Nafarroa? ¿Cómo no reclamar para ella actuaciones específicas y soluciones adecuadas a su situación? Ningún patriota navarro, ningún abertzale, ninguna izquierda responsable puede obviar esa realidad si realmente cree en la existencia y en el futuro en libertad de este pueblo.
Pero entre decir que Nafarroa necesita una política diferenciada, aunque armónica con el resto del país, y manifestar que es necesario que sea sujeto diferente, con políticas, organizaciones y siglas electorales diferentes, hay un abismo. Y es el mismo abismo que en determinadas coyunturas históricas han conseguido imponernos los mayores enemigos de la libertad navarra y de la unidad vasca.
La ansiada unidad vasconavarra. Somos un país cuya tradición política desembocó en diversas constituciones forales, lo cual no fue óbice para reconocerse como un pueblo de origen común. Y cuando comenzaron a perfilarse los nuevos estados europeos y el sistema foral se vio amenazado, surgió la necesidad imperiosa de unir todo el país vasconavarro en un proyecto común. El Laurak Bat se convirtió en la bandera del país, enarbolada por la propia Diputación de Nafarroa. «No debe ocultarse -afirmaba la Diputación en 1868- a nadie que conozca la índole, naturaleza y circunstancias del país vasco-navarro, que los intereses morales y económicos de las Provincias vascongadas y Navarra, dentro de sus respectivas condiciones forales, pueden desarrollarse ampliamente a favor de una unión patriótica y generosa».
Pero desde el primer intento de caminar unidos y dar una respuesta conjunta al centralismo español, no faltaron maniobras interesadas en poner a Nafarroa en una senda diferente. La Ley de Modificación de Fueros de 1841, llamada luego «Paccionada» para darle algo de fuste, fue precisamente el primer gran logro de una minoría empeñada en separar Nafarroa de la senda unitaria que se venía forjando desde el siglo anterior. Desde entonces, el Cuarentayunismo y el Amejoramiento han sido utilizados no para conseguir la reintegración de los fueros arrebatados, sino para sujetar a Nafarroa dentro del constitucionalismo español. No para ahondar en la unidad y en la autonomía mediante la aprobación de un estatuto unitario, sino para dejar a Nafarroa en callejones sin más salida que las que se procuran unas élites al servicio de Madrid. Esto ya lo denunció en 1894, durante la Gamazada, Gregorio Iribas desde el «Diario de Avisos» de Tutera: «¿No se ha visto siempre la conducta astuta y cautelosa del Gobierno procurando desunir al pueblo vasco-navarro; tratando por separado con los unos y los otros; sembrando entre ellos la discordia e intentando crear diferencias, para que la envidia y el recelo surgieran en la noble y laboriosa raza que puebla el territorio común? ¿Y no se comprende que nuestro primer deber; deber de hermanos; deber de quienes tienen idéntico fin, es apretar cada vez más nuestros vínculos, a medida que tienden a relajarlos; ahogar con nuestra recíproca generosidad las suspicacias que quieren despertar entre nosotros; tendernos la mano; salir a nuestra mutua defensa, y mirar como propias las satisfacciones y desventuras de cada cual? Hagámoslo así; y sepan los Vascongados que la Euskalherria es siempre una; que Navarra suspira por su bienestar; que los navarros lloran con ellas las injurias causadas a las venerables libertades que cobijó siempre con honra el árbol sagrado de Guernica; y que para recuperarlas están prontos a prestarles ayuda en todo momento y ocasión».
El caciquismo navarro fue el gran beneficiado de la malhadada e impuesta Ley Paccionada. Y los mismos caciques, representados por Pradera, Rodezno, Garcilaso o Uranga, próceres del fascismo español, fueron los que abortaron en 1918 la demanda de los 216 ayuntamientos navarros que exigían la derogación de las leyes abolitorias de los fueros. Los mismos caciques, encabezados por el «Diario de Navarra», que en 1932 consiguieron finalmente apartar a Nafarroa del proyecto de estatuto de autonomía vasco, que había sido aprobado repetidamente por la gran mayoría de los ayuntamientos. «Navarra sola», repetían; «Amejoramiento» y «Estatuto navarro», prometían. Pero una vez conseguida la separación del Estatuto Vasco, el Navarro se quedó en agua de borrajas, porque desde siempre la vía navarrista desemboca, y a la evidencia nos remitimos, en más Madrid, más caciquismo, más derecha y más corrupción.
