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Sudáfrica conmemora el centenario del ANC y de la lucha por los derechos de la mayoría negra

Hace cien años nacía en Sudáfrica el Congreso Nacional Africano para hacer frente a la segregación racial y la negación de los derechos civiles de la mayoría negra. Un siglo después y tras diecisiete años en el poder, el movimiento de liberación más antiguo del continente goza de buena salud y mira al futuro con la esperanza intacta.

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Mirari ISASI

Sudáfrica conmemora hoy el nacimiento, el 8 de enero de 1912, del Congreso Nacional Africano (ANC), punta de lanza en la lucha contra el apartheid, régimen al que sustituyó en el poder hace diecisiete años. Y lo hace con la vista puesta en Nelson Mandela, su histórico líder y primer presidente del país tras la llegada de la democracia, de quien se espera un mensaje ya que su delicado estado de salud le impedirá acudir a la celebración en Bloemfontein desde su retiro en Qunu, su pueblo de la infancia, en donde se instaló poco antes de cumplir los 93 años, en julio pasado.

Hoy concluyen tres días de fastos controlados por el presidente sudafricano y del ANC, Jacob Zuma, que será, ante la ausencia del icono de la lucha contra el apartheid, el único que tomará la palabra para resumir, en cien minutos y ante 100.000 personas, los cien años de trayectoria del ANC como fuerza integradora africana, en el acto central que tendrá lugar en el estadio de Bloemfontein. A él han confirmado su asistencia medio centenar de jefes de Estado, la mayoría de ellos de África, como los presidentes de Bostwana, Congo, Malawi, Mozambique, Namibia, Nigeria, Uganda, Tanzania, Zambia y Zimbabwe y el rey de Leshoto, entre otros; el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas; importantes delegaciones de países como China y Rusia, y cerca de un centenar de representantes de «partidos hermanos» del movimiento de liberación más veterano del continente, al que ayudaron durante las tres décadas en que estuvo prohibido en Sudáfrica, desde 1960 hasta 1990.

Además de ese acto multitudinario en el estadio de Bloemfontein, durante esta larga conmemoración han sido especialmente emotivos el encendido a medianoche de ayer, por parte de Zuma, de la Llama del Centenario en la iglesia metodista de Wesleyan en la que se fundó el ANC y que acaba de ser restaurada, donde unas horas después, esta misma mañana, se celebró un oficio religioso.

Esta celebración ha suscitado gran interés en el ámbito internacional debido al papel que Sudáfrica ha jugado y juega no sólo en la región y en el continente africano sino en todo el mundo, pero también ha levantado algunas voces discordantes en el país, aunque no muy elevadas de tono. La más destacada, la de Julius Malema, el polémico presidente de la Liga de los Jóvenes del ANC que, erigido en defensor de los pobres, cuestiona a Jacob Zuma, al que acusa de «insuficiencia» en las transformaciones socio-económicas en un país en el que la tasa de desempleo asciende al 25% y donde millones de sudafricanos viven en barrios marginales.

También el exdiputado del ANC Andrew Feinstein se muestra crítico con el movimiento que, cree, según manifiesta a France Presse, que «ha sufrido los pecados de los partidos dominantes y como ha sido muy predominante desde mucho tiempo considera que el poder le es debido». A su juicio, ante la «mediocridad» de sus dirigentes el partido debe dedicar su centenario a «las necesidades de los pobres».

El politólogo Steven Friedman, por su parte, afirma que si el ANC estira el prestigio de su lucha contra el apartheid, «en general la gente olvidará que está apoyando a un partido político como los demás».

