Cuarenta años del puente de La Salve
Hoy hace 40 años, el sábado 8 de enero de 1972, se inauguró a las seis y media de la tarde para que pudiera lucir su flamante iluminación, el puente al que quisieron denominar en plena dictadura, de los Príncipes de España y que nadie ha conocido con semejante nombre sino, como suele ser habitual, con el referente a su emplazamiento, La Salve, de acreditada tradición fluvial y marítima.
Iñaki URIARTE | Arquitecto
Formaba parte de un nuevo acceso al centro de Bilbo en el proyecto de «Arteria urbana de penetración desde Begoña a la alameda de Rekalde» o «Solución Norte» a cargo del Ministerio de Obras Públicas del Estado español sobre un tramo curvo de la ría de gran responsabilidad urbanística y paisajística. Su construcción se inició el 5 de mayo de 1968, con un plazo de ejecución de 30 meses y un presupuesto de 370 millones de pesetas por la empresa Cintec sin ningún accidente grave durante las obras.
Debe considerarse que, desde la inauguración de los dos levadizos Ayuntamiento y Deusto en 1936, no hubo ningún puente nuevo en la ría y que el intervalo entre ambos todavía mantenía una actividad fluvial portuaria. Desde su puesta en servicio por primera vez en Bilbo se pudieron simultanear dos tránsitos: el marítimo, siempre preferente; y el rodado transversal, debido al gálibo de 23,60 metros sobre pleamar en el centro del tablero y con una anchura de cauce entre sus pilares de 68 metros. El puente, a su vez, introduce el concepto de gálibo horizontal, la longitud del encuentro con las orillas, que lo convierte en realidad en un enlace alto entre barrios. Aunque queriendo resolver un conflicto, el tráfico de acceso al centro de la villa, prioridad propia de la época, se creó un gravísimo problema de impacto ambiental, siendo uno de los ejemplos más descarados de una obra pública desconsiderada con un entorno urbano, propio de un periodo desarrollista, con un ayuntamiento y una sociedad pasivos.
Tecnológicamente importante y avanzado al ser el primer puente atirantado en el Estado, desde un pórtico superior metálico situado asimétricamente con dos mástiles de 60 metros de altura en forma de H, sostiene, por ambos lados, mediante cables en los bordes, un tablero también metálico notablemente inclinado de 270 metros de longitud y 26,50 de anchura. Radicalmente sobrio con la forma al servicio de la función, tiene dos apreciaciones diversas. El pórtico y los tirantes como elementos más figurativos expresan coherentemente su razón de ser estructural y consecuentemente poseen una estética correcta, anónima. Sin embargo, los pórticos de hormigón armado de soporte y la cajas de escaleras que contienen los ascensores, en el lado de La Salve, son de una evidente tosquedad acentuada con un deplorable y estridente pintado en amarillo y verde. Fue proyectado por el ingeniero de Caminos ,Canales y Puertos Juan Batanero (1914) ya fallecido, del que no se ha podido lograr más referencias a pesar de las numerosas gestiones por un incompresible silencio a las solicitudes, tanto de sus descendientes como de la Asociación de Ingenieros de CCP de ámbito estatal.
Desde la apertura en mayo de 2004 del túnel de Artxanda, su utilización rodada ha aumentado notablemente y la reciente reforma en 2010 del encuentro, antes a desnivel, en su extremo de la alameda Rekalde con la de Mazarredo, era la ocasión para haber desmantelado el ramal curvo de 160 metros de longitud, que confluía en Mazarredo, habiendo prolongado paralelo a la calzada longitudinal la acera hasta su continuidad con la de Rekalde y que ahora ha quedado como una absurda, por desproporcionada y apenas transitada, enorme acera de 10 metros de anchura. Además de darle un sentido más urbano al puente y liberar a una parte del museo de esta presencia tan inmediata, no se alteraba la mágica sintonía entre su tramo principal, el pórtico original y la torre, pero...
El Guggenhein de Gehry
Cuando el arquitecto Frank Gehry proyecta el Guggenheim Museoa realiza un brillante ejercicio compositivo en el que no puede eludir el puente. En la primera maqueta presentada en Bilbo muestra al otro lado del volumen principal del edificio como una decidida voluntad de incorporar el puente, una botella pequeña de agua en su necesidad de un elemento estilizado vertical. Posteriormente, este recurso integrador tomará forma con la torre, una inteligente construcción estructuralmente en diálogo con el puente, vacía de contenido pero plena de intención, que emergerá como un potente hito de referencia en la convexidad de la curva desde el puente del Ayuntamiento. En ningún momento sugiere intervenir en cualquier aspecto sobre el puente. Su simplicidad formal se agrega de modo neutral en el conjunto.
Guggenheim Bilbao Museoa, la franquicia vasca de la empresa cultural Guggenheim Foundatión, para conmemorar en 2007 el décimo aniversario de su implantación en Bilbo consiguió manipular el puente, un bien de propiedad ajena mediante un concurso restringido a tres propuestas. Su objetivo fue intervenir decorativamente amanerando un notable elemento urbano que tiene una razón de ser estructural con su estética severa correspondiente al tiempo y las circunstancias tecnológicas que lo hicieron posible.
Un extraño jurado favoreció el proyecto deseado, l´Arc Rouge, del artista francés Daniel Buren (1938) un adorno bufón, carnavalesco, fallero. Como otros muchos contratados hacen unas manifestaciones mezcla de demagogia al justificar su obra definiéndola «como si fuera una puerta abierta al mundo». Esta transgresión formal y cromática sólo puede estar concebida por un personaje sin escrúpulos artísticos con un irrefrenable afán de notoriedad de imponerse a la arquitectura del edificio con una vulgar obra. Una arrogancia propia de quien se encuentra con interlocutores sin escrúpulos, sin personalidad artística y sin identidad urbana. Además de deformar radicalmente la percepción estructural del puente, es una torpeza que emborrona la lectura global del museo reduciendo considerablemente numerosas perspectivas, y hace creer que es una parte del mismo. Accediendo por el puente desde la orilla opuesta, lado Artxanda, colapsa rotundamente la visión de su arquitectura, ya que la sitúa en el rango de entrada a una atracción de feria.
Ha sido no solo sorprendente sino ofensivo y lesivo que se tomase esta decisión en contra de la opinión de Frank Gehry que, como autor del edificio del Guggenheim Museoa, es el propietario intelectual del mismo al que se suele consultar para otras nimias intervenciones y en cuyo conjunto se integra, como condición de proyecto, intacto el puente en su estado original. Si Gehry, con razón, no quiere una iluminación para su arquitectura, menos esta injerencia banal, formal y cromática.
Esta intervención en numerosos debates, conferencias, coloquios y en privado ha sido reiterada y fuertemente criticada por notables ingenieros de CCP, arquitectos, catedráticos y artistas a lo largo de estos cuatro años. Ha faltado la valentía de un posicionamiento colectivo y contundente. Es por tanto, llegado el momento, de que con este aniversario se empiece a preparar el desmontaje de esta absurda y errónea cosmética colorada.