Del Frente Popular a la unidad popular. Eso lo vio muy claro el Frente Popular Navarro, aglutinador de todas las izquierdas navarras (PSOE, Juventudes Socialistas, UGT, PCE, Juventudes Comunistas, Izquierda Republicana, Unión Republicana y ANV) cuando en su manifiesto de junio de 1936 insistían en recuperar el Estatuto Vasco-Navarro porque la autonomía uniprovincial «vendría a confirmar y afianzar el dominio de las derechas en Navarra... a mantener sojuzgado al pueblo navarro». Por desgracia, no tuvieron tiempo y un mes más tarde los firmantes del histórico manifiesto fueron masacrados. También fueron premonitorias las palabras desde el exilio de los socialistas navarros de la «Comisión pro-Navarra» en 1945, cuando dijeron que lejos de la unidad vasca «siempre se corre el peligro de que Navarra sea un bastión de la reacción y del fascismo».
Durante la transición, el PSOE navarro se mantuvo fiel a la unidad vasca, hasta que tras el Tejerazo cambió definitivamente de actitud y optó por la autonomía uniprovincial, alegando, falsamente, que ésa había sido la actitud histórica del partido. También fue falsa la vía que anunciaron de convenios o vías de colaboración vasco-navarros, que nunca se materializaron. Y de aquel documento que sellaba la separación de Nafarroa, pero en el que aún se afirmaba que «el Pueblo Vasco o Euskal Herria tiene su origen en Navarra», hemos pasado hoy día a la negación total de nuestra identidad colectiva vasca. Que aquellos primeros dirigentes del PSN (Malón, Arbeloa, Urralburu, Otano, Roldán...) cayeran luego en la corrupción o en el descrédito no fue sino una lógica deriva.
Tal y como vislumbró el Frente Popular, lo que estamos viendo hoy día ratifica la experiencia histórica: Nafarroa separada del resto de Euskal Herria es un feudo del caciquismo y una marioneta de Madrid. Y todos los políticos que, por seguir la corriente del poder, intentan acomodarse en el navarrismo bajo la excusa de que «Navarra es diferente», acaban irremisiblemente en las redes de la derecha. Lo hemos visto en la deriva histórica del PSOE y UGT. Lo estamos comprobando en algunos dirigentes de IU. Lo estamos presintiendo en otros dirigentes y grupos políticos que en aras al «realismo» comienzan a reivindicar Nafarroa como «sujeto» político diferente.
Nuestra actitud debe ser radicalmente distinta. Somos navarros y vascos, y creemos en la fuerza que da la unidad de todos los territorios de Euskal Herria, del otrora Estado Navarro. Nuestro marco político de actuación es Nafarroa y desde la izquierda luchamos desde su seno para cambiar el presente adverso, pero como ya vislumbró la Diputación de Nafarroa en 1868, necesitamos precisamente del apoyo de todos los territorios históricos, del mismo modo que ellos nos necesitan a nosotros. Ante Madrid somos un mismo pueblo (Laurak Bat, Zazpiak Bat) y una misma unidad popular, y no vamos a caer en maniobras segregacionistas de territorios que ya sabemos a dónde conducen.
Basta recordar para ello las palabras de Miguel Javier Urmeneta en 1976, que siguen vigentes: «Siempre hay un pensamiento político en Madrid que está interesado en decirnos doctoralmente que una cosa son los vascos y otra los navarros (...) Navarra ella pero no sola. Y cuatro sillones junto al fuego, para asegurar el entendimiento de Navarra en el conjunto de Euskalerria de quien fue -y es- cabeza y corazón».