Larga lucha contra la injusticia

Un legado y un prestigio labrados a lo largo de un siglo. La progresiva implantación de leyes segregacionistas que iban limitando los derechos de los negros en Sudáfrica dio lugar, el 8 de enero de 1912 en Bloemfontein, a la fundación del Congreso Nacional Indígena Sudafricano (SANNC), que en 1923 se convertiría en el Congreso Nacional Africano (ANC), cuya labor de los primeros años se centró en intentar convencer a los gobernantes de lo injusto de esas leyes. Sus bases reunían a autoridades tribales tradicionales, la élite africana y la clase rural en la causa común de la lucha contra la opresión del Gobierno blanco.

La llegada al poder del racista Partido Nacional Purificado en 1948 instauró y oficializó el apartheid, que aseguraba a la minoría blanca la dominación política, la explotación económica y todos los privilegios sociales frente a la discriminación racial y la negación de los derechos civiles de la mayoría negra. Poco después, la Liga de los Jóvenes del ANC, creada en 1944, propuso ir más allá en su lucha contra el régimen racista con huelgas, boicot y desobediencia civil.

En junio de 1955, el ANC y sus aliados Congreso Indio Sudafricano, Congreso Sudafricano de los Demócratas y Congreso del Pueblo de Color celebraron el Congreso del Pueblo en Kliptown, suburbio del emblemático municipio de Soweto, bastión del ANC en Johannesburgo. Durante la reunión, el día 26, se adoptó la Carta de Libertad, una declaración de principios básicos que se caracteriza por su abierta demanda de que «el pueblo se gobierne» y que fue redactada en base a las «demandas de libertad» del pueblo recogidas por 50.000 voluntarios en el campo y las ciudades.

Entre 1952 y 1959 surgió una nueva clase de activistas negros, los africanistas, que demandaban acciones más drásticas contra el Gobierno y en 1959 el ANC, que se había aliado con pequeños partidos políticos de diversa representación étnica, perdió su soporte militante cuando los africanistas dejaron el movimiento y constituyeron el Congreso Panafri- cano (PAC).

En marzo de 1960, tras la masacre de Sharpeville, donde la Policía mató a 69 manifestantes del PAC, y la prohibición del ANC, el primero comenzó la resistencia armada. Un año después, en 1961, el ANC, por boca de Nelson Mandela, hizo un llamamiento a las armas y anunció la creación de «umKhonto weSizwe» (La lanza de la nación), uno de las dos grandes fuerzas de resistencia en el país, junto con el movimiento zulú Inkhata, y que fue dirigido por el propio Mandela, considerado «terrorista» por el régimen sudafricano y por la ONU y que en 1993 obtuvo el Premio Nobel de la Paz.

Tras el encarcelamiento y condena a perpetuidad de sus líderes, incluido Mandela, entre 1962 y 1963, el partido fue dirigido desde el extranjero hasta que, en 1990, el entonces presidente, Frederik de Klerk, legalizó el ANC y liberó a sus miembros.

Nelson Mandela (Madiba) cogió las riendas del partido en 1991 y lo llevó al poder en 1994, cuando logró el 62,6% de los votos en las primeras elecciones multirraciales en el país.

Thabo Mbeki sucedió a Mandela en 1999 y presentó su dimisión en 2008 después de verse implicado en varios escándalos de corrupción. Un año más tarde, el CNA logró el 65,9% de los votos y la Presidencia del país fue para el líder del partido, Jacob Zuma, relacionado con varios escándalos que finalmente fueron anulados.

En 2008, el ANC sufrió una escisión y el 1 de noviembre nació el Congreso del Pueblo (COPE), cuyo nombre hace referencia al encuentro celebrado en 1955 en Kliptown.

En 2011, los principales líderes de la Liga de la Juventud del ANC fueron suspendidos por poner en duda la autoridad de Zuma.

Entre el éxito y la necesidad

Durante estos 17 años de democracia con el ANC en el poder, sus militantes, encarcelados, exiliados y tratados como «terroristas» durante décadas, se han convertido en políticos o prominentes hombres de negocios, aunque la mayoría sobreviven con dificultad.

