ANÁLISIS | ADIÓS AL AUTOR DE «KE ARTEKO EGUNAK»
Nuestro cine le debe mucho a Antxon Ezeiza
«Ke arteko egunak» marcó un hito histórico. Esto nos lleva a una paradoja existencial, de las que tanto le gustaba hablar, porque se adelantó a su época en un par de décadas al reflejar en la pantalla el dolor generado por el conflicto
Mikel INSAUSTI Crítico cinematográfico
El autor realiza un repaso por la vida y obras de un cineasta vital para el cine vasco y gran defensor de la idea de crear una cinematografía euskaldun. El cementerio donostiarra de Polloe acoge esta mañana el acto de despedida al desaparecido Antxon Ezeiza.
La mayoría de mis conversaciones recientes con Antxon fueron sobre la dificultad de hacer cine, en especial para alguien como él, cansado de luchar contra la política oficial y un sistema de subvenciones diseñado para dejar fuera a los más comprometidos. Su última película, realizada en 1995 con el expresivo título de «Felicidades Tovarich», le supuso una confrontación con los productores, que no sabían cómo encajarla en el cambiante mercado actual. No llegó a tener un estreno comercial, pero suele ser proyectada en homenajes a Paco Rabal, su protagonista. Es la expresión fiel de un tiempo pasado, de la nostalgia por la militancia de izquierdas que vivieron los profesionales del cine en su constante pulso con la censura franquista.
Su anterior realización la había hecho seis años antes, lo que puede parecer un transcurso largo, según se mire. «Ke arteko egunak» marcó un hito histórico, al ser la primera película rodada en euskara que se incluía en la Sección Oficial del Donostia Zinemaldia. Esto nos lleva a una paradoja existencial, de las que tanto le gustaba hablar, porque se adelantó a su época en un par de décadas al reflejar en la pantalla el dolor generado por el conflicto. Sin embargo, son muchos los que, aun a pesar de su visión de futuro, nos lo han querido presentar como un cineasta desfasado.
Tal vez se refieran a un desfase similar al que provoca el jet lag, porque cuando Antxon regresó a Euskal Herria andaba con el horario cambiado, pero ya se sabe también que la mirada del que viene de fuera suele resultar más lúcida. En «Ke arteko egunak» utilizó la voz del exiliado para expresar el vacío interior que siente uno mismo cuando regresa a su casa como un extraño, lo que no impide que pueda aportar nuevas perspectivas a quienes nunca se han movido del sitio. Pedro Armendáriz Jr. fue el alter ego que se trajo de México, prestándole su apellido materno para que se sintiera más cómodo en el registro autobiográfico, aunque en realidad el actor ha acabado siendo medio donostiarra porque el Zinemaldi es como su segunda casa. Es cierto que contó con el mejor de los anfitriones, gracias a que Antxon siempre estuvo muy ligado al certamen, tanto al frente del Comité de Selección, como en la propia Dirección o formando parte del Jurado Internacional.
Los caminos del exilio son inescrutables, porque cuando el joven Ezeiza fue ayudante de Buñuel en «Viridiana», poco podía imaginar que acabaría como refugiado político en México. Para no sentirse desterrado, nuestro cineasta se acogió al internacionalismo militante y así surgió «Mina, viento de libertad», una coproducción del país azteca con Cuba en clave revolucionaria, protagonizada por el guerrillero navarro que a principios del siglo XIX se adelantó al Ché y murió combatiendo por la independencia de los pueblos oprimidos de América del Sur. Todavía resuenan los ecos de la impactante secuencia final, cuando el libertador de Otano es fusilado bajo los sones del «Eusko Gudariak», estableciendo un paralelismo histórico con la muerte de Txiki en 1975.
Mucho antes de cruzar el océano el joven Ezeiza ya conoció el inicio de la diáspora, descrito en sus propias palabras de la siguiente manera:«Por los años 50 los chavales con inquietud no encontraban demasiadas salidas en Euskadi. Había un cierto provincianismo. Lo abertzale no tenía demasiadas salidas claras de izquierda. Se sentía una sensación de ahogo. Madrid tenía alicientes para personas un poco rebeldes. La Universidad hervía. Nosotros nos escapamos no sólo para hacer una carrera sino también por salir a un aire más libre. Entonces la izquierda significaba España. Marxismo significaba España. Eran elementos reales y muy demoledores para una identidad nacional. La desnacionalización de estudiar en Madrid era jodida... Yo ceo que estuve apunto de ser, y en cierta manera lo fui claramente, un cineasta español. Lo que no deja de comportar un aspecto peyorativo si es que tienes una nacionalidad vasca».
Hay que tener en cuenta que Antxon empezó a hacer películas siendo socio del entonces futbolista de la Real Sociedad Elías Querejeta, junto al que formó la productora Laponia Films. Desarrollaron un equipo innovador y así pudo gestar Antxon sus cuatro primeros largometrajes, entre los que «Último encuentro» llegó a competir en el Festival de Cannes. Estaba influenciado por la Nouvelle Vague y el cine de Godard en lo formal, dentro de una experimentación en la que tenía un gran protagonismo la música del vanguardista Luis de Pablo, pero conceptualmente provenía del grupo crítico de la revista «Nuestro Cine», cuya ideología radical les llevaba a oponerse a todo el cine burgués. Como bien explica el propio cineasta, llegó un momento en que su camino y el representado por Querejeta se tenían que separar, y de ahí que hayan seguido trayectorias tan dispares a través de los años.
El destino de Ezeiza estaba en Euskal Herria, a donde pudo regresar durante la transición. Tuvo claro desde el principio que debía renunciar a su faceta de realizador para concentrarse en la causa de la gestación de un cine vasco, cuando carecía tanto de una infraestructura industrial como de su identidad lingüística. A tal fin creó la productora Bertan Filmeak, responsable de las series «Ikuska» y «Euskara eta Kirolak». La idea era constituir una escuela práctica, formando a los técnicos locales del futuro a medida que se rodaba cada capítulo. A nivel cultural se recuperaba el euskara, así como los temas nacionales. A pesar de la diversidad temática el conjunto tuvo una calidad y una dinámica homogénea gracias a las lecciones magistrales de Javier Aguirresarobe como director de fotografía.
Hoy es el día en que el «euskal zinema» vive una verdadera eclosión, con jóvenes talentos como Jon Garaño, Jose Mari Goenaga, Alberto Gorritiberea, Telmo Esnal, Asier Altuna, Roberto Castón o Imanol Rayo. Nada de eso habría sido posible sin la coherencia puesta en su trabajo por Antxon Ezeiza, dando el empujón definitivo a nuestro cine.