Sudáfrica es el único país del mundo en el que tres de los cuatro jefes de Estado que se sucedieron tras el fin del apartheid han pasado al menos diez años de sus vidas en prisión. Nelson Mandela, presidente entre 1994 y 1999, pasó 27 años en prisión; Kgalema Motlanthe (2008-2009) y Jacob Zuma, el actual jede de Estado, estuvieron una década encarcelados, y Thabo Mbeki (1999-2008) vivió 28 años en el exilio.

Incluso hoy en día, la mayoría de los miembros del Gobierno son personas que fueron perseguidas o encarceladas en el marco de la «Ley Antiterrorista» (Terrorism Act), que prohibía cualquier actividad dirigida a derrocar al régimen del apartheid.

Algunos combinaron política y negocios y han terminado convertidos en ricos empresarios. Es el caso de dos emblemáticas figuras del «nuevo poder económico negro»: Tokyo Sexwale, de 58 años, a quien se ha acusado de utilizar sus conexiones políticas para enriquecerse, y Cyril Ramaphosa, de 59 años.

Aunque estos líderes, políticos o económicos que hoy en día son la élite de la nueva Sudáfrica han dejado atrás décadas de dificultades y sufrimientos del tiempo de la lucha, muchos de sus compañeros no pueden decir lo mismo.

Así lo constata Kebby Maphatsoe, presidente de la asociación de veteranos del ANC, que no esconde la dura realidad: «Al ser desmovilizados no había nada previsto para los soldados entrenados y los responsables desplegados en diferentes países (...) Su pobreza es fuente de profunda insatisfacción, algunos incluso viven en la calle, sin ayuda».

No obstante, después de 17 años en el poder, el ANC ha logrado hasta el presente evitar las actitudes autoritarias que caracterizaron a muchos movimientos de liberación de África que llegaron al poder antes que él. Contrariamente a lo que ha sucedido con muchos de ellos, el ANC ha resistido esas tentaciones autoritarias.

Sin embargo, a este respecto, el ex diputado Feinstein asegura que «el ANC ha demostrado a menudo que había caído en la misma trampa» que otros movimientos de liberación africanos, «en particular por el uso de los medios del Estado para enriquecer a gente dentro del partido». Un argumento que, en parte, es compartido por el analista independiente Joe Mavuso, quien sostiene que «el Gobierno del ANC aún tiene mucho que hacer para acabar con el nepotismo y la corrupción».

Es cierto que los sudafricanos están protegidos por una Constitución muy liberal y en Sudáfrica hay trece partidos diferentes con representación en el Parlamento, el poder judicial es fuerte, los recursos ante los tribunales son numerosos y los medios de comunicación no se privan de criticar al Gobierno.

Pero no es menos cierto que aunque el ANC no es un partido único, su peso en la escena política sudafricana, con 264 de un total de 400 diputados en el Parlamento, es enorme y le deja las manos bastante libres a la hora de actuar. Y es ese mismo peso el que hace que sus discrepancias internas se conviertan en asuntos nacionales, porque aunque el partido gobernante y sus aliados permanezcan unidos en las celebraciones de Bloemfontein, el ANC muestra algunos signos de división.

En estos momentos, Jacob Zuma se enfrenta a la sorda rebelión de algunos de sus colaboradores y está siendo abiertamente cuestionado por la Liga de los Jóvenes del movi- miento. Por eso, todo el mundo está pendiente del próximo congreso del ANC, que se celebrará en diciembre también en Bloemfontein, en el que Zuma cuenta con sucederse a sí mismo en el liderazgo del partido, lo que le permitiría seguir siendo presidente del país en el año 2014.

A LAS ARMAS

En 1961, tras la masacre de Sharpeville y la prohibición del ANC, Nelson Mandela llamó a las armas y creó «umKhonto weSizwe» (La Lanza de la Nación), una de las dos grandes fuerzas de resistencia en el país, dirigida por el propio Mandela